Para nadie es un secreto que la economía rural está en franca decadencia y muchos de sus defensores a punto de tirar la toalla como los entrenadores de los púgiles más castigados. La precisión es un poco moderna pero habría valido también para el siglo XVI, momento en que la nobleza española abandonó sus solares de procedencia para incorporarse a una corte cada vez más exigente y dispendiosa. A esa defección presencial o física de la aristocracia –y digo física porque en realidad las tierras seguían produciendo para el señor, que controlaba sus posesiones a través de un administrador–, a esa defección, digo, que se prolonga durante más de un siglo, sucedió en el siglo XVIII el abandono de los ilustrados: demasiado teóricos y con frecuencia considerados como visionarios, gente como Gaspar Melchor de Jovellanos o Zenón de Somodevilla esperaba del medio rural una resurrección técnica que mejorara los cultivos, despertara a la población de su secular atonía y convirtiera los pueblos españoles en ese tipo de paraíso tan cantado por los poetas neoclásicos, que por todas partes veían Arcadias.
El siglo XIX no trajo mejores perspectivas; envuelto en estériles conflictos, el Estado centró su actuación en desamortizar bienes o fincas que no producían, consiguiendo que cambiaran de manos pero no de nivel de producción. Pese a los intentos teóricos de personajes como Fermín Caballero, que llegaron a promover verdaderos tratados acerca del fomento de la población rural diferenciándola de la urbana y proponiendo leyes y programas concretos, la centuria acabó con aires de crisis. El siglo XX, perdóneseme la debilidad de la exposición que hace sacrificar el rigor en aras de la brevedad, trajo, tras la guerra civil pero incluso antes de ella, un éxodo masivo de la población rural, seducida por la posibilidad de encontrar en la ciudad –y sobre todo en la capacidad de la industria para generar empleo– ese medio de vida que los pueblos parecían incapaces de ofrecer. La vertiginosa caída del censo de habitantes repartió las cargas y beneficios, creando una impresión de crecimiento económico gracias a la política continuada de subvenciones. Esta política, que llega hasta el siglo XXI y aborda en estos momentos inexorablemente su última etapa, ha creado a mi modo de ver tres contradicciones que agravan la cuestión: la primera, que el interés de Europa por el medio rural español es sólo aparente; en el reparto de subvenciones prima la macroeconomía y abundan los planteamientos de despacho, muy lejanos de la realidad. La segunda, que el obligado interés del propio estado español es sólo parcial; la sociedad, influida sin duda por una campaña de desprestigio de todo lo tradicional que se llevó a cabo sistemáticamente durante décadas, está de espaldas a los verdaderos problemas rurales porque cree a ciencia cierta que los pueblos deben desaparecer y sólo espera el momento de su sepelio. Esta actitud, por último, condiciona fundamentalmente el comportamiento de la población rural que, aleccionada por las subvenciones recibidas, invierte de forma compulsiva en maquinaria de imposible amortización por un solo productor o invierte en inmuebles urbanos para que los hijos o hijas puedan estudiar carreras que les alejen definitivamente del solar donde se asentó la empresa de sus antepasados durante siglos.
Una fundación de las características de la nuestra no busca sólo conservar o defender el patrimonio cultural -es decir, los monumentos artísticos, pero también el lenguaje, las ideas y la creatividad– sino alertar a la población acerca de comportamientos desviados que pueden incidir –en realidad ya lo están haciendo– sobre el ser humano sin crearle por otra parte expectativas que mejoren su condición ni le ayuden a realizarse. El desprecio sistemático por el pasado es una de las contradicciones sociales que a menudo se deploran individualmente pero que terminan imponiéndose al apoyarse en la desidia y en la falta de determinación colectivas, cuyas consecuencias son, finalmente, actuaciones interesadas o espurias. El problema, según comprobamos a diario en nuestras relaciones con centros similares del continente europeo, no es sólo español. En realidad existen dos europas que no tienen que ver con las fronteras geográficas o políticas ni siquiera con el mayor o menor grado de progreso. Una europa va delante del carro -voy a conservar todavía un símil rural de fácil comprensión– y es esa europa que decide en Bruselas, y la otra va montada en el vehículo y lleva las riendas, pero no conduce. Permítanme que proteste en algún foro, en el que pienso que se me puede comprender, por la falta de iniciativa de la población rural, que ya ni siquiera puede decidir –no sé si pudo alguna vez– su propio futuro.
