La Fundación ha recibido de la familia de Ángel Carril sus trabajos de campo –cientos de horas de grabaciones– realizados principalmente a fines de los años 70 y 80 del pasado siglo. La importante labor del folklorista salmantino en los campos de la música y las costumbres populares contribuyeron al mejor conocimiento y comprensión de la tradición en la provincia de Salamanca, aportando además un esfuerzo muy notable en la transmisión de esos conocimientos a las generaciones nuevas. Su repentino e inesperado fallecimiento cortó una trayectoria que siempre estuvo determinada por el rigor y la excelencia. La Diputación de Salamanca y Caja España, dos instituciones muy ligadas durante años a su trabajo, organizaron una exposición a poco de su desaparición para reconocer la importancia de su figura y la claridad de su método. En el catálogo de aquella muestra se podía leer:
«La religión católica siempre distinguió entre dos formas de espiritualidad capaces de elevar al ser humano por encima de las cosas. El misticismo, acentuando la negación de aquellas mismas cosas y utilizando la mente para penetrar directamente en esa “niebla en que se cierne la divinidad”, según palabras de Dionisio Cartujano, y el ascetismo, utilizando el esfuerzo personal para ascender progresivamente a los grados sucesivos de perfección que llevarán al individuo hacia su meta última. Ángel Carril siempre pareció un asceta, convencido de que el trabajo y sus resultados purificaban y elevaban el espíritu por encima de la realidad. Por eso se ha acudido en esta exposición a la imagen de la densidad que se va aliviando de lastres inútiles: se han seleccionado algunos de sus temas preferidos de investigación, ordenándolos desde el más pesado hasta el más ligero para figurar ese camino de búsqueda permanente de la perfección que fue su vida. Desde la piedra al papel pasando por el barro, los metales, la madera y la piel, la vida de Ángel transcurrió a través de los materiales que componen y dan vida a la cultura tradicional, fijando su última aspiración precisamente en despojarlos del peso inútil. Esa manera de concebir lo tradicional, como una forma de pasado imprescindible que ayuda a dirigirse al futuro, fue uno de sus grandes aciertos y uno de sus mejores ejemplos. La estética y la ética unidas para mejorar las cualidades del ser humano».
Por expreso deseo de las hermanas de Ángel, Rosario y Pilar, la Fundación aportará estos materiales al convenio que firmó con Wikipedia por medio del cual ya se subieron a internet más de 22.000 archivos sonoros. De este modo, el trabajo de Carril quedará a disposición de quien desee consultarlo y apreciar el valor de sus recopilaciones.
Museo de La Casona
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Museo de Campanas
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Bodega Heredad de Urueña
La Fundación anuncia, para el mes de julio (días 4 a 6), la creación de una Academia de Música Antigua, con la colaboración de la bodega Heredad de Urueña. Este co-patrocinio permitirá realizar en las instalaciones de Heredad de Urueña el simposio y los conciertos previstos.
Día 4
2 clases con intermedio
10-13 horas
Paloma Gutiérrez del Arroyo, June Telletxea, Anne Marie Lablaude y Ana Arnaz:
La interpretación de la música medieval
20:00 horas Concierto: Cantaderas
Día 5
2 clases con intermedio
10-13 horas
Luis Delgado, César Carazo y Bill Cooley:
La escritura y notación medievales. El uso de algunos instrumentos (viola y salterio)
20:00 horas Concierto: Los músicos de Urueña
Día 6
2 clases con intermedio
10-13 horas
Alicia Illa y Yonder Rodríguez:
El ritmo y la melodía en el Renacimiento y el Barroco
20,00 horas Concierto: La Villanela
Con El Grifilm, literatura, cine y música
Sala Azcona de Cineteca-Matadero Madrid. 14 de noviembre de 2017 al 31 de enero de 2018
La expo estuvo dividida en dos: los tableros del Juego de la Oca estuvieron expuestos en el Hall de la Sala Azcona de Cineteca - Matadero Madrid, y en la Sala Archivo de la Cineteca, espacio Grifilm, se expuso una vitrina con libros relacionados con el Juego de la Oca (historias del juego, novelas en las que se habla de la oca, figuritas de ocas y cosas curiosas relacionadas).
También estaba expuesto el texto y la reproducción de la oca que diseñó Alberti; o una reproducción de un juego de la oca belga dedicado al cine. Allí también se podía comprar diversos juegos de la Oca, y en la planta baja estuvieron expuestos varios juegos de la Oca y sillas para que durante las Navidades pudieran jugar los niños, así como un juego gigante, y la proyección de un video sencillo con las canciones de Joaquín Díaz de "El juego de la vida" con imágenes de los tableros expuestos.
Además, se animó a los niños a participar en un concurso en el que tenían que dibujar su propio juego de la Oca.
