Hace 25 años salió el primer número de Parpalacio, el boletín de esta Fundación, que apareció impreso en papel con un original diseño de Juan Antonio Moreno y con las noticias referentes a la constitución del Patronato de nuestra entidad, que entonces formaban la Diputación de Valladolid, la Junta de Castilla y León, la Universidad de Valladolid, Caja España y Joaquín Díaz.
Trimestre a trimestre, y a lo largo de 100 entregas ya que se comenzó con un número 0, se ha venido informando a los más de 2.000 suscriptores acerca de la actividad de la Fundación o de cualquiera de sus miembros, bien en trabajos relacionados con la defensa y difusión del patrimonio tradicional, bien en otros empeños que han ido creando una repercusión económica en la zona cercana a Urueña y en el propio municipio.
Durante estos años la Biblioteca y los archivos han ido creciendo hasta sobrepasar los 50.000 documentos y libros. Se ha mantenido una actividad constante en materia de exposiciones y simposios, principalmente en Urueña y Valladolid y, aunque ha descendido el número de conciertos con respecto a los primeros años, nunca han faltado actividades musicales, especialmente desde el año 2016 en que comenzó a desarrollarse la Academia de Música Antigua con la generosa colaboración de la Bodega Heredad de Urueña.
En cuanto a la parte museística se han afianzado las cuatro colecciones que se ofrecieron ya desde el año 1991, fecha de apertura del Museo, referentes a pliegos de cordel, grabados de trajes, campanas (con la colaboración de Campanas Quintana, de Saldaña) e instrumentos musicales (con cerca de 500 instrumentos expuestos) a la que recientemente se agregó la colección de fonógrafos y gramófonos de Luis Delgado y Gema Rizo.
El archivo de cultura inmaterial puede ser ya consultado en parte desde cualquier lugar del mundo gracias a un convenio con Wikipedia, que contribuyó a hacer audibles casi 22.000 grabaciones de las más de 40.000 que contiene la fonoteca. Atendiendo a las provincias de nacimiento de los intérpretes, se puede constatar que los documentos orales recogidos por la Fundación son principalmente de Castilla y León. Las nueve provincias de la Comunidad figuran en los nueve primeros puestos del listado de provincias natales de los intérpretes y entre todas ellas abarcan un 93,91% de las grabaciones. La provincia de Castilla y León con menos registros, Soria, tiene más del doble que la primera provincia no castellana y leonesa, Huesca. El listado está encabezado por Valladolid, seguida de Palencia, sumando entre ambas más de la mitad de las grabaciones. Las primeras grabaciones con las que cuenta la fonoteca de la Fundación son del año 1929 y las últimas (por ahora) de 2020. No obstante, la época dorada transcurre entre los años 1976 y 1997, con un 82,94% de las grabaciones, y muy especialmente entre 1981 y 1987. En esos 7 años se efectúa el 41,68% de las mismas. 1984, con un 9,33% sería el cénit de la producción. Son los años de más intensidad de recopiladores como Antonio Sánchez del Barrio, Modesto Martín Cebrián, José Manuel Fraile Gil o el propio Joaquín Díaz (junto a sus colaboradores habituales José Delfín Val, Félix Pérez o José Antonio Ortega, entre otros). Después del acusado descenso en los últimos años del siglo XX, el siglo XXI se inicia con un repunte en la actividad recopilatoria, de la mano principalmente de Carlos Porro, responsable de la fonoteca de la Fundación.
Respecto a las publicaciones, se pasó –por razones obvias– de publicar la Revista de Folklore en papel a hacerlo de forma digital –con la colaboración de Luis Vincent en maquetación, producción y diseño–, alcanzando en poco tiempo más de un millón de visitas anuales a la página. A las colecciones publicadas desde 1985 sobre antropología, etnografía, arquitectura popular o literatura –con más de treinta títulos–, siguieron las ediciones digitales con las actas de los simposios y otras colaboraciones que, de momento, constituyen una apreciable biblioteca de 34 títulos.
La labor que se inició en 1985 tras la aprobación de un centro de documentación por parte de la Diputación de Valladolid, ha continuado desde la instalación de dicho centro en Urueña, incrementándose la tarea con publicaciones, simposios, conferencias, exposiciones y colaboraciones con otros centros similares de todo el mundo y, por supuesto, la actividad presencial museística que atrae cada año a la Villa a más de 10.000 visitantes y convoca a otros tantos en las distintas muestras que se organizan en diferentes provincias de España.
Museo de La Casona
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Museo de Campanas
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4 de marzo de 2020
Iglesia Penitencial de Nuestro Padre Jesús Nazareno. Calle Jesús, 3, 47001 Valladolid
El 4 de marzo de 2020 tuvo lugar el Pregón Nazareno a cargo de Joaquín Díaz, a las 21:00 horas, en la Iglesia Penitencial de la Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno de Valladolid (calle de Jesús, junto a la Plaza Mayor).
Página web de la Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno >
Alcalde Presidente de la Insigne Cofradía Penitencial de Nuestro Padre Jesús Nazareno, Autoridades, hermanos cofrades, señoras y señores:
Fray Diego José de Cádiz, celebérrimo predicador de finales del siglo XVIII, recorrió España entera contagiando de ardor religioso a las gentes que acudían a escucharle fervorosas y expectantes. Su palabra, fácil y convincente, colmó de entusiasmo y devoción las mentes y el corazón de cuantos cristianos asistían a sus especiales misiones. Siempre delicado de salud (murió a los 51 años) y siempre preocupado por su alma y la de los demás, escribió numerosísimos sermones y versos piadosos, amén de un centón de cartas a sus confesores y guías espirituales. A través de una de esas misivas, escrita después de alguno de sus numerosos viajes por Andalucía, podemos imaginar a Fray Diego describiendo minuciosamente la circunstancia en que, transportado por una mística fuerza, hace de la cruz su bandera y del Viacrucis el camino físico de perfección espiritual:
Esta fue una función devotísima y muy solemne; es de suponer que en todo el pueblo no había una sola Cruz por las calles, plazas ni campos; esto me movió a disponer, de acuerdo con el Sr. Gobernador, muy amigo mío y hombre piadosísimo, sensato, anciano, y ejemplar, el colocar la Santa Cruz en los sitios públicos. Para esto, congregados los pueblos la mañana del día 27, revestido yo con alba y capa pluvial, y acompañados de dos señores Vicarios, uno el de la misma Carolina, y otro el de Arjona llevando cada uno su cruz de madera, labrada, como de a vara, y yo otra de a dos varas y tercia de largo y de cuatro dedos de grueso, abrazado con ella, salimos de la Iglesia con repique de campanas, y fuimos en forma de procesión cantando el Rosario y nosotros tres rezando el Miserere y fuimos a un alto, como medio cuarto de legua de la población, puse mi cruz clavada en tierra, hice la bendición solemne, como la trae el Ritual Romano, y con ella las otras que traían los acompañados y otros sacerdotes, se hizo la adoración y nos volvimos al pueblo, en cuyas plazas y sitios más principales pusimos otras seis, con mucha devoción y consuelo de todos, llorando muchos de gozo y ternura. Yo estaba con una alegría y lleno interior bastante notable; volvimos a la Iglesia y se concluyó con el Te Deum, y a las doce subí al balcón y les hice una muy devota plática de los misterios de la Santa Cruz, de la devoción y veneración que debíamos tenerle, y de su mística inteligencia para nuestra enseñanza. Encargué se pusiesen en todos los pueblos nuevos, y además que en cada uno se pusiese la Vía-sacra, y así lo prometieron los Padres Curas y el Sr. Gobernador. Dios sea glorificado por todo.
