Portada: Libro de estatutos de la cofradía
del Salvador de Portillo (Valladolid)
La Edad Media es la época en que gremios, cofradías y hermandades surgen y se desarrollan como un entramado ejemplar para la defensa y supervivencia de grupos de índole religiosa y civil. Asimismo es el período en el que el ser humano contempla el mundo como un pequeño cosmos donde cultura y vida son sinónimos. Leer y oír son términos equivalentes; existencia y aprendizaje fórmulas simultáneas. La transición de ese género de sociedad hacia el Renacimiento llevará consigo mutaciones importantes. La invención de la imprenta, la promulgación de leyes reguladoras de la vida en común, la preponderancia cada vez mayor del Estado como órgano supremo que reglamentará la actuación colectiva y limitará la individual, son circunstancias aparentemente innovadoras y trascendentales. Sin embargo el eje esencial que atraviesa y ordena todo, sigue inmutable; así, indumentaria, alimentación, arquitectura, trabajo y creencias forman una cadena cuyos fuertes eslabones se rompen sólo excepcionalmente y permanecen hasta bien entrado el siglo XIX, ese siglo inquieto de cambios radicales cuyo germen se irá gestando poco a poco desde la descomposición del Antiguo Régimen.
Las cofradías sobrevivirán a todos esos cambios o se adaptarán a ellos gracias a sus normas internas y a la definición de sus fines, habitualmente de origen cristiano y de orientación benéfico-social. Hasta la creación del Código de Derecho Canónico en la segunda década del siglo XX (1917), el ordenamiento jurídico que afectaba a la Iglesia Católica y a cualquier tipo de hermandad que se creara dentro de ella, se basaba en recopilaciones de decretos y cánones que comenzaron a fijarse por escrito en el siglo XII y que se recogieron finalmente en el Corpus Iuri Canonici. Hincmaro de Reims habló de determinadas fórmulas de asociación de fieles como “colectas”. En general, los documentos que se refieren a la creación de cofradías en la Edad Media advierten siempre de la necesidad de obtener el permiso de la autoridad (Obispo o provisor) bajo pena de una multa y de la obligación de dotarse de unos estatutos, leyes o constituciones que regulasen de forma interna dichas hermandades para evitar abusos o desviaciones. Uno de esos peligros, acerca del cual ya hablan los primeros sínodos, es el de la administración incorrecta de los bienes propios de las cofradías: “Otrosí mandamos –dice el sínodo de León de 1306 en su artículo 21– que los bienes de las confraderías et los que fuesen a servicio de Dios dados, non sean guardados nen distribuidos sin consciencia et sin mandado del obispo o del arcidiano”. Y poco después el sínodo de Oviedo de 1379 insiste en que ni el deán ni el cabildo ni los abades ni los conventos ni las cofradías que hubiesen arrendado posesiones debían hacerlo por más tiempo del estipulado “so pena descomunion”. Otro peligro podía ser la proliferación de hermandades sin el control eclesiástico: “Algunos –dice el sínodo de Coria en 1537– movidos con buen zelo, ordenan cofradías, las quales han crescido y crescen en tanto número que podrían traer daño y hacen en ellas estatutos que, por no ser bien mirados, se siguen dellos inconvenientes”. El sínodo obliga a que los estatutos sean examinados y aprobados por la autoridad eclesiástica.
La religiosidad popular, es decir el legítimo derecho del pueblo a manifestar su fervor o veneración por los santos o vírgenes y celebrarlo de forma ritual a través de procesiones, reuniones, etc., fue desde siempre respetada por la Iglesia salvo en los casos en que, de forma clara, alguna de esas manifestaciones atacase la fe o las costumbres. En general, si bien la jerarquía se respetaba y se acataban las decisiones tomadas por la cabeza visible de la cofradía (o sea el rector, el capellán o el párroco), los estatutos permitían una cierta democracia interna que regulaba las actuaciones y relaciones entre los hermanos y de éstos con la jerarquía. La Iglesia no sólo nunca estuvo en contra de que la gente honrase a los santos por los que tenía especial devoción, sino que hay numerosísimas referencias al establecimiento de octavas u ochavarios (fiestas celebradas una semana antes del día del santo, para preparar especialmente su fiesta) y al deseo de la jerarquía eclesiástica de que esas octavas tuviesen indulgencias que premiasen el fervor religioso. Además de la consecución de la redención, las cofradías surgieron con finalidades concretas como la de encender las velas para los vivos y para los muertos, la de preparar determinadas representaciones dramáticas de los misterios marianos o simplemente para difundir y fomentar la piedad cristiana. A veces algunas cofradías traían como consecuencia la creación o difusión de otras pues sus intereses se engarzaban (léase por ejemplo la congregación del mes de las ánimas y la cofradía de la Virgen del Carmen cuyo escapulario ayudaba a sacar las almas del purgatorio). En cualquier caso la Iglesia mantuvo un equilibrio entre las advocaciones universales –propagadas por las grandes órdenes- y las devociones locales.
