En el desarrollo de su actividad, los narradores o «especialistas» en relatos orales, autodidactas por lo general o con un aprendizaje formal mínimo (siempre hubo niños que ya a los cinco o seis años tenían una facilidad pasmosa para relatar cuentos) solían alcanzar o adquirir una serie de recursos que permitía definir los límites del género y la personalidad de sus cultivadores.
El narrador no suele distinguir entre clasificaciones, de modo que puede relatar junto a un cuento maravilloso una facecia costumbrista o una fábula de animales. Utiliza casi siempre unas fórmulas iniciales y finales, que enmarcan lo narrado dentro de un cauce o estilo (si empieza diciendo «erase una vez», se supone que no va a recitar una adivinanza o una oración, por ejemplo; si dice «colorín colorado» se sabe que el cuento ya no continúa); utiliza la narración en tercera persona o los diálogos de acuerdo a su estado de ánimo o al público que le escucha (un cuentista fuera de su contexto tiende a acelerar la narración; a abreviar suprimiendo diálogos); elimina o acumula fragmentos (que no constituyan de por sí una fórmula irremplazable) según su criterio y voluntad. Da por sobreentendidas a veces esas fórmulas o las repite machaconamente para que sean retenidas por la memoria de la audiencia; fórmulas que, por otra parte, son inventadas o creadas muy frecuentemente bajo modelos versificados que varían de unos narradores a otros.
No podemos pensar, sin embargo, que todo este material tan rico y diverso ha sido producto exclusivo de la mente de los especialistas en narración oral. El documento escrito ha constituido algo así como los pilares de un acueducto, siendo de vez en cuando el apoyo imprescindible en que descansaba todo ese material tradicional que se movía en el cauce de la oralidad.
Pliegos, estampas, colecciones de cuentos, cuadernillos impresos, reversos de envoltorios de caramelos, calendarios y tantos otros medios, han sido vehículo eficaz para acercar a una vía tan casual e imprevista como la hablada, un material contrastado, fértil y abundante como era el literario. De la suerte que corrió todo ese corpus pueden hablar los estudios comparativos entre colecciones conocidas y documentadas y la tradición en el momento presente: cuentos actuales se pueden reconocer en narraciones de Anacreonte, de Apuleyo, del Libro de los Gatos, de Grimm o de Perrault. Sin embargo no conviene caer en tentaciones genesíacas pensando que tal o cual narración nace en la mente de éste o aquel «inventor» de cuentos. Aquí la palabra «inventor» tendría su sentido original (invenire=encontrar) y vendría a designar a quien, habiéndose topado con un tema adecuado, sabe darle el tratamiento preciso para que después la suerte o la moda lo difundan a los cuatro vientos. Por supuesto que tal tratamiento deberá entrar dentro de ese peculiar «estilo» que define a todo lo tradicional y que resulta a veces tan difícil de delimitar. En cualquier caso la gente sabe distinguir un cuento bien narrado de uno que no lo está, así como en estos momentos (por sensibilidad o porque las modas y costumbres varían) aprecia mejor un texto de Fernán Caballero que uno de Antonio Trueba, aun perteneciendo ambos al mismo siglo.
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En el estudio del pintor Esquivel un nutrido grupo de hombres de letras escucha leer a Zorrilla mientras el pintor continúa con su trabajo. Era en 1846, en la plenitud y ya vísperas del progresivo ocaso del Romanticismo.
Desde su revelación como poeta ante la tumba de Larra en 1837, Zorrilla era el autor más famoso de España; para entonces había publicado siete tomos de Poesías y los Cantos del trovador, los dramas El puñal del godo (1843) y Don Juan Tenorio (1844) y dado numerosas lecturas públicas de sus versos.
En el cuadro que da origen a esta exposición, están representados casi todos los autores del movimiento Romántico del momento. Casi todos, porque Esquivel, al decir de los críticos, excluyó a quienes no formaban parte de sus tertulias o no tenían sus mismas ideas políticas.
Esquivel tuvo el proyecto de hacer varios cuadros de grupo como “El Congreso de los Diputados”, “El Palacio Real un día de Besamanos” o “Una sesión en la Academia de San Fernando”, y éste que protagoniza Zorrilla, y el de “Ventura de la Vega leyendo una obra en el Teatro del Príncipe” (1846-1847), ambos hoy en el Museo del Prado.
Tales cuadros podrían haber sido emblemas de la cultura política, artística y económica del país, una síntesis del momento histórico y una visión panorámica de una época de la historia nacional, que conservara vivo su recuerdo para nuestro tiempo.
Centrándose en la figura de Zorrilla y en su relación con los personajes presentes o ausentes en el cuadro, la muestra Las lecturas de Zorrilla estuvo dedicada, a quienes Zorrilla consideraba sus maestros, a sus contemporáneos presentes en el cuadro y a aquellos que no lo están aunque fueron también representativos del Romanticismo español.
Además del cuadro de Esquivel y el de la lectura de Ventura de la Vega, la muestra incluyó retratos y textos de estos autores, así como libros, documentos y otras piezas de época, como muebles y objetos de uso diario.
La clausura de la muestra tendrá lugar el 2 de abril de 2017 con dos conferencias (días 27 y 28), una a cargo del doctor Pedro J. Martínez Plaza, del Museo del Prado, y otra, a cargo del doctor Salvador García Castañeda, especialista en la obra de Zorrilla.