En la fecha en que se produce esta misión, la devoción de la Vía Sacra ya había sido bendecida por varios papas y fijado su recorrido en 14 estaciones. “Particularmente los franciscanos -escribe Luis Resines- habían solicitado indulgencias para esta devoción, a fin de que fueran un estímulo adicional que contribuyera a su difusión. Inocente XII confirmó en 1694 algunas de estas indulgencias para los franciscanos y para los afiliados a esta orden, como el caso de la orden tercera; un cuarto de siglo después, Benedicto XIII, en 1726, hizo extensibles los privilegios a todos los fieles, aunque no estuvieran vinculados con los franciscanos. Poco después, en 1731, Clemente XII lo extendió aún más (en sus Advertencias, del 5 de abril de 1731), concediendo las indulgencias a todas las iglesias, con la condición de que siempre las figuras o representaciones que marcaban las estaciones en el interior del templo fueran bendecidas por un religioso franciscano, con el beneplácito del obispo. Posteriormente tales indicaciones fueron confirmadas y aquilatadas por Benedicto XIV (el 10 de mayo de 1742). Esta decisión de dotar de unas ciertas condiciones tanto a las representaciones plásticas, como a la forma de disponerlas, bendecirlas y darlas pleno vigor para lucrar las indulgencias estipuladas, fijó definitivamente el número de estaciones en catorce, dispuestas en un orden preciso”.
Todavía en el siglo XVII, concretamente en 1699 se publicaba, firmada por el franciscano Joseph Monteys, una Vía Sacra, cuyo santo ejercicio se consideraba propio del tercer orden seráfico, en la que se contenían 24 estaciones muy pías y devotas para predicarse a las cruces. No es que fuesen 24 las paradas que debían hacerse en el desarrollo del acto, sino que las 12 estaciones establecidas hasta entonces tenían dos posibles estacionarios distintos con dos explicaciones cada una. ¿Cuáles eran esas estaciones? La primera, la sentencia de muerte; la segunda la cruz sobre los hombros; la tercera, la primera caída; la cuarta, el encuentro de Jesús con su Santa Madre; la quinta, la llegada de Simón Cireneo; la sexta, el lugar donde Jesús se encuentra a la Verónica; la séptima la caída segunda en la puerta judiciaria; la octava la alocución a las hijas de Jerusalén; la novena, la tercera caída; la décima el despojo de las vestiduras y el ofrecimiento de vino mirrado; la undécima el lugar en el que fue clavado en la cruz y la duodécima el agujero de la peña en que fue fijada la Santa Cruz. Los pasos entre una y otra estación estaban escrupulosamente fijados por la tradición, siendo los recorridos entre la sexta y séptima estaciones y entre la séptima y octava, los más largos, ya que debían andarse 336 y 348 pasos y dos pies respectivamente para cubrir las distancias entre el lugar en que Jesús se encontró con la Verónica y la puerta judiciaria, y entre esta salida de Jerusalén y el lugar en que habló a las hijas de la ciudad. La puerta judiciaria o puerta dorada era el más antiguo de los 8 accesos de la urbe por donde la tradición aseguraba que entraría el mesías. Los apócrifos situaban en ella el abrazo entre Ana y Joaquín al conocer su paternidad que tan bellamente pintó el Ghiotto di Bondone. Después de la conquista de Jerusalén por Saladino en 1187 la ciudad pasó a manos de los mamelucos quienes la perdieron ante Suleimán el magnífico, guerrero y legislador otomano que se encargó de reconstruir sus murallas. La tradición asegura que, al emprender esa reconstrucción, no olvidó cerrar esa puerta judiciaria para evitar que se cumpliera la legendaria profecía de que el mesías entraría por ella. Dicha tradición parece contradecirse con el hecho de que, a fines del siglo XV, en un libro de viajes que luego mencionaré, ya aparece un dibujo de la puerta tapiada, y el autor del texto, Bernardo de Breidenbach escribe: “Nos fue mostrada la puerta dorada, por la cual Cristo entró el domingo de Ramos en Jerusalén encima del asna. No dejan llegar hasta allá a ningún cristiano; empero, cualquiera de los peregrinos que vuelto a ella sus ojos mirando, hiciere oración, gana indulgencia plenaria de todas las culpas y defectos”.
En 1486, por tanto, fecha en la que aparece la primera edición latina del libro, ya estaba tapiada la puerta aunque Suleimán se encargara posteriormente de cegarla para siempre.
Pero volviendo al tema de las estaciones y sus exactos recorridos, en realidad, el recorrido completo de la vía sacra no se varió sustancialmente al añadirse las dos últimas estaciones que completaban las 14, ya que éstas eran la bajada de la cruz y el sepelio de Cristo y la soledad de María, que no suponían ningún desplazamiento para quienes realizaban la procesión y sí una posibilidad de meditar contemplativamente sobre dos momentos dolorosos y espirituales de la Pasión. A partir del breve aprobado por Clemente XII en 1731, por tanto, quedaron fijadas definitivamente las 14 estaciones que diez años más tarde confirmaría su sucesor, Benedicto XIV, ordenando que se observara sin limitación alguna todo lo dispuesto por el papa Clemente XII. Se advertía, eso sí, a partir de la última disposición, que el acto fuese dirigido por un predicador o confesor franciscano, que se leyeran respetuosamente las consideraciones correspondientes a cada estación, que si el Vía crucis se hacía dentro del templo no se hiciese durante la misa para evitar el “tumulto y perturbación” que se podían seguir de la confusión entre las dos ceremonias, y finalmente que quienes meditasen sobre la Pasión recorriendo esa vía sacra conseguirían las mismas indulgencias que si visitasen personalmente las estaciones en Jerusalén. Es cierto que el tema de la distancia que debía recorrerse de una estación a otra no se contemplaba en los breves de los papas, pero Leonardo de Porto Mauricio recordaba que “aunque no es necesario que los vía crucis tengan la misma distancia de pasos que tiene el vía crucis de Jerusalén o que deba andarse hasta que se cumpla el dicho número de pasos, sí empero será muy conveniente que las cruces se erijan en lugar capaz, con distancia proporcionada que se perciba con la vista y atraiga devoción”. Esa recomendación se publicó en 1758 en Madrid, traducida del italiano por el franciscano descalzo Fray Julián de San José, y pertenecía a un Vía crucis explanado (o explicado), escrito por el mencionado Leonardo de Porto Mauricio, en el que se detallaban los pormenores de la correcta práctica de esta devoción y se aclaraban las dudas que podrían surgir en su desarrollo para evitar “que el tesoro grande de indulgencias no se frustre”. Dichas dudas se establecían principalmente al preguntarse muchos cristianos por qué se concedían tan grandes indulgencias a un ejercicio que a partir del breve de Clemente XII podría ejecutarse fuera de los templos, corriendo el riesgo de afrontar los peligros que esta práctica podía acarrear a quienes se distrajeran fácilmente con las mundanales variedades que ofrecían las calles y los caminos, tan desviados de la principal misión de la procesión que era, en palabras de Leonardo de Porto, recordar “la representación devota de aquel viaje doloroso que hizo el amoroso Jesús desde la casa de Pilatos al Calvario”.