He denunciado más de una vez la incoherencia de ese Estado que vela por la moralidad de los individuos pero al mismo tiempo fomenta el juego o el consumo inmoderado de determinados productos porque generan beneficios inmensos a la hacienda pública. También he censurado, descendiendo más a la realidad, la incoherencia de las administraciones que alaban la artesanía, por ejemplo, desde las instancias culturales mientras gravan mortalmente a los escasísimos y ejemplares artesanos con impuestos de índole empresarial. Ahora quisiera hacer ver la dificultad que ofrece y ofrecerá a unos técnicos de agricultura decidir sobre el futuro de las subvenciones destinadas a hacer posibles unos proyectos culturales o dinamizadores cuya gestión está encaminada a despertar a una población dormida o escasamente participativa. Para colmo, los macroproyectos que se generan desde los despachos de Madrid, Barcelona o Bruselas y tienen que ver con falacias como la de las energías renovables o las supergranjas, vienen a enturbiar todavía más las atribuladas almas de los que creyeron huir del progreso destructivo para tratar de aislarse en el campo desierto.
Por último un turismo rural inmoderado, que sin querer ha ido fomentando los desplazamientos de un tipo de viajero depredador, escasamente interesado en los modelos culturales que visita, está defendiendo la cantidad frente a la calidad. Las estadísticas, casi siempre engañosas, hablan de números cada vez más elevados de turistas, sin especificar si comprendieron mínimamente lo que venían a ver o si fuimos capaces nosotros de convencerlos de su importancia en medio de tanta incuria y de tanta construcción inadecuada que revela el secular menosprecio por lo propio. Vivir en el medio rural y trabajar en él proporciona tantos ejemplos de esa insensibilidad que uno llega a aborrecer el camino que generó semejante despropósito y que ahora se recorre cotidianamente. En eso sí que diferimos de la mayor parte de los países europeos que, casi con las mismas leyes, han sido capaces por lo general de armonizar progreso con respeto al entorno, a la arquitectura popular y al paisaje.
Quisiera concluir diciendo que en esa lucha por conseguir que las subvenciones y ayudas tengan el fin más adecuado y eficaz, detectamos una preocupante falta de ilusión (consecuencia, entre otras cosas, de los dilatados plazos en que se hacen efectivas) y, muy frecuentemente, una ausencia de criterio. El futuro de cualquier tipo de reanimación social y económica del medio rural pasa por creer en lo que se está haciendo y no considerarlo una mera coyuntura. Pasa también por tratar de aunar, sin perjuicio para ninguna de las partes, las iniciativas tradicionales –las agropecuarias- con las de nueva implantación –culturales y de servicios- cuya activación no debe condicionar nunca el verdadero sentido de la existencia rural, que es el equilibrio entre el individuo y el entorno.
Tampoco quisiera dar una idea excesivamente pesimista de nuestro trabajo. Porque confiamos precisamente en las posibilidades de un ámbito con tanta riqueza humana, monumental y de recursos, estamos decididos a generar ideas, a desarrollar la capacidad para transmitirlas y a buscar los medios para convertirlas en realidad.