La Fundación ha organizado, en la Casa Revilla y para la Fundación Municipal de Cultura de Valladolid, una exposición que pretende centrarse en algunos elementos diferenciales y simbólicos de esas cofradías a lo largo de su historia.
Museo de La Casona
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Museo de Campanas
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Exposición sobre las cofradías en la sociedad
El 6 de abril se abrirá en la Casa Revilla, de la Fundación Municipal de Cultura de Valladolid, una exposición organizada por nuestra Fundación y titulada Cabildo de Cofradías con la colaboración de instituciones y coleccionistas particulares.
Cofradía de la Virgen del Campanil, Torremormojón
Fotografía de Luis Escobar de la Hermandad de San Bartolomé en Casasimarro
Fotografía de Luis Escobar
Lart de bien viure et de bien mourir, Paris, 1453
Viernes Santo en Bercianos. Fotografía López Heptener |
Cofradía de San Sebastián de Villasandino (Burgos) |
El patrimonio inmaterial en la Fundación Joaquín Díaz
El VII simposio sobre patrimonio inmaterial reunirá a una serie de intérpretes, comunicadores destacados e imprescindibles de los años 60 y 70 del siglo pasado con el fin de rendir un homenaje a quienes, en un momento dado, optaron por lanzar un mensaje concreto y decidido a una sociedad dormida o sometida. Muchas de esas personas han sido objeto ya de estudios académicos y su obra se ha leído, escuchado y comentado en mil foros a lo largo y ancho del mundo hispánico. Sin embargo apenas ha habido hasta hoy un reconocimiento universitario conjunto hacia quienes hicieron despertar inquietudes en los estudiantes de hace medio siglo y aportaron ideas e ilusiones a muchas generaciones más a partir de ese momento. La fórmula del simposio permitirá que diferentes escritores, periodistas o profesores vayan entrevistando a esos intérpretes y vayan tratando de descifrar con su ayuda las claves de su obra y la intención de la misma. Alumnos seleccionados por currículo, de Europa y América y en número no superior a 20, podrán seguir el simposio y participar en él.
La Voz y el Mensaje
Entre los siglos X y XII de nuestra era, un grupo de personas, de diverso origen y condición, toma a su cargo la especial tarea de comunicar al ser humano un determinado tipo de sentimientos que le permitiese elevarse por encima de lo cotidiano. Su oficio está disperso por una zona muy amplia y es cuestionado aquí y allá por las autoridades civiles y eclesiásticas, de ahí la variedad de palabras y de significados con que se denomina a quienes lo practican y a su prodigiosa actividad: juglares, escaldos, skops, spielmann, jongleurs, gicolari, mimos, gokelaers, goliardos…La plaza pública, el patio de armas, las acampadas, las posadas son su eventual escenario, y el amor, el honor, la fidelidad o la amistad su motivo de inspiración, pero el medio que usan para persuadir es un arma distinta, fraguada en el yunque de la vida con la fuerza y el vigor de un hálito sobrenatural y cuyo metal ha sido templado claramente en las aguas de la experiencia: se trata de la voz.