¿Tuvo algo que ver la conquista de Jerusalén en 1542 por Suleimán y el supuesto cierre de la puerta dorada, con la idea de que los cristianos pudiesen recordar la pasión de Cristo en un lugar que no fuese la ciudad santa? Algunos autores lo sugieren, pero no podemos olvidar que Álvaro de Córdoba, un dominico nacido en Zamora y profesor en San Pablo de Valladolid, ya había recreado, tras un viaje a los Santos lugares en 1419 una vía dolorosa en la capilla del convento de Scala Coeli a las afueras de Córdoba. Y un siglo más tarde, ya en 1517 dos frailes franciscanos, Angel de Linx y Lorenzo Morelli intervinieron ante un comerciante de la ciudad de Romans, situada en el camino a Paris, para que se creara una vía sacra física que reprodujera en siete estaciones o pilares los principales eventos del camino de Cristo hasta el Calvario. La idea, pues, no era única ni original: en Varallo, en Italia, y también en el camino de peregrinación entre Loreto y Roma, los peregrinos ya podían contemplar desde hacía años, por ejemplo, la última cena en figuras al estilo de la concebida por Leonardo da Vinci, o participar junto con imágenes de los reyes magos en la adoración a Jesús niño en el pesebre de Belén, como enseñó a hacerlo el mismo San Francisco en Greccio. Romanet Boffin, el comerciante que promovió y construyó en su ciudad de Romans esa reproducción de los santos lugares, confesaba que su recreación de la vía sacra estaba inspirada en otra similar que él mismo había contemplado en Friburgo, de modo que en los albores del siglo XVI, lejos de ser una novedad, eran muchas y diversas las manifestaciones plásticas que comenzaban a situar el recuerdo de la Pasión en un ámbito, no solo distinto al lugar en que se produjo, sino externo incluso a los templos o emplazamientos sagrados, donde ya anteriormente podían contemplarse y venerarse imitaciones de sepulcros de Cristo. Esta “interactividad espacial”, como la denominaría la investigadora Kathryn Blair Moore, permitiría a cualquier persona, y en particular a los peregrinos que recorrían con una motivación espiritual los caminos europeos, involucrarse física y personalmente en una devoción tan antigua como beneficiosa para el alma. Es cierto que tampoco convendría desvincular esos beneficios, en forma de indulgencias por millones de días que se vendían en Romans, en la Toscana, en Dobbiaco, en Friburgo, de la reforma solicitada por Lutero que criticaba la cultura de reliquias e indulgencias que había provocado el uso viciado de las mismas. Pero en cualquier caso, la costumbre del vía crucis, lejos de esas polémicas, era defendida desde mucho tiempo antes por la orden de San Francisco basándose en la tradición de que ya el santo practicaba una fórmula similar peripatética acompañada de la jaculatoria “adorámoste Cristo y bendecímoste, que por tu santa cruz redimiste al mundo”. La tradición, por tanto, existía, pero es innegable, sin embargo, que el Libro d´oltramare, del franciscano Niccolo da Poggibonsi donde se narraba un viaje a los santos lugares entre 1345 y 1350 tuvo mucho que ver en la definitiva vinculación de los franciscanos con la práctica del Vía crucis. Ese viaje de Venecia a Jerusalén del fraile menor en que tan minuciosamente se describían los caminos, los edificios, los parajes -incluso la información de que la casa de la Virgen había sido destruida probablemente por los mamelucos en el siglo XIII-, intrigaría a los peregrinos y los animaría a visitar los lugares que recorrieron los pies de Cristo. El libro tuvo más de sesenta ediciones, muchas de ellas con interesantes grabaditos en los que la imaginación permitía a un devoto situarse en tierra santa al estilo de lo que Richard Ford haría popular siglos más tarde, en pleno romanticismo, con sus readers at home, o lectores en casa…
Otros libros vinieron a añadirse a la bibliografía de viajes con abundantes detalles textuales e iconográficos. Tal vez uno de los más populares fue el titulado Viaje de la tierra santa, donde el ya citado Bernardo de Breidenbach, deán de Maguncia, transcribió sus experiencias al realizar un periplo para alcanzar los santos lugares en 1483. Erardo Reuwich, dibujante y grabador de Utrech, le acompañó e ilustró con preciosas imágenes el texto. El éxito del libro llegó a España, donde fue traducido y ampliado por Martín Martínez de Ampiés, hidalgo aragonés muy vinculado a la orden franciscana según desvela Pedro Tena en sus notas a la edición española del año 2002. Leamos siquiera un breve fragmento de su texto para comprobar el interés del autor en demostrar la veracidad de su viaje: “Del santo sepulcro hasta el Calvario, el monte donde Jesucristo fue crucificado, hay setecientos pies medidos. Hay una iglesia. Y desde el suelo hasta arriba, donde la cruz fue asentada, tiene de alto 18 pies. El agujero donde la cruz estaba puesta es de tal anchura que puede coger una cabeza como la mía, que dentro yo puse. Y el color de la sangre muy sagrada de Cristo, redentor nuestro, aún se ve en la escisión de piedra, la cual estaba a mano izquierda, donde está hecho un altar muy hermoso. El pavimento o suelo de esta capilla y las paredes son hechas de muy fino mármol y muy pintadas con doradura sutil y muy rica. El lugar donde la cruz fue afirmada es una fosa de hasta dos palmos, y tan grande y capaz, según antes he dicho, que puse yo dentro mi cabeza”. Breidenbach culmina esa parte de la descripción con el siguiente texto que augura la posibilidad de extender el recuerdo de la Pasión por todo el orbe cristiano: “¿No es maravilla que los peregrinos, y cualquier devoto y fiel cristiano, haya gana y deseo de visitar lugar tan santo y de tanta indulgencia donde Jesús, nuestro redentor, puesto en la cruz, redimió con su muerte y sangre preciosa el mundo lleno de mancillas por culpas ajenas? Oh lugar digno para poner sello a nuestra memoria, que si no podemos verle con los ojos, que le visiten las voluntades, pues de ahí se obró la redención y salud humana”…
Desde la aparición de ese Viaje de la tierra santa, muchos otros escritores, principalmente franciscanos, escribieron y predicaron sobre el ejercicio piadoso del vía crucis y, con total independencia de aquellos aspectos que por su descripción paisajística o monumental estarían más relacionados con la literatura de viajes, insistieron en el carácter verdaderamente espiritual de la costumbre, muy provechosa para la salvación y fácil de llevar a cabo sin necesidad de ir a Tierra Santa. Ya en 1686, Fray Buenaventura Tellado había dejado escrito en su Manojito de flores en tres ramilletes: “En este santo ejercicio -se refiere al vía crucis- uno de los principales de mi religión seráfica, como herencia derivada de Cristo y su purísima madre a los hijos de San Francisco, su fiel traslado, a cuya vigilancia y cuidado fió la Santa Iglesia la custodia, manutención y culto de los santos lugares de Jerusalén y toda la tierra santa. Cumplieron y cumplen con tal desvelo, que en premio de celo tan seráfico, trasladó la Santa Madre Iglesia los Santos Lugares (en el Vía crucis) a sus claustros, y de éstos a todo el mundo, para utilidad y consuelo de todo fiel católico. No sufre la caridad vivir sin comunicarse, y así, exploradores fieles de la ley de gracia, no contentos con solo traer las señas de la tierra de promisión, se empeñaron en cargar con todas sus delicias hasta introducirlas a los fieles en sus mismas casas”.