Museo de La Casona
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Recibimos la visita de Joan Josep Gutiérrez, vicepresidente de la Asociación Muzio Clementi de Barcelona, sociedad que pretende dar a conocer aspectos documentales y artísticos del autor e intérprete nacido en Italia que residió buena parte de su vida en Inglaterra y que recorrió toda Europa dando conciertos con un éxito extraordinario. La Asociación editó hace unos años un CD con algunas obras de Clementi interpretadas por Marina Rodríguez Brià al teclado de un pianoforte Clementi propiedad de Anna Cuatrecasas. Acerca de esa grabación puede escucharse el siguiente programa de RNE La dársena:
https://www.rtve.es/play/audios/la-darsena/asociacion-muzio-clementi-reportaje-23-12-17/4383100/
La visita, como es natural, incluía el estudio de los dos pianofortes Clementi de la Fundación y del Collard&Collard fabricado todavía con el nombre de Clementi en la razón comercial.
Urueña 7, 8 y 9 JUL 2022. Heredad de Urueña
Sede del simposio y colabora: Bodega Heredad de Urueña
La frase «E pur si muove» se le atribuye a Galileo Galilei –aunque esté más que demostrado que no la dijo–, después de haber abjurado del contenido de algunas de sus teorías, expresadas en su tratado Dialogo sopra i due massimi sistemi del mondo Tolemaico, e Copernicano. Obligado, condenado y sentenciado en Santa Maria sopra Minerva, la actitud de Galileo venía a resumirse en castellano con una frase de un cuentecillo popular: «Tijeretas han de ser» (*). O sea, ustedes dirán lo que quieran, pero yo tengo razón.
Que el oficio de músico va ligado a viajes y desplazamientos se sabe desde siempre. Y que los instrumentos y algunas composiciones musicales han dado la vuelta al mundo podrá demostrarse sobradamente escuchando algunas de las ponencias que se han preparado para este simposio. De ahí la frase que da título a la reunión a la que hemos añadido que «también la música» participa obstinadamente de la misma verdad: desde la teoría pitagórica de las esferas hasta los trabajos sobre el heliocentrismo de Copérnico, Kepler o Galilei, la música y los músicos se han movido con mucha más dificultad que los propios planetas, pero se han movido.
Día 7 de julio
19:00 horas • Carlos Núñez: El viaje de la música celta a través de los siglos y del Atlántico
Día 8
11:00 horas • Faustino Núñez: América en la música española
12:30 horas • Gustavo Illades: El pregonero difusor en la Edad Media
17,00 horas • Paloma Díaz-Mas: La diáspora de la música judeo-española
Día 9
11:00 horas • (ponencia y concierto) Pedro Bonet: Tesoros musicales de las rutas del oro, la seda y las especias
20:00 horas • (concierto en el Teatro Principal. Medina de Rioseco)
Martirio y Raúl Rodríguez: Travesía
Información e inscripciones: info@funjdiaz.net
En el Ayuntamiento de Valladolid se presentó, con la asistencia del cardenal-arzobispo de Valladolid don Ricardo Blázquez y el Concejal de Salud pública y seguridad ciudadana Alberto Palomino, el libro de Luis Resines «El Catecismo de Valladolid de 1322», editado por el servicio de Publicaciones del Ayuntamiento. En el acto intervino Joaquín Díaz como prologuista del texto crítico, quien pronunció las siguientes palabras:
Para quienes tenemos ya una cierta edad, la palabra catecismo equivale a esa guía o manual de instrucciones que se nos ofrecía para armar o construir nuestro comportamiento desde que comenzábamos a usar la razón. Cierto que, como todo manual de instrucciones, invitaba a ser leído con atención y prolijidad para no perder detalle de las orientaciones, pero tan cierto como eso era que nos saltábamos la letra pequeña, o los párrafos que no entendíamos por complicados o farragosos, para quedarnos con lo que nos parecía esencial a la hora de montar el mecano de nuestras existencias. La versión que nos tocó repetir cientos de veces -porque el secreto de la eficacia de ese librito parecía estar en cómo se grababan pertinazmente sus normas en nuestra conducta-, la versión que nos tocó estudiar y memorizar, repito, tenía algunos párrafos que para las mentes infantiles eran como un jeroglífico complicado de entender y