La palabra "leyenda" significa "lo que debe ser leído", aunque no siempre los textos a los que se hace referencia hayan tenido forzosamente que pasar de generación en generación a través de su versión escrita. Es más, incluso los contenidos de esos textos, aun correspondiendo al mismo hecho, variaban enormemente según fuesen contados por un pastor o reflejados sobre papel por un escritor de moda.
Nada impedía, sin embargo, que el pastor escuchara en alguna velada lo escrito por el autor literario ni que éste tomara de labios de cualquier rabadán la historia para convertirla en relato de éxito, como sucedió con los casos del "Corregidor y la molinera" de Alarcón, con la "Cenicienta" de Perrault o con "El sastrecillo valiente" de los hermanos Grimm. Lo único imprescindible era una historia a medio camino entre la verdad y la fantasía que contara con un personaje creíble y digno de admirar.
En general, la brevedad de los textos facilitaba que fuesen difundidos en soportes de papel fungible, casi de usar y tirar, pero asequibles para cualquier tipo de lector, incluyendo los "iletrados" que disfrutaban con las imágenes de las aleluyas.
«Casi todos los psiquiatras suelen coincidir en el diagnóstico según el cual, entre los 50 y los 60 años, se puede producir en el individuo una reacción que cabría denominarse eufemísticamente como "melancolía involutiva". La energía mental o psíquica sufre entonces un deterioro y tiende a bloquearse, incapacitando a quien padece ese trastorno para poner en marcha sus funciones habituales. Lo interno comienza a tener más importancia que lo externo y el carácter acaba modificándose con una multitud de alteraciones que inciden finalmente sobre la salud física. Sabemos que ésta -la salud- depende de diferentes sistemas que componen y animan al organismo pero también sabemos de su endeblez e inestabilidad. Hemos aceptado que los momentos de felicidad en la vida son escasos, pero cuando notamos que la infelicidad se prolonga y comienza a provocar efectos preocupantes o anómalos hay que pensar en la probabilidad de una patología».
El periodista y escritor Jesús Fonseca y Joaquín Díaz conversaron en la librería Oletvm, de Valladolid, acerca de la edición del libro Memorias de una depresión, de la editorial La Huerta Grande.
Se presentó el libro disco «Un cancionero Asturiano para el siglo XXI» con la asistencia del Consejero de Cultura del Principado de Asturias y otras autoridades. El acto, en el que intervinieron además José Luis García del Busto, Antonio Gamoneda y Joaquín Díaz, se cerró con un concierto del tenor asturiano Joaquín Pixán.
Se presentó el nuevo disco de Xavier Ribalta «Cants i Encants», con la intervención de Luis Cobos (presidente de la AIE), Rafael Fraguas, Javier Martín Domínguez, Joaquín Díaz, Xavier Ribalta y Ramón Andreu.
Presentación en el estudio Musigrama de Madrid del CD editado por Ramalama "Grabando", con temas interpretados a comienzos de los 70 en estudios de radio por Joaquín Díaz.
Según José Ramón Pardo: «La carrera de Joaquín Díaz ha sido de una productividad fuera de lo corriente. Desde el principio renunció a la búsqueda de la popularidad, a cambio de un trabajo más serio y profundo. Además de sus muchas grabaciones –pronto superará los cien álbumes- fue dejando sus canciones y su magisterio en el mundo del folk, en conciertos públicos y actuaciones radiofónicas. En este disco no solo nos centramos en las grabaciones que hizo para la Radio, sino que muchos de los ingenieros de sonido con los que ha trabajado en su carrera, colaboran marcando la entrada de varias de las canciones. El repertorio es el habitual en los conciertos de aquellos años setenta: canciones sefarditas para empezar, después folklore castellano y cierre con folk internacional. En esta grabación escuchamos por fin a Joaquín en el tema “Tum balalaika”, una de sus favoritas, y del público, en sus recitales pero que no había plasmado aún en disco. Y al lado, “Tres hermanicas”, “Ya se van los quintos” o “Tren de carga”. Canción auténtica de un artista irrepetible».
Pocas personas podrían recibir con más méritos que Carlos Montero el título de cantante popular. Desde muy pequeño (y con su nombre propio, Juan Carlos Zamboni) se inició en el folklore de su país, Argentina, y destacó por su extraordinaria habilidad con la guitarra. De joven abordó la aventura europea con otros dos amigos, uno de ellos Alberto Cortez, y muy pronto se abrieron paso en el difícil mundo de la música.
Carlos Montero desarrolló una carrera con muchas facetas entre las que destacaron su inimitable estilo como intérprete del tango, su capacidad como arreglista -hizo arreglos para Luis Eduardo Aute, para Carlos Cano, para Pablo Guerrero, Luis Pastor, Adolfo Celdrán, Alberto Cortez, Patxi Andión, Pablo Guerrero, Maya, etc.- y por último su abundantísimo y casi desconocido trabajo como creador musical para numerosos poetas y para la discográfica Pax con temas religiosos.
Su biblioteca sobre el tango puede consultarse a partir de ahora en esta Fundación gracias a la generosidad de su amiga y compañera María Luisa García, quien cedió además para este Museo algunos de sus instrumentos preferidos: la guitarra de 8 cuerdas, hecha especialmente para él por el lutier Andrés Martín, su guitarra de concierto y su laúd (fabricado por Luis Goya), con el que desarrolló otra de su pasiones, la de los arreglos para instrumentos de pulso y púa.
Fue miembro de la Academia del Lunfardo, Gardel de Oro en 1990 y grabó innumerables discos y programas de televisión en Europa y América. Falleció en 2016.