Y termina: “Consta de repetidos indultos apostólicos, por cuya concesión, visitando la vía sacra, y cualquier cuadro, cruz, pintura, capilla o iglesia puesta y fundada en cualquier parte del mundo por cualquier hijo o hija de alguna de las tres órdenes de nuestro padre San Francisco en representación y memoria de aquellos santos lugares, gana las mismas indulgencias que a dichos santos lugares están concedidas”. No olvida fray Buenaventura advertir que existe una bula en la que se mencionan las “penas y precauciones contra los que, presuntuosamente incrédulos o mal intencionados se opusieren a éste o cualquier otro indulto y privilegio de nuestro seráfico instituto”.
La importancia de la voluntad y del interés personales en la práctica de la vía sacra, independientemente del tamaño de la cruz portada o del lugar en que se hiciese el recorrido, volvía a aparecer en el libro que Fray Francisco de Villanueva y Buitrago escribía en 1772. En esa Instrucción de terceros escribía lo siguiente: “No me persuado se encontrará algún hermano tercero tan simple que juzgue se ha de salvar con solo vestir el hábito de la Tercera Orden. El hábito no hace al monje, sino la práctica de las virtudes y pura observancia del instituto que profesa. La salvación no depende del vestido: tan vestido de apóstol estaba Judas como San Pedro y no por eso se salvó, ni por haber entrado en el apostolado…En el cielo son muchas las mansiones y en el mundo son varios los caminos por donde se va a la Gloria. En todos está Jesucristo llamando a que le sigan, y no los llama a todos por un mismo camino. A unos los llama y lleva por el camino de San Pedro, a otros por el camino de Santo Domingo, a otros por el de San Francisco, y así de los demás….La perfección no consiste en llevar una cruz grande y pesada sino en llevar cada uno su cruz y seguir con ella a Jesucristo por el camino que le guía”.
Todos los textos precedentes y otros similares, por tanto, fueron el sustrato sobre el que sembró Fray Diego José de Cádiz, mencionado al comienzo de este pregón, sus misiones y su devoción a la cruz. Su predilección por este ejercicio queda patente en muchos de los relatos que otros autores de su tiempo hicieron sobre él: “Los viernes del año acompañaba al pie de la cruz a nuestra Señora las tres horas que el Señor estuvo pendiente en ella antes de expirar; lo que repetía en otros días, y, en tiempo no precisado a que fuese desde las doce del día hasta las tres de la tarde, las hacía cuando podía de noche o de día; y lo mismo ejecutaba con el Víacrucis, acompañando a esta Señora como si la viese en espíritu dolorida, amorosa y compasiva visitar los mismos sitios de la Pasión de su santísimo Hijo; este santo ejercicio lo hacía de noche y de día y en cualquier sitio o lugar, hasta caminando, según la posibilidad tenía, sirviéndole de cruces o calvario el mismo crucifijo que llevaba al pecho muchas veces”.
La devoción de Fray Diego hacia el Víacrucis y la seguridad en los efectos que podían obtenerse con su práctica le llevaron en una ocasión, en este caso en Estepa, a predicar durante un sermón dedicado al perdón de los enemigos cómo debía el cristiano comportarse con sus presuntos rivales, y todo ello la misma tarde en que le contaron que una señora había recibido a un vecino con el que estaba enemistada tirándole una silla a la cabeza. “Lo sentí -refiere Fray Diego- pero no me moví a cosa alguna: Yendo ya por la calle para la plaza, y llevando el crucifijo grande reclinado sobre el pecho y el brazo izquierdo, me sentí dar un vuelco el corazón y moverme a no hacer ningún acto de contrición aquella tarde”…Fray Diego, en vez de exhortar al pueblo a que se arrepintiese de los odios que allí había, optó por retirarse estratégicamente y dejar a Estepa en manos de la Providencia. “Les exhortaba como Cristo mi Señor a Judas, que siguiesen sus designios de ofenderle y aumentar sus culpas. Y que en esta inteligencia me retiraba dejándolos en mano de su mal consejo…De esto resultó conmoverse el pueblo de modo que algunos a voces decían sus culpas y pedían confesión. Se hicieron desde aquella noche por todas las restantes muchas procesiones de penitencia y Vía crucis. El clero por comunidad salió a las 10 o más de la noche rezando el miserere, cantando zaetas, etc.”
Sabemos el éxito que tuvo y aún tiene el Miserere cantado “Ten mi Dios, mi bien, mi amor, misericordia de mí”, texto traducido del salmo 50 que se atribuyó durante mucho tiempo a Fray Diego y que finalmente resultó ser del obispo Manuel Azamor Ramírez. Probablemente no es casualidad que, tras la muerte del capuchino, considerado como santo en vida y a quien sus biógrafos achacan hechos considerados como milagrosos, algún seguidor fervoroso se aprovechara de la popularidad de la traducción para incluirla en la bibliografía abundante de Fray Diego ya que el texto, espiritual e inofensivo, sólo era expresión de una religiosidad sin tacha y mostraba, a través de 20 preciosas décimas, el fino sentimiento y el sincero fervor de un prelado al que las circunstancias políticas y terrenales alejaron de su propio país. No me parece, sin embargo, que una traducción tan delicada y sensible como ésta tenga que ver con el espíritu ardoroso y combativo que exhibió siempre Fray Diego. Bastaría con leer el texto El soldado católico en guerra de religión para darse cuenta de qué poco necesitaba el capuchino de Cádiz para tomar las armas y usarlas. En fin, como digo, algo sabemos acerca de ese Miserere que todavía se canta en algunos pueblos de España, pero ¿qué eran esas zaetas a las que se refiere Fray Diego? Parece indudable que un tipo de canto muy ligado a las misiones, en forma de avisos o sentencias, se interpretaba por las calles especialmente a lo largo del Viacrucis. En el mencionado texto del siglo XVII denominado Vía Sacra y debido a Fray Joseph Monteys, se explica de forma precisa cómo debe hacerse la procesión y desde la primera estación se incluyen algunos versos que bien podrían ser cantados:
Considera alma perdida
que en aqueste paso fuerte
se dio sentencia de muerte
al redentor de la vida.
Alma, en este paso advierte
que has caminado perdida,
pues por tus culpas la vida
está condenada a muerte…
Maximiano Trapero, en su estudio ejemplar sobre la décima en el mundo hispano, propone una serie de publicaciones sobre el Vía crucis que siguen un orden cronológico empezando por un texto de Diego de Santiago, carmelita descalzo que en 1741 publica una Honra y provecho en el ejercicio sacro del Vía crucis, en el que cada estación se ilustra con seis redondillas “para que entre estación y estación vayas cantándolas o rezándolas -propone el autor-. Si quisieres, todas; si no quisieres, algunas; y en fin serán muchas, para que si gustas escoger, tengas en qué; y si las estaciones están dilatadas, tengas qué decir”.