aún más de resolver. En particular a mí me resultaba casi ininteligible la parte dedicada al ayuno y la abstinencia porque, además de contener palabras desconocidas hasta ese momento como lacticinios, sumario, privilegio y colación, abría un frente irreconciliable entre la idea de la alimentación de mi madre, que nos quería sanos y lucidos, y la frugalidad predicada por el padre Gaspar Astete, solo pasada por alto si uno poseía alguna bula, o sea algún documento de aquellos que podían adquirirse con limosnas y de los que con cierta imaginación podía verse colgando la eximente bulla o bola papal. En lo demás, aquel librito de instrucciones compendiaba sabiamente las normas para que “todo fiel cristiano”, categoría en la que se supone que entrábamos nosotros, conociera las normas para creer, orar y obrar cabalmente. O, como se diría en un “catecismo explicado” que publicó Dámaso Santarén en 1842 en esta ciudad para definir en qué consistía la mayor sabiduría, para “amar a Dios, vivir cristianamente y caminar hacia el cielo”. De esta forma se seguía el camino marcado por Trento en el que la instrucción y educación de los más inocentes procuraba obviar cuestiones metafísicas, quedando para aquellos “doctores” que tenía la Santa Madre Iglesia, el papel de responderlas o desentrañarlas sin caer en el error de pasar por encima de ellas como de puntillas o incurrir en la equivocación contraria, “engolfarse en explicaciones áridas, en observaciones teológicas muy delicadas y en teorías abstractas muy profundas y difíciles porque ni los niños las entienden ni los adultos, no siendo teólogos muy instruidos, tampoco sacarían mucho aprovechamiento de tan difícil tarea. El pueblo -así se escribe en ese catecismo publicado por Santarén- solo comprende bien las explicaciones cortas, sencillas y de una claridad especial y análoga a su gusto, educación e inteligencia”.
También es cierto, digo yo, que el pueblo necesitaba una y otra vez que se le recordara el ámbito y la actitud que debía observar ante las dudas. Hace muchos años organicé un ciclo sobre antropología en la Universidad de Valladolid e invité a una de las sesiones a Don Antonio García y García, el impulsor del Sinodicón hispano, una obra tan impresionante como imprescindible para entender la historia de la Iglesia en España. Antes de la conferencia, y por entretener la espera, se me ocurrió preguntarle a Don Antonio si no le parecía extraño que aparecieran siempre las mismas cuestiones en los sínodos, lo que venía a demostrar que las normas se hacían más para limitar las conductas que para cumplir los preceptos. Pacientemente, Don Antonio me respondió: “La Iglesia, que ha estudiado a fondo el comportamiento humano, se ha pasado mucho más tiempo advirtiendo que castigando. Advertir es dirigir la atención, del mismo modo que educar es orientar. Pero el individuo no nace enseñado y mostrarle la diferencia entre obrar bien y obrar mal, lleva mucho tiempo”. Gran sabio Don Antonio…
La importancia de Valladolid en todas estas cuestiones, es decir las doctrinales y las inaprensibles, ha sido puesta ya de relieve por el propio Luis Resines quien, no solo en la edición que ahora sale a la luz, sino en sus estudios previos sobre otras publicaciones catequéticas -y solamente de la de Astete se habla de un millar de ediciones-, ha demostrado que la ciudad y la provincia han ido indefectiblemente unidas al desarrollo y conocimiento de la célebre normativa en sus diferentes versiones, desde los tiempos de Guillermo de Godin hasta los más cercanos de Santiago García Mazo, Benito Sanz y Forés o Daniel Llorente, por cierto vinculado familiarmente al autor. Tampoco el mundo editorial ha quedado al margen de ese interés por difundir la doctrina cristiana, de modo que Alonso del Riego, Manuel Santos Matute, la familia Santarén o la imprenta Martín participaron en esa tarea a lo largo de varios siglos y de muchas ediciones. En cualquier caso, hay que saludar con entusiasmo la aparición del más importante texto de doctrina de toda la Edad Media y del magnífico estudio que lo acompaña, debido al conocimiento y dominio del tema de Luis Resines.