Valladolid, Casa Revilla. Abril de 2018
A mediados del mes de abril se inaugurará, en la sala de exposiciones de la Casa Revilla y patrocinado por la Fundación Municipal de Cultura, la muestra Memorias de una ciudad. La exposición recorrerá algunos lugares que representan o han representado a Valladolid durante los últimos cinco siglos y tratará de mostrar a través de imágenes fotográficas poco conocidas el proceso que ha seguido su desarrollo urbanístico, apoyando todo ello en textos históricos y en una documentación interesante y variada.
La memoria se erige como uno de los pilares básicos en el desarrollo y evolución del individuo. Sin memoria no es posible la experiencia y sin experiencia se repetirían hasta el infinito los errores humanos. Sin embargo hay varios modelos de memoria que merecerían una especial atención. La memoria individual, por ejemplo, esa que nos atañe a cada uno de nosotros, a menudo inserta sus recuerdos de forma ordenada en un continuo vital y termina siendo un archivo monumental del que echamos mano en el momento oportuno para centrar y rememorar instantes concretos de nuestra existencia. La memoria colectiva, por otro lado, está formada por imágenes, fijas o en movimiento, que corresponden a situaciones sociales, a circunstancias compartidas, a partir de las cuales un grupo de individuos asume de forma común esas mismas situaciones; a esa memoria pertenecen buena parte de las instantáneas que componen los archivos fotográficos de finales del siglo XIX y comienzos del XX porque los monumentos, calles o edificios que aparecen en ellas llegaron y se instalaron en nuestras vidas ya desde nuestro nacimiento aunque evidentemente existieran antes que nosotros y probablemente sigan ahí después de que nos vayamos. Es una forma de memoria histórica a la que contribuyen las fotografías con sus imágenes fijas que hablan a quien quiera escuchar.
Las ciudades se elevan sobre la realidad de sus materiales: la piedra, el ladrillo, la madera y el cristal van creando un entramado que constituye el perfil físico que da personalidad a un conjunto de edificios y ayuda a reconocer sus límites y sus contornos. Las ciudades crecen y se modifican, por tanto, en virtud de las necesidades de sus habitantes o de las ideas de quienes trabajan para ellos, como arquitectos, diseñadores, decoradores y artistas que alimentan a la criatura. Pero una ciudad puede ser algo más. Puede estar constituida también por el conjunto de imágenes que albergan las memorias de sus moradores. Imágenes que se fijan en las personas ya desde la infancia y que son más perdurables incluso que el hormigón o el cemento de los muros a los que sobreviven y superan. A veces esas imágenes se guardan en papel o en cristal para fijar un testimonio que podría ofrecer dudas o para retener un recuerdo con sus características bien definidas. Pero además, para crear una identidad intangiblemente real que traspasa los tiempos y se instala en las nubes de la memoria.
Organizados por la Fundación Siglo han tenido lugar dos conciertos de homenaje a Joaquín Díaz, el primero en el Auditorio Miguel Delibes de Valladolid (sala de cámara) y el segundo en el Museo de la Evolución Humana, en Burgos. En ambos, Diego Fernández Magdaleno ofreció una muestra de canciones compuestas o interpretadas por Joaquín Díaz en versiones pianísticas.
En Valladolid, Centro Cultural Miguel Delibes, el viernes 2 de febrero de 2018:
En Burgos, Museo de la Evolución Humana, el sábado 24 de marzo de 2018:
Bonifacio Gil García, Musicólogo y Folklorista
Recopilación: Guadalupe Gil Muñoz
Colaboración: Jaime Ruiz de Ojeda Díaz
Edición digital de la Fundación Joaquín Díaz. 2018
Puede descargarse gratuitamente desde la página de publicaciones digitales de la Fundación Joaquín Díaz.
Germán Delibes, Cristina Palmese, José Luis Carles, Juan Manuel Báez Mezquita y Leonardo Servadio
Edición digital de la Fundación Joaquín Díaz. 2018
Puede descargarse gratuitamente desde la página de publicaciones digitales de la Fundación Joaquín Díaz.
La figura titulada La Dama del ramillete fue donada por Elena Casuso para la Fundación. El molde para el vaciado en yeso de la Dama del ramillete -copia de la escultura de Andrea del Verrocchio- se encuentra en la Academia de San Fernando y desde el taller de Vaciados de la Academia se han realizado en diferentes ocasiones reproducciones de la misma. La figura fue policromada con mucho detalle y gran calidad fuera de la Academia en los años 70 del siglo pasado.
Se ha adquirido una colección de 250 pliegos de cordel de diferentes épocas e imprentas –principalmente de los siglos XVIII y XIX- que pasan a formar parte del fondo bibliográfico de la Fundación. De este modo se llega a la cantidad de 7.000 registros catalogados.
Donación de Marta y Luis Roda García: una Radiogramola marca Telefunken modelo Beethoven, de 1958, además de una serie de discos de 78 r.p.m. que aportan ambos y se completan con varios álbumes, también de 78 r.p.m. propiedad de Cristina Rodríguez Carrasco.