La primera estación comienza con los versos:
Contempla aquí a tu Señor
desnudo y avergonzado
y duramente azotado
solo por tenerte amor.
Mírale ya sin aliento
herido todo y llagado
deshecho, acardenalado,
desfigurado y sangriento…
En general casi todos los comienzos de esas canciones, saetas, zaetas o saetillas, como se las denomina en diferentes publicaciones, incluyen las palabras “consideración” o “contemplación” y sus versos se dirigen al alma para mover su emoción y provocar el arrepentimiento sincero de sus faltas:
Considera alma perdida
que en aqueste paso fuerte
dieron sentencia de muerte
al redentor de la vida,
repetía el franciscano Antonio Arbiol en el Ejercicio santo del Vía crucis, publicado en 1777, siguiendo los pasos y las palabras de su hermano de orden Joseph Monteys. El Estímulo de la devoción con las indulgencias concedidas a los hijos de la venerable orden tercera de nuestro padre San Francisco, que incluye un método de visitar el vía crucis, y publicado en 1820 en la imprenta de Roldán en Valladolid, publica unos versos de la Pasión de Cristo para la vía sacra que comienzan:
Jesús tan afligido,
Jesús atormentado:
llorad pues, ojos míos,
llorad por vuestro amado…
En ese mismo libro se puede leer la forma en que se ha de practicar el sagrado ejercicio y, una vez más, las excepciones que podrían darse:
“Visitando el vía crucis y meditando en la Pasión del Señor se ganan todas las indulgencias plenarias y parciales concedidas a los que visitan las estaciones de Jerusalén que consagró el Señor con sus sagradas plantas, con tal que dichas cruces estén bendecidas y puestas por algún religioso francisco, predicador o confesor, súbdito del general de la observancia, cuya concesión es del papa Inocencio XI por su breve del 5 de septiembre de 1686, confirmada por Inocencio XII y Benedicto XIII, Clemente XII y Benedicto XIV por su breve Cum tanta sit, de 30 de agosto de 1741…Nuestro santísimo padre Clemente XIV por su rescripto dado en Roma el día 26 de enero del año de 1773 concedió a los verdadera y legítimamente impedidos de poder visitar el Calvario, el privilegio de ganar las mismas gracias e indulgencias con tal que, teniendo entre las manos un crucifijo de metal, bendito por prelado, aunque sea local, de la orden de nuestro padre San Francisco, meditando en la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, rezasen catorce paternoster y catorce avemarías y la estación mayor”.
Y concluye con un apunte sacado de la tradición cristiana:
“La reina del cielo fue la primera que anduvo el viacrucis en el tiempo de la Pasión de su Hijo, y después la frecuentó toda su vida. Así lo escribe el oráculo de Agreda (se refiere a la mística y visionaria Sor María de Agreda) y así se lo significó Nuestro Señor Jesucristo a la venerable Madre Antigua, a quien dijo: Al alma que me acompañase en la devoción de la Vía Sacra, rezando mis estaciones y meditando en los misterios de mi Pasión, la libraré de sus pecados y la favoreceré en vida y muerte; y en el lugar o casa donde tuvieren esta devoción de la Vía sacra ampararé a todas las personas que viviesen en dichas casas y lugares”.
Respecto al origen de todas esas tiras de versos que acompañaban cada estación, escribe Maximiano Trapero que “su atribución de autoría aparece de una manera muy liberal en esas reimpresiones, siendo el nombre del beato Diego José de Cádiz el más frecuente, por la fama extraordinaria que alcanzó en vida como el misionero perfecto, y más aún por el prestigio que tras su muerte le concedió su beatificación”.
Ya en el siglo XIX, pero con acentos barrocos todavía, aparece un texto cuya importancia voy a reseñar por tratarse de la fórmula más apreciada y popular de todas las conocidas y la que se ha seguido usando, especialmente en el medio rural, hasta nuestros días. A las preces usuales que aparecen casi indefectiblemente en todas las versiones del Vía crucis desde el siglo XVII, viene a unirse en este caso un texto cantado cuya métrica y ritmo interno, lejos de poder ser considerados saetillas, no fueron extraños a algunas invenciones de Calderón de la Barca. Antonio Alatorre, en su obra Cuatro ensayos sobre arte poética denomina al esquema que sigue la composición poético-musical “esquema de Marizápalos”, haciendo referencia a la estructura interna que ya poseía una de las canciones más populares del barroco español. El tema tomaba el nombre de Marizápalos con el que se conocía a María Inés Calderón, hija adoptiva de don Pedro Calderón de la Barca y amante del rey Felipe IV. El mismo Calderón utilizó de forma prolija esa fórmula que iba encadenando cuartetas de 10 y 12 sílabas:
Despertad, despertad israelitas
del pálido sueño en que ociosos dormís…
El esquema, muy del gusto de poetas posteriores, como Sor Juana Inés de la Cruz, parecía ir -por su ritmo interno y sus cadencias- casi siempre ligado al sonido de una guitarra, instrumento musical que estaba tratando en esa época de encontrar su acomodo como instrumento de cuerda rasgueado y popular. El mencionado Antonio Alatorre sugiere varios ejemplos más de su paradigma: “He aquí ahora un ejemplo de Salazar y Torres (se refiere a Agustín de Salazar y Torres, poeta soriano del siglo XVII). Al final de la loa de El encanto es la hermosura, los personajes alegóricos celebran el cumpleaños de la reina, cada uno en una cuarteta:
De ese trono de ardores divinos
estrellas hermosas, llegad y venid;
y constantes, amantes, brillantes,
con voces de luz, a la luz aplaudid…”
Según Alatorre el esquema sigue sirviendo de cauce años más tarde para que poetas como Gustavo Adolfo Bécquer, Rubén Darío o Juan Ramón Jiménez expresen en sus obras respectivas elevados sentimientos. Estaríamos hablando, por tanto, de un contrafactum basado en un esquema que resulta tan familiar al oído de los españoles que invita a repetirlo y usarlo con éxito. La costumbre de "contrahacer" es antiquísima. El contrafactum es, desde la época de la liturgia visigótica, un poema que se canta sobre la base de una melodía popular adaptada a la medida del texto. Nebrija mencionaba en su vocabulario la palabra "contrahazimiento" con la significación de imitatio o representatio, o sea imitación o representación. El hecho de "contrahacer" llevaba consigo dos actividades: concebir una idea (también se podría aceptar que la idea fuese de otro) y ajustarla a un molde ya existente que, como he dicho, se usaba como modelo. Cualquier cancionero de romances que eligiésemos del siglo XVI español nos serviría como ejemplo porque siempre aparecerían en sus páginas las palabras "contrahecho", "mudado" o "trocado" para definir una acción que permitía transformar un modelo previo en una nueva canción. Es evidente que ese acto de birlibirloque servía para modificar o sustituir un texto con muy poco esfuerzo y que las melodías o esquemas melódicos que constituían la base de ese acto de magia tenían que ser necesariamente tan familiares como populares para poder llevarlo a cabo con eficacia. El contrahacimiento, desde su origen, por tanto será un recurso por medio del cual una persona, generalmente un comunicador, tratará de ajustar sus ideas a un metro preestablecido para comunicar algo más eficazmente: bien por la vía de una transformación calculada del modelo anterior, bien con la fuerza de una nueva propuesta, dando valor intelectual o emocional a sus argumentos.