El Badil Olvidado es una revista de folklore, digital y gratuita, editada por Albedro y dirigida y coordinada por Fernando Molpeceres y Matías Romero. Es una publicación bimestral que, con carácter didáctico y divulgativo, pretende dar a conocer no sólo la música, sino el folklore de toda la geografía española en su más amplia acepción.
Ya están disponibles en el canal de YouTube de la Fundación los vídeos grabados durante las ponencias del simposio «La tipografía como pretexto» celebrado en Urueña los días 7 y 8 de octubre 2021 en el Centro e-Lea Miguel Delibes de Urueña.
Pueden escucharse todas las ponencias online.
Ir al primer vídeo del simposio en el canal de YouTube >Precio: 35 euros + gastos de envío
Puede solicitarse en: venta@funjdiaz.net
La Imprenta Santarén (1800-1961), por:
Puede descargarse gratuitamente, en formato PDF, en la página de publicaciones digitales de la Fundación.
Ruta por el chocolate de Castilla y León. De ayer a hoy, por:
Puede descargarse gratuitamente, en formato PDF, en la página de publicaciones digitales de la Fundación.
Romancero palentino, por:
Puede descargarse gratuitamente, en formato PDF, en la página de publicaciones digitales de la Fundación.
La Peña Periodística Primera Plana invitó a Joaquín Díaz a una comida coloquio en su sede actual (Hotel NH Eurobuilding). El reencuentro con muchos amigos alentó la conversación y enriqueció el diálogo propiciado por innumerables recuerdos comunes.
Al final del acto, el dibujante Fernando Corella entregó a Joaquín un dibujo que éste prometió colocar entre sus recuerdos más apreciados.
El Blog de Luis Felipe Alegre publica una entrada con el homenaje a Joaquín Díaz que organizó Ramón García Mateos en el II Festival de Invierno de Cambrils, y que tuvo lugar el día 9 de marzo de 1991.
El comentario de Luis Felipe es especialmente interesante, e incluye un vídeo original del acto.
Con gran pesar comunicamos el fallecimiento de Israel Joseph ˝Joe˝ Katz, del Consejo asesor de esta Fundación. Falleció a la edad de 91 años después de una batalla contra el cáncer. El Dr. Katz obtuvo su licenciatura y su doctorado en música en la UCLA, fue etnomusicólogo, intelectual, profesor académico, músico e investigador. Beneficiario de múltiples becas de investigación, incluidas las becas Fulbright, Guggenheim y NEH, el Dr. Katz fue profesor en las Universidades de California en Davis y en Santa Cruz, decano de Música en el York College y profesor asociado en distintas universidades de Estados Unidos y Canadá. Miembro de la American Musicological Society, de la American Society for Jewish Music, del International Folk Music Council, de la Society for Ethnomusicology. Editor de las revistas Ethnomusicology, Musica Judaica y del Yearbook of the International Council for traditional music.
Colaborador de numerosas publicaciones enciclopédicas (Grove Dictionary, Encyclopaedia Judaica) escribió una extensa bibliografía sobre la etnomusicología en España con más de siete mil entradas. Autor de numerosos trabajos sobre la música sefardí en colaboración con los también profesores Joseph Silverman y Samuel Armistead, fue el biógrafo de Kurt Schindler, el músico berlinés que realizó en España las primeras grabaciones de campo en la segunda década del siglo XX.
La Fundación echará de menos su generosa colaboración y su enorme bagaje intelectual y humano. Descanse en paz.