Son gentes que anuncian su presencia con prólogos conocidos, que convocan con palabras amistosas -“oid, buena gente”- o que atraen en términos convincentes -“¿os placería oir una hermosa canción?”-, que usan versos, poemas, relatos, cuentos, recitados y pregones para expresarse, pero su valor principal no está tanto en lo que dicen, sino en cómo lo dicen, en cómo suena su voz a los oídos del auditorio que se siente inmediatamente penetrado, traspasado, por aquella fonación peculiar. El sentimiento, la creencia, el mito, el tejido social, son sus temas preferidos pero la entrega de ese material molturado, triturado y poetizado sólo funciona si funciona la voz que lo traduce al lenguaje íntimo con el concurso de una melodía y un ritmo que seducen y fascinan. A muchos lectores de hoy se les despierta la curiosidad por saber algo más acerca de esa poesía inasible, por adivinar cómo sonaron las vidas de los reyes y santos que aparecen en los primeros poemas escritos, o mejor traducidos, desde el lenguaje oral al lenguaje de signos.
Hay algo que coincide en ese tipo de cantores especializados que a lo largo de tantos siglos se encargó de la transmisión de una temática y un repertorio bien variados. Es algo que sin esfuerzo podríamos detectar en diferentes intérpretes y que los encuadra en una categoría especial y no académica: la eficacia de su voz, especialmente preparada para comunicar. Sabemos que el uso de la expresión oral lleva consigo varios pasos: selección del tema, organización de los pensamientos que se quieren transmitir, combinación adecuada de las palabras para que formen frases especialmente gratas o atractivas y finalmente transformación del aire en sonido para insuflar una fuerza especial a todo aquello. Canalizar una energía puliéndola y confiriéndole un sentido no implica el uso de las convenciones fonológicas, articulatorias o sintácticas que componen un idioma sino que se sitúa a otro nivel en el arte de comunicar. La voz transmite entonces un contenido sentimental, no sólo una palabra.
Un intérprete y su voz son los portadores de una tradición y ésta es el conjunto de creencias y ritos que definen a una comunidad y delimitan su contenido cultural. Son, por tanto, la historia y la costumbre; la vida que se perpetúa en la memoria como remedio contra la muerte y la desaparición. Incluso puede advertirse en las primitivas y misteriosas inscripciones rúnicas algunas connotaciones referentes a la fuerza de la voz que debe pronunciar la fórmula inscrita, en una suerte de destino común para ambas formas de comunicación.
Oír y sentir, hablar y notar. . . Estamos hablando, pues, de una voz capaz de trasmitir elementos y contenidos artísticos, sociales o culturales sobre cuyos efectos, por alguna razón tal vez íntima, psicológica, nos hemos negado generalmente a posar nuestra reflexión.
Programa:
Día 10 de abril
21,00 horas Recepción y cena
Día 11 de abril
10,30 Presentación a cargo de Alex Grijelmo y Joaquín Díaz
(Las entrevistas del simposio durarán aproximadamente 45 minutos y seguirán el orden siguiente)
11 a 12 horas Ismael Fernández de la Cuesta - Peridis
12,30 a 13,30 María del Mar Bonet -Luis Delgado
Comida
16,30 a 17,30 Paco Ibáñez -Angélica Tanarro
18 a 19 Marina Rossell–Fietta Jarque
Cena
Día 12 de abril
11 a 12 horas Pablo Guerrero -Antonio San José
12,30 a 13,30 Vitorino-Carlos Blanco
Comida
16,30 a 17,30 Amancio Prada -Carlos Aganzo
18 a 19 Martirio -José Ramón Pardo
Cena y despedida
Organiza: Fundación Joaquín Díaz
Patrocina: Junta de Castilla y León
Lugar para desarrollo del simposio y alojamientos:
Complejo de Turismo Rural de Tiedra
(http://www.centroturismoruraldetiedra.es/)
Más información en: LA VOZ Y EL MENSAJE.
Se puede consultar ya en nuestra página web el contenido de las Actas del VI Simposio sobre Patrimonio Inmaterial, celebrado en abril de 2010.
Libro sobre tradiciones para escolares
Presentación del libro en las Cortes de Castilla y León con la presencia del Presidente de las Cortes, el Consejero de Educación y el Director de la Fundación.
Nuestra Fundación, por encargo de la Fundación Villalar y con destino a una colección de unidades didácticas acerca del patrimonio inmaterial y material, ha preparado un libro sobre tradiciones y fiestas de la comunidad de Castilla y León. El trabajo, realizado con la asesoría de la Consejería de Educación y la colaboración de la empresa cultural Sercam, se enviará a todos los colegios e institutos que lo soliciten a la Fundación Villalar.