Pero volvamos al texto del Vía crucis. La fórmula a que me vengo refiriendo, la más popular repito de las practicadas en los últimos tiempos, se denomina en casi toda España “El Poderoso”, aludiendo a la palabra con la que comienza:
Poderoso Jesús nazareno
de cielos y tierra rey universal
Hoy un alma que os tiene ofendido
pide que sus culpas queráis perdonar…
El autor anónimo de este Vía crucis recurre a una especie de diálogo entre el alma y el mismo Jesucristo, quien la interpela directamente siguiendo un relato de la Pasión ajustado a la tradición cristiana y a las estaciones que se fijaron desde el siglo XVIII. Cristo contesta al propósito de enmienda del alma con las siguientes palabras:
Jesucristo piadoso responde
diciéndole al alma: -¿Quieres acertar
a servirme? Procura contrita
todos tus pecados muy bien confesar…
Tras las primeras recomendaciones, comienzan las glosas que irán comentando uno a uno todos los pasos del Salvador hasta llegar al Calvario:
Del pretorio a casa de Pilatos
será la primera estación que andarás
y verás que azotaron mi cuerpo
seis fuertes verdugos hasta se cansar…
Estos versos decasílabos y dodecasílabos se enriquecen progresivamente con una consideración añadida en cada estación que encabeza la frase “sígueme y verás”…
Sígueme y verás
Que Pilatos sentencia de muerte
me dio, procurando al César agradar.
La segunda estación es adonde
apenas oyeron la sentencia dar
los verdugos la cruz me pusieron
en hombros y aprisa me hacen caminar…
El autor, probablemente un franciscano, echa mano de innumerables recursos, del mismo modo que aprovechó un esquema rítmico muy español, para ir acentuando rígidamente los versos de diez en las sílabas tercera, sexta y novena y los de doce en la segunda, quinta, octava y duodécima. Si nos fijamos, es el mismo esquema que se repite en otros Vía crucis como el que comienza “Acompaña a tu Dios alma mía cual vil asesino llevado ante el juez”, y en temas tan conocidos como aquel rosario de la aurora que se vino a hacer popularísimo en toda España con el título de “Los campanilleros”. El martilleo de la acentuación que podría generar fastidio -en opinión de Alatorre- y que probablemente era reforzado con el sonido de la campana de mano del muñidor de la cofradía, se enriquecía en el caso de la versión grabada en 1929 por Manuel Torre con algunos melismas personales que tres años más tarde fijaría definitivamente la Niña de la Puebla y que eran imposibles para el canto colectivo de los hermanos. Que estos rosarios de la aurora fueron popularizados también por los franciscanos, queda patente en algunos versos:
El demonio como es tan astuto
en una avellana se quiso meter
y vinieron los padres franciscos
y lo machacaron con un almirez…
En fin, a través del breve recorrido que hemos realizado por la historia del Vía crucis hemos podido observar una piadosa costumbre, la de rememorar los hechos de la Pasión y muerte de Jesucristo, considerada como un ejercicio devoto a partir de su difusión y encarecimiento por parte de la orden franciscana. Desde mediados del siglo XIV, la orden se hizo cargo del Cenáculo en Tierra Santa, obsequio del rey Roberto I de Nápoles en 1333, y continuó su labor doctrinal, añadiendo a su presencia física en unos lugares que según las épocas supusieron un peligro incluso para la vida, una labor apostólica por medio de la práctica de la vía dolorosa, vía sacra o camino de la cruz. Numerosos escritores y predicadores, tanto de la orden de San Francisco -incluyendo los menores capuchinos y los terceros- como de otras, implicadas en la difusión del ejercicio piadoso del Vía Crucis, colaboraron con gran número de publicaciones y misiones a hacer más popular la devoción.
El centenario que se cumplirá el día 30 de este mes merecerá seguramente publicaciones o conferencias que reflejen la importancia de una costumbre que se ha mantenido a lo largo de una centuria, con los altos y bajos lógicos en una devoción que depende de personas e instituciones vivas y activas. No estará de más, sin embargo, que dedique unas palabras al hecho que dio origen al vía crucis procesional que todos los años se celebra en Valladolid dentro de los actos de su Semana Santa, patrimonio cuidado especialmente por las venerables cofradías y orgullo para toda la ciudad.
El 30 de marzo de 1919, en la localidad santanderina de Limpias, finalizaba la misión que había sido conducida por los padres capuchinos Anselmo de Jalón y Agatángel de San Miguel. La misión había sido costeada por Carolina del Rivero, oriunda de Limpias y viuda de José Domingo Reyes Medrano. Después de la comunión en la misa del día 30 se produjo una serie de hechos extraordinarios que dieron origen a la devoción, difundida después por toda España, al Cristo de la Agonía que se veneraba en la iglesia parroquial de San Pedro de la localidad de Limpias. Asistentes a la misión hablaron de la entrañable y cariñosa despedida que se organizó al salir los padres Jalón y San Miguel del pueblo. “En esta explosión de sincerísimo cariño hacia los padres capuchinos -escribe el padre Andrés de Palazuelo, profesor de Montehano-, muchas fueron las personas que grandemente sobresalieron, siendo digna de especialísima mención la virtuosa y prudente señorita Luz Medrano del Rivero”.
María Luz Medrano del Rivero, muy relacionada con la familia Herrera Oria, con uno de cuyos hermanos se casó (en concreto con Francisco), no solo se destacó en hacer más emotiva aquella despedida sino que probablemente tendría bastante que ver en la elección de Valladolid -en cuyo Colegio de San José estudiaron todos los hermanos Herrera Oria- como ciudad en la que se celebraría justo un año más tarde el vía crucis procesional cuyo centenario ahora se conmemora. Tampoco se puede olvidar que el Diario Regional, creado en 1908 por Justo Garrán, envió un corresponsal a Limpias para que se hiciera eco de los sucesos. Finalmente, y por ser fieles a la historia, habremos de recordar al Cardenal Pedro Segura, por entonces Obispo de Apolonia y candidato frustrado a la sede de Valladolid, sede que pasaría de Cos a Gandásegui. Segura fue, después de dos visitas a la localidad de Limpias, el creador de la Asociación del Santo Cristo de Limpias, similar a la que ya existía en Valladolid del Cristo agonizante o de la Buena Muerte. La prensa de la época -recurriré tan solo a la primera página del Norte de Castilla del 30 de marzo de 1920-, expresaba su satisfacción por los cánticos que acompañaron a la procesión, interpretados por 150 tiples del Colegio de la Sagrada Familia, de los Hermanos de las Escuelas Cristianas. “La procesión -escribía el gacetillero- saldrá a las 8 de la noche de la iglesia de la Cruz y practicando el ejercicio del Vía Crucis recorrerá las calles de Macías Picavea, Angustias (hasta la iglesia), Libertad, Fuente Dorada, Quiñones, Lencería, Plazuela del Ochavo y Platerías. Al llegar la procesión a la iglesia de las Angustias, la cofradía de este nombre sacará a la puerta de aquella la veneradísima Virgen de los Cuchillos, y ante el grupo formado por ésta y nuestro Señor crucificado, se rezará la cuarta estación del Vía Crucis. Terminada ésta, se cantará solemne Salve”.