Baldomero Cateura fue el inventor de la denominada «mandolina española», instrumento muy utilizado en las formaciones de pulso y púa hasta la segunda década del siglo xx. Para su realización se basó en la bandurria, conservando la afinación del instrumento, porque consideraba que esta afinación era la más conveniente para tocar música popular española, aunque con 6 cuerdas simples en lugar de las 6 cuerdas dobles de la bandurria. La invención de la mandolina española dio como resultado una familia de cuerda punteada que Cateura quiso reunir en una orquesta de instrumentos españoles de cuerda simple: Mandolina en La (tiple, afinada como la bandurria); mandolina en Sol (tiple segunda); lautino u octavilla en Mi (contralto); laúd en La (tenor); laúd en Sol (barítono) y archilaúd en La (bajo). Para sostener la mandolina reinventó el trípode («la trípode», decía él) que ya había patentado en 1835 Dionisio Aguado, que sujeta el instrumento en solo dos puntos de apoyo mientras se toca.
Para la mandolina española, Cateura escribió un método que tituló Escuela de Mandolina Española (1898), considerada la verdadera aportación del inventor a los instrumentos de plectro españoles por su solidez técnica y novedades en el arte de ejecutar. Una de las características que trató de perfeccionar fue la afinación –imperfecta en las mandolinas de doble cuerda–, que él mejoró dividiendo en partes la cejuela inferior.
Alrededor de 1900, promovió la sociedad musical Lira Orfeo en Barcelona, de la que fue socio fundador y que se compuso, con los instrumentos citados anteriormente, como orquesta de pulso y púa. Influyó en el músico de Matapozuelos (Valladolid) Félix de Santos Sebastián (1874-1946), quien popularizó el uso de la mandolina española y su método con su Escuela moderna para mandolina española y bandurria (1906).
Las guerras que emprendió el ejército español en África fueron seguidas por el pueblo con justificada preocupación (muchos jóvenes morían lejos de su hogar y su familia) aunque no faltaran nunca las manifestaciones entusiásticas de apoyo a quienes, sin apenas remuneración, defendían una bandera hasta la muerte. Muchas de esas manifestaciones se traducían en ocasiones en emotivas despedidas a los barcos que zarpaban, otras en la ayuda de industriales, artesanos y gente del común que se ofrecía, una vez iniciada una contienda, a proveer vendas y apósitos para los soldados heridos. Tampoco faltaban las rifas de objetos (panderetas y banderas incluidas) para obtener recursos con los que aliviar la penuria de los valientes.
Éste puede ser el origen de las preciosas y diminutas panderetas (unos 6 cms. de diámetro) que representan a un soldado y a un oficial del ejército español durante la campaña del Rif de 1893. Esa campaña, denominada también «primera guerra del Rif» o «guerra de Margallo», enfrentó al ejército español con las tribus que habitaban en los alrededores de Melilla. La imprudencia de Juan García y Margallo, gobernador de Melilla, al construir una fortificación al lado del enterramiento de una persona considerada santa por la población tribal –Sidi Guariach–, puso en pie de guerra a más de 6.000 cabileños que atacaron la ciudad de Melilla. Durante una de las batallas falleció el general Margallo de un tiro en la cabeza, siendo sustituido en el puesto de gobernador por el general Macías.
Para que cualquier planta brille y se vea sana, floreada y vigorosa deben cuidarse, en primer lugar, sus raíces. Pues igualmente, para que una cultura continúe echando hojas, alargando sus ramas y haciendo brotar las más hermosas flores debemos acudir al mimo de su raigambre.
¿Cómo conseguirlo? La solución es sencilla, pero requiere de equilibrio y evitar ese mal tan endémico del péndulo de España, y por ende de Castilla y León, quienes, según Américo Castro, hicieron España para que ésta deshiciese Castilla (y León); donde pasamos de un extremo a otro en lugar de alcanzar la justa medida central.