Algunos instrumentos que han pasado a formar parte de la colección museística de la Fundación:
Indica Joaquín Díaz que la costumbre de pintar panderos y panderetas es muy antigua y obedece, sobre todo, a la tendencia, innata en el ser humano, de decorar y embellecer los objetos que fabrica y usa. La piel tensada sobre el bastidor servía de este modo como lienzo para que un artista, normalmente distinto del constructor de la pieza, estampara un motivo decorativo según su gusto e intención. La tradición se conoce en España desde hace siglos y habitualmente se acompañaba, en el caso de los panderos cuadrados, de un encintado orlado de flores y rosetas en el bastidor para adornarlo.
Entre los documentos gráficos más antiguos de que se dispone se encuentra el del dibujante François Deserps quien estampa en su obra Recueil de la diversité des habits… (París, 1567) a una joven tocando una pandereta pintada que titula La tondue d`Espaigne. Don Ramón de la Cruz escribió un sainete llamado Los panderos (1781) donde se reproduce una escena en el barrio madrileño del Avapiés en la que unos vecinos están pintando y poniendo cintas a unos panderos, lo cual parece indicar la popularidad que había adquirido el oficio.
Durante todo el siglo XIX la pintura de panderetas reviste una importancia singular ya que con la subasta de las mismas se obtenían recursos para atender a las necesidades de los soldados que se hallaban luchando en África o en Cuba. Precisamente en 1892 y durante las fiestas de Carnaval surgió una iniciativa del Círculo de Bellas Artes de Madrid para adquirir mil panderetas y entregarlas a diferentes artistas plásticos de Madrid a fin de que las pintasen. El resultado fue tan espectacular que se vendieron casi todas y con el montante de lo obtenido y la organización de un baile se contribuyó a sufragar los gastos del propio Círculo (salones, cátedras, modelos, etc.) de modo que la iniciativa duró unos años y llenó de panderetas pintadas toda España.
Esta pandereta fue adquirida y donada por la Asociación de Amigos de la Fundación Joaquín Díaz para el Museo de Instrumentos y procede de Valls (Tarragona) pudiendo fechar su autoría aproximadamente a finales del siglo XIX.
Este gracioso instrumento procedente de La Sobarriba debió utilizarse en rondas y tiempos de Navidad acompañando villancicos pero seguramente también en las teatralizaciones de las Pastoradas o Autos de Navidad tan propios de las tierras leonesas –y de su diócesis-, habituales también en el resto de la Tierra de Campos y que, casi perdidos en las últimas décadas, aún subsisten en algunas localidades de Palencia, Valladolid, León o Zamora.
La sencillez en su fabricación hacía que fuera cualquier carpintero local o aficionado a la madera -incluso los niños- quien aprovechara una vara o listón para practicar los cortes y clavar unas chapas o cascabeles que sonaran al frotar y rascarse el uno contra el otro. Por esta facilidad de manufactura, el escaso costo y especialmente el uso que se daba en serenatas y rondas, el instrumento tenía una duración temporal lo que hace que apenas se conserven sonajas antiguas de este tipo, motivo añadido para poner en valor este instrumento que fue donado por la Asociación de Amigos de la Fundación Joaquín Díaz. Procede de Paradilla de la Sobarriba (León) y debió fabricarse hacia 1980.
La labor fina de la madera revela un trabajo habitual de artesano, pues conocemos otros ejemplares conservados que presentan la misma factura. Seguramente procede de la mano de un galochero, dedicado a la elaboración de estos rústicos calzados de madera, pues muchos de ellos vendían sus obras en la comarca de las Tierras de León aunque también bajaban a las ferias de la capital y especialmente a la Virgen del Camino, donde solían encontrarse vendedores de castañuelas con estos modelos.
La pieza aparentemente fue fabricada antes de los años de la Guerra Civil pues pasado ese tiempo, estos instrumentos fueron desapareciendo de la cotidianeidad y de los tradicionales mercados que abastecían este tipo de productos cuyo uso iba olvidándose. Fueron donadas por la Asociación de Amigos de la Fundación Joaquín Díaz y procede de Quintana de Raneros (León).
Tambor o caja de tipo militar procedente de alguna fábrica de instrumentos de metal que surtía de estas piezas a principios del siglo XX a las bandas musicales de diversos cuerpos de los ejércitos o las bandas musicales municipales. Posteriormente, tras ser desechados en su primitivo uso -militar o de acompañamiento- llegaban a manos de pregoneros o músicos populares.
El tambor o caja redoblante se hallaba en muy mal estado cuando se adquirió y fue restaurado por Mariano Pérez García, artesano de Cueto (Cantabria). El proceso seguido fue el de limpieza, arreglo de abolladuras, reproducción de llaves perdidas y emparchado.
Es una donación de la Asociación de Amigos de la Fundación Joaquín Díaz.