Finaliza el periodista -y yo también- asegurando que “entre los numerosos asociados de la piadosa hermandad, reina gran entusiasmo y fervor por concurrir a esta procesión, que contribuye a dar mayor solemnidad a los cultos de Semana Santa”.
Ese ha sido también mi principal interés al aceptar la amable invitación del Alcalde de esta insigne cofradía para pronunciar este pregón. Muchas gracias por su amabilidad al escucharme y buenas noches.
29 de noviembre de 2019. Madrid
El viernes 29 de noviembre de 2019 tuvo lugar en el hotel Holiday Inn Pirámides de Madrid la cena solidaria anual organizada por la «Fundación Ana de Paz». El evento incluyó la entrega de los premios «La Paz y la música», siendo Joaquín Díaz uno de los ganadores de esta edición.
La Fundación Ana de Paz es una organización sin ánimo de lucro que nació en 2015 con el objetivo de dar formación y ayuda a la infancia necesitada, ya sea por estar afectada por problemas graves de salud, o por vivir en condiciones deficientes. También promueve proyectos humanitarios destinados a la cooperación con países en desarrollo en materias de educación y sanidad.
27 de febrero de 2020. Salón Principal del Círculo de Recreo de Valladolid
El 27 de febrero, jueves, a las 6 de la tarde, en el Salón Principal del Círculo de Recreo de Valladolid, dentro del ciclo La Cultura ayer y hoy, se celebró el centenario del nacimiento del más universal de los vallisoletanos contemporáneos: Miguel Delibes.
El homenaje consistió en la lectura de un libro que, como todos los de Miguel Delibes, es un ejemplo de un castellano rico y limpio. El autor muestra en su novela, El disputado voto del señor Cayo, el problema de la despoblación de una gran parte de España; el abandono del mundo rural y de su cultura, enmarcado en los inicios de la democracia y de la lucha partidista.
En palabras de Manuel Conde, presentador del acto, “El disputado voto del señor Cayo, Miguel Delibes, de una forma muy sencilla y extraordinariamente eficaz, coloca frente a frente dos culturas, una que desaparece y otra en expansión, que es cada vez más pobre de lenguaje y de conocimientos naturales. Toda la literatura de Miguel Delibes mantiene una absoluta actualidad y El disputado voto del señor Cayo de forma muy especial”.
La lectura duró alrededor de tres horas y cada uno de los diez capítulos tuvo un lector:
El primer capítulo lo leyó Elisa Delibes, hija de Miguel Delibes y Presidenta de la Fundación Miguel Delibes.
El segundo capítulo fue leído por Ana Redondo, Concejala de Cultura del Ayuntamiento de Valladolid.
El tercer capítulo lo leyó Oscar Puente, Alcalde de Valladolid.
El capítulo cuarto Pepi Caballero, nuera y secretaria de Miguel Delibes.
El capítulo quinto Iris Barba, estudiante de 1º de Bachillerato del Instituto José Zorrilla, Instituto de referencia de Miguel Delibes.
El sexto capítulo Joaquín Díaz, socio del Círculo de Recreo y miembro de su Comisión de Cultura.
El capítulo séptimo fue leído por Gustavo Martin Garzo, Escritor.
El capítulo octavo Javier Castán Lanaspa, Decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Valladolid.
El capítulo noveno Manuel Conde del Río, socio del Círculo de Recreo y miembro de su Comisión de Cultura.
El décimo y último capítulo lo leyó German Delibes, hijo de Miguel Delibes y patrono de la Fundación Miguel Delibes, que cerró el acto.
Joaquin Diaz fue el invitado a la tertulia de la Sociedad Cultural y Gastronómica La Espiga, en Segovia.
8 de abril de 2020. Casa Revilla, Valladolid
Esta exposición es un homenaje a los impresores, tipógrafos y litógrafos vallisoletanos que desde finales del siglo XV trabajaron en la ciudad dejando un numerosísimo legado cultural en forma de material impreso. A ellos y a sus valedores, los libreros y los lectores, va dedicada esta muestra en la que, siguiendo un orden cronológico aproximado, se da cuenta de sus años de actividad (comienzo, final o año conocido de impresión de algún ejemplar). Se exponen más de 200 libros y documentos desde el siglo XVI hasta mediados del siglo XX, impresos en más de 270 establecimientos tipográficos vallisoletanos.
30 de abril de 2020. Centro e-lea Miguel Delibes. Urueña, Valladolid
Un recorrido por palabras usadas por el escritor y sus correspondientes objetos usados en la actividad agropecuaria.
Segovia, Ávila y Valladolid
«Marazuela, grabaciones inéditas» es una obra editada en gran formato de disco libro como producción de la fundación Joaquín Díaz en colaboración con el Instituto González Herrero de la Diputación Provincial de Segovia y bajo la coordinación de Carlos Porro. Quedamos a la espera, dada la situación actual, de una pronta y pública presentación que reconozca este genial estudio de Marazuela y el agradecimiento por la guarda y custodia de Eugenio Urrialde de las grabaciones aquí presentadas. La obra se acompaña de numerosos textos documentales y las correcciones que venían siendo reclamadas de tiempo atrás de los errores del Cancionero junto a un CD biográfico donde el propio Maestro relata algunos de los acontecimientos de su vida en una de las entrevistas que su discípulo y amigo Eugenio Urrialde realizara en 1969. Se incluyen además otros tres cds con 82 temas de dulzaina, canto, guitarra, pandereta, zambomba y almirez extraídos de las grabaciones realizadas en 1959, veinte partituras y un estudio de dulzaina de Alfredo Ramos. Al margen de entender la obra como un estudio costumbrista, histórico o musical deseamos que sirva, ahora más que nunca, para que la voz de Marazuela reconforte y acalme nuestro ánimo como siempre sucedió con el canto de la tradición y la memoria.
Escribir sobre Agapito Marazuela es, en todos los casos, una maravillosa búsqueda de ilusiones desconocidas, mejor dicho olvidadas, porque existían arraigadas en el alma sin saber cómo. Los que por imperativo del tiempo no nos ha tocado convivir en su época nos damos cuenta al verle, al oírle o al estudiarle, de la importancia que tiene esta tradición recuperada. Gracias a él reconocemos mejor y sabemos más de nuestros mayores. Tenemos una visión más exacta y hermosa de nuestro pueblo. Su meritoria labor guitarrística, su dedicación folklórica y su vida, son algo que no se deben olvidar, por el esfuerzo y tenacidad que representan, por su interés eterno y su generoso gesto. Impagable deuda. Si importante es la labor realizada, magnífica su condición humana y es que no debemos olvidar que el artista deber ser no un superhombre, sino un hombre mucho más humano.
Si Marazuela supo ganarse la admiración de unas provincias como dulzainero y las mejores ovaciones en las más destacadas salas de concierto con su guitarra, como folklorista le debemos devoción eterna, por su aportación, una de las más exquisitas e importantes de nuestra geografía musical hispana.
Durante unos años fui responsable del sector de música en el PCE. Al partido y a mi nos importaba más la agitación que la música en aquellos años convulsos de la Transición. Los camaradas que conocían por experiencia mucho mejor que yo, quién era quién dentro de la militancia, me hablaron de Agapito y su peripecia vital. Había oído hablar de él, porque lo mencionaban frecuentemente Joaquín Díaz, también Nuevo Mester de Juglaría, en aquellos años de intensa actividad musical y todo lo que transmitían acerca de él dibujaba un perfil intachable musical y humanamente.