La solución se encuentra en la comunión público-privada y el cuidado y fomento de lo que denominamos lo nuestro. Debemos alcanzar un acuerdo marco con las administraciones, dando igual quien gobierne, para el fomento (desde la escuela hasta las programaciones habituales de teatros y festejos) de la música y el folclore autóctono y la creación a lo vasto de nuestro territorio, sin olvidar que somos la región más grande la Unión Europea, de festivales de raíz para que este sonido sea habitual en los oídos y el cerebro de nuestros ciudadanos. Recordemos que la música está en la base del conocimiento y es el último resto de recuerdo en nuestra memoria y lo que hace troquelar en una sociedad a individuos inmigrantes y afincados, tal y como afirmaban Lorenz, desde la Psicobiología, y De Diego desde la Psicología Social.
Por todo ello debemos reivindicar la necesidad, sin patrioterías ni necedades, de la creación de un convenio entre las distintas administraciones y las empresas culturales para que no se pueda olvidar, ni obviar, nuestra música en toda manifestación cultural de carácter popular y escénica en los municipios de nuestra comunidad autónoma.
Ya contamos, y desde hace una década, cosa que no es baladí, con el programa estrella de audiencia de TVCyL 7 cada sábado en horario que denominaremos puntero por no usar el anglicismo habitual, Con la música a todas partes, pero nos vemos en la carestía absoluta de la relevancia que debería tener más allá de ese espacio catódico.
Es por esto que, desde este rincón de la cultura que es esta publicación, debemos pedir, con humildad, pero con orgullo por todo un milenio de sonidos que atesoramos, que ninguna entidad pública ni privada con poder económico suficiente olviden que sin raíces nos convertimos en hojarasca lanzada al viento y como bien afirmó Camilo José Cela en uno de sus discursos más memorables: «mil veces se hundió la economía de Roma y siguió habiendo imperio. Una sola vez cayó su cultura y desapareció Roma».
Nuestro compromiso es con cada persona que nace o nació en esta tierra o que decidió quedarse entre nosotros, para que el legado no se olvide ni sus raíces sonoras sean exhumadas y quemadas en uno de esos altares modales o meras muletas para gente carente de perspectiva que son la globalización y la priorización de necesidades. Desde luego que si alguien puede hablar de globalizar es este territorio que fue desde donde se ordenó el viaje de Colón a las Indias por el oeste en 1492, la circunnavegación en 1518, la tornavuelta, en 1569 o la creación de algo tan universal como los Derechos Humanos, en 1550, por no hablar de una fecha fundamental para la estructura política mundial actual, el parlamentarismo, en 1188. Y respecto al tema de las prioridades huelga decir nada tras la frase atribuida a Cela en el párrafo anterior, pero, dado el origen cristiano de esta región y los dos reinos que la componen, iremos al evangelio de Mateo para citar su capítulo cuarto «no sólo de pan vive el hombre».
Por todo ello, y por una miríada más de detalles que en un solo artículo sería imposible de abarcar y escribir, reivindicamos que cada ayuntamiento, mancomunidad, diputación y la propia comunidad autónoma incluyan en su catálogo cultural un festival de música de raíz castellana y leonesa, de nuestro folclore y todo aquello que nació en un camino desde un rincón de las Merindades, una calle de Salamanca o un palacio de León y que desde Ávila, Zamora, Soria, Palencia o Segovia salió para recorrer España y Portugal para luego, desde Valladolid, donde se negociaban los empréstitos con medio mundo y se dictaban leyes que creaban universidades o exportaban imprentas; se extendió al resto del orbe.
No queremos ser algo del pasado sino el presente y, sobre todo, del futuro frente a los mil ataques que recibimos cada día sólo porque «no tenemos –como decía bromeando muy en serio Chumi Chúmez– un idioma que arrojar».
Nos encantaría que la legislación regional incluyese esta exigencia nacida no de los grupos ni de las empresas culturales sino de Las Cantigas de Alfonso X, el Cantar de Mio Cid o Las Lamentaciones de Jeremías, hechas música por Tomás Luis de Victoria. Es ahí y en un millón más de composiciones y cantos populares donde hallamos la fuerza para esta petición repleta de necesidades y carente de necedad.