Fui a conocerlo a Segovia acompañado por un amigo suyo y camarada y le hablé de la posibilidad de grabar en un estudio de Madrid lo que le apeteciera. Estaba a punto de cumplir 85 años. Conversamos toda la tarde, tenía una memoria extraordinaria, como demuestra en el impagable «Agapito Marazuela o el despertar del alma castellana», de Manuel González Herrero. Al decirle que era asturiano me habló con admiración de Eduardo Martínez Torner, musicólogo, compositor, concertista; le dije que acababa de grabar un disco con canciones populares asturianas extraídas de su Cancionero.
Qué excelente idea que la Fundación Joaquín Díaz edite cuatro CDs con 80 grabaciones y una conversación con el maestro de tantos maestros. Y qué país tan ingrato el nuestro, lo que debería ser obligación del Estado, como garante cultural, finalmente tiene que hacerlo la iniciativa personal de gente que le admira y reconoce su trabajo, su valía intelectual y moral y la huella que nos dejó para siempre. Irrepetible Marazuela.
No voy a negar que el placer que experimento al ver acabada esta obra, suple con demasía las dos décadas de espera y sueño aguardando para oír fresca la voz de Marazuela, la voz segoviana. Más de veinticinco años han pasado desde que leyera la biografía escrita por Eugenio Urrialde donde daba noticia de unas grabaciones realizadas por él al Maestro Marazuela en el magnetófono de su hermano Miguel en 1959. Fueron muchas las pesquisas en su tiempo para localizar este fondo. Preguntas a los especialistas por los registros inéditos del maestro –ávidos como estamos de estas grandes voces y repertorios–, revisión de archivos, bibliotecas y fondos sonoros, las otras ocupaciones laborales en la vida de Eugenio años ha y la pérdida final de las grabaciones originales. Di por olvidada la empresa o por lo menos arrinconada hasta la aparición de la cineasta Lidia Martín Merino con un proyecto sentido y elegante sobre una película acerca de la figura de nuestro folklorista, su dolor y su trabajo, su vida y sus quehaceres en una revisión de su obra llevada a la gran pantalla.
Lidia había emprendido la ingente tarea de realizar un documental actual de la figura del maestro que tituló «Agapito Marazuela. La estatua partida» y que estrenó en febrero de 2019. El exquisito trabajo debió de parecer a su vez cumplido y cuidado al querido alumno y amigo de Marazuela, y le cedió algunos documentos, fotografías y grabaciones sobre la figura del maestro para tal fin. Entre estos documentos se hallaba una copia de las grabaciones de 1959 que, como propietario generosamente entregó a la Fundación Joaquín Díaz para su guarda con el encargo de su edición.
Joaquín Díaz • José Luis Alonso Ponga
Edición digital de la Fundación Joaquín Díaz. 2020
269 páginas
Edición digital con los textos inéditos de investigación de los autores
Puede descargarse gratuitamente en formato PDF 1,8MB
Arturo Martín Criado
Edición digital de la Fundación Joaquín Díaz. 2020
370 páginas
Puede descargarse gratuitamente en formato PDF 68,7MB
Joaquín Díaz • Santiago Bellido
Edición digital de la Fundación Joaquín Díaz. 2020
256 páginas
Puede descargarse gratuitamente en formato PDF 4,7MB
Reedición digital del libro impreso en el año 2008.
La Fundación recibió dos importantes donaciones de libros para la Biblioteca:
La primera llegó por el fallecimiento de Socorro Vidal, muchos años archivera en la Chancillería de Valladolid, cuya familia donó buena parte de su biblioteca especializada en temas de paleografía, archivística e historia.
La segunda vino gracias a la generosidad de Fernando Manero, catedrático de geografía y brillante premio Castilla y León de Ciencias Sociales y Humanidades de 2019. Manero es una de las personalidades más destacadas en el campo de la Geografía y en la ordenación del territorio. Preocupado desde sus primeros años académicos por temas como la sostenibilidad, la identidad y el patrimonio cultural, ha sabido crearse un nombre y un prestigio incontestables en un mundo tan complejo y cambiante como el de la cultura territorial. Sus aportaciones científicas de gran valor unidas a su capacidad para comunicar de forma cercana los complejos sistemas que rigen las relaciones entre el individuo y el entorno, le han hecho acreedor de innumerables reconocimientos. Su labor desde la cátedra de la Universidad de Valladolid ha dado a todo su trabajo una dimensión didáctica y de formación impagable. Gracias a la donación de parte de su biblioteca personal, la temática referida se refuerza en la Biblioteca de la Fundación.
Se han adquirido dos instrumentos para la colección museística de la Fundación, una bandurria y una pandereta:
La bandurria fue construida a comienzos del siglo XX en la casa de Estanislao Luna:
Luna Ramón fue músico e intérprete, además de comerciante. Su establecimiento de Pamplona, en la calle Constitución 39, fabricó y vendió toda clase de instrumentos musicales durante muchos años desde su fundación en 1882. Posteriormente abrió otra tienda en Zaragoza, en la calle Coso 35, y amplió el negocio de venta de partituras e instrumentos. En su niñez y juventud fue niño de coro en la Catedral de Pamplona y violinista en la capilla de la misma Seo. A partir de 1878 fue elegido primer violín del conjunto catedralicio donde estuvo más de treinta años hasta que sus obligaciones comerciales hicieron incompatibles ambas dedicaciones. Conoció y trató a Pablo Sarasate, con quien interpretó en alguna ocasión temas compuestos por ambos. El Archivo de la música del Gobierno de Navarra tiene un fondo especialmente dedicado a Luna depositado por su nieto, Jesús Luna Agurrea
Esta bandurria fue adquirida en Valladolid y procedente de la compra en su momento en alguna de las tiendas afamadas de la Casa Luna.
https://www.amaen.es/es/luna-ramon-estanislao/ficha-completa
Entre las últimas adquisiciones de este trimestre aparece una pandereta pintada con motivos andaluces ilustrada con dos parejas de bailadores de sevillanas y una mujer vestida de flamenca tocando la guitarra. El instrumento en sí procede de fábrica, o sea que se realizaban en serie -junto a tamboriles infantiles y zambombas- especialmente con destino a los mercados navideños, aunque nunca faltaban en un puesto de feria o romería. Tras su factura pasan a ser pintadas por artistas u otros profesionales del pincel, unas veces con muy buena factura y otras con más intención que acierto, con motivos inspirados o copiados de fotografías o postales de época como en este caso, pues desde principios de siglo de publicitaron gran número de postales con estos emblemas andaluces, la guitarras y el traje de flamenca.
La costumbre de pintar panderos y panderetas es muy antigua, así como la de adornarlos con lazos de colores y cascabeles para que, agitados en el baile, lucieran la gracia por mas que fuere un adorno que facilitara las ventas con este embellecimiento. Otras muchas panderetas pintadas no se usaban para el baile sino que pasaban a adornar las paredes de la casa o las tabernas castizas de media España, sirviendo de recuerdo, traídos de una graciosa estancia de vacaciones o viajes. Posteriormente los diseños pasaron a estamparse en papel impreso que se adherían en la superficie circular.