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Editorial

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Desde las épocas en que comienzan a desarrollarse las primeras civilizaciones, el ser humano lucha por hacerse escuchar y prolongar su voz más allá de su entorno natural. Para ello, y siguiendo a la naturaleza que ofrece ejemplos constantes de sabiduría, recoge y perfecciona el hecho comprobado de que cuando uno está ante o sobre un obstáculo y emite un sonido, el obstáculo le devuelve un eco o lo proyecta. Cuando el arquitecto romano Vitrubio describe su interesante teatro ecoico, manifiesta, siguiendo a Diógenes Laercio, que la voz es “un aliento que fluye e hiriendo el ambiente se hace sensible al oído de todos”. Según esa teoría, que permite pensar que la voz se transmite por infinitas olas circulares, crea un teatro perfecto para la audiencia en el que la voz, libre de incómodos obstáculos, se mueva gradualmente hacia todos los espectadores. Para mejorar, es decir para amplificar y dar eco a esa voz cuando el medio no fuese perfecto, Vitrubio idea unos vasos de bronce o de cerámica que aumentarían el volumen de la palabra del actor sobre el escenario. El gran arquitecto romano sólo describe esos vasos, pero Galiani o Athanasius Kircher los dibujan incluso, imaginando su forma y disposición. Este último, por ejemplo, en su “Musurgia Universalis”, diseña un anfiteatro en el que, sobre una gran escenografía de fondo similar a una plaza semicircular de tres alturas, se construyen 42 vanos con forma de arcada renacentista, cada uno de los cuales habría de contener un vaso o campana que transmitiría la reverberación controlada de las voces de los actores. En suma, los altavoces que nos son tan familiares hoy en día.

La teoría difusora de la voz, muy extendida durante la Edad Media, alcanzó también a uno de los lugares a los que el público acudía con más asiduidad: el templo. Esa teoría aplicada al lugar sagrado -la voz del sacerdote podía alcanzar mayor proyección si bajo el altar del presbiterio había una masa de agua-, llevó a muchos maestros canteros a edificar las iglesias sobre diferentes acuíferos. No sería tan descabellada la hipótesis cuando llega hasta el período romántico, época en la que todos los arquitectos que construyen teatros de ópera colocan un estanque con agua bajo el escenario.

Parece probable que el arroyo que pasara bajo el presbiterio de la Anunciada desde la época de su construcción, se desviara con un nuevo encauzamiento derivado hacia la huerta en una de las restauraciones del edificio, a finales del siglo XVII.

Visitas

Museo de La Casona
Marzo a mayo 2006: 3.431
Total general: 185.898

Museo de Campanas
Marzo a mayo 2006: 2.643
Total general: 126.912

Sala de exposiciones "Mercedes Rueda"
Marzo a mayo 2006: 2.497
Total general: 43.741


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Noticias

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Tuvo lugar en Urueña el Simposio sobre Patrimonio Inmaterial titulado LA VOZ Y LA NOTICIA: palabras y mensajes en la tradición hispánica, entre los días 18 y 20 de mayo. Profesores y alumnos (procedentes de seis paises) recibieron las Actas del Simposio anterior, editado por la Fundación y la Junta de Castilla y León.

En la Sala de Exposiciones de las Francesas, en Valladolid, se ha mantenido a lo largo de los meses de junio y julio la muestra sobre instrumentos mecánicos del siglo XIX, con 15 piezas singulares de los fondos de la Fundación. Los fondos fueron adquiridos en el mes de mayo al coleccionista belga Patrick Jacques. La muestra fue organizada por El Norte de Castilla con motivo del 150 aniversario de su nacimiento.

A finales del mes de julio se abrirá, en la Sala de Exposiciones Mercedes Rueda, la nueva exposición sobre el “Arte de tunar”, con piezas de la colección de Roberto Martínez del Río y de la propia Fundación.

La exposición “Los títeres” ha recorrido diferentes “Espacios para el Arte” de la Obra Social Caja Madrid, en Ciudad Real, Santiago de Compostela y Aranjuez.

Se adquirió un clave, firmado en Valladolid por Zeferino Fernández en 1750. El constructor, que aparece como “entallador” en el Catastro de la Ensenada, pudo ser familia de Andrés Fernández de Santos, también autor de un clave que en estos momentos pertenece a la colección Giulini de Roma. El instrumento ya ha sido estudiado por Cristina Bordas y Rafael Marijuán quienes aportarán una ponencia al Congreso internacional de instrumentos de tecla que se celebrará en Madrid en Octubre. Está prevista una visita de los congresistas a la Fundación para conocer los dos claves que actualmente están en el Museo de instrumentos.

El Museo Virtual, creado entre la Fundación y el Museo de la Música de Luis Delgado bajo el patrocinio de Caja España, ha recibido hasta el momento miles de visitas de todo el mundo. Está en las páginas web de las tres entidades. En concreto la página de la Fundación recibió, en los tres últimos meses, 264.259 visitas (marzo 88.835, abril 80.749 y mayo 94.675). Buena parte de estos visitantes formulan sus preguntas y cuestiones o solicitan alguna documentación escrita o sonora de los fondos de la Fundación. La atención a estas consultas ha generado un trabajo suplementario considerable pero permite por una parte que los fondos de la Fundación tengan una utilidad pública y por otra que se conozcan fuera de España.

Continuando con la colaboración entre la Fundación Universidad Empresa y esta Fundación, que se ha venido desarrollando satisfactoriamente desde hace seis años, desde julio a septiembre un becario trabajará en la catalogación de fondos musicales.

La Fundación colaborará con los Talleres Villalbín, de Urueña, para la celebración de los campamentos musicales de verano.





“Urueña, en la provincia de Valladolid, es una villa asentada al borde mismo de los Montes de Torozos. Es, pues, un balcón que ni colocado a posta para contemplar a placer cómo se ensancha Castilla, abriéndose Tierra de Campos adelante, en una inmensa llanura sin más límites que los que nos ponga la capacidad física de nuestros asombrados ojos.

La villa de Urueña se halla totalmente cercada por las venerables piedras de una fuerte muralla, señoreada por un castillo que conserva huellas de importantes acontecimientos históricos. Este recinto amurallado fue en tiempos una acrópolis de la Edad Media.

El páramo reseco, el monte de robustas encinas, la llanura infinita, jugosa de vida cereal, bajo un cielo casi siempre azul, son la ocasión de que los habitantes de Urueña sean dados a echar a volar su imaginación a regiones del pensamiento en las que se funden lo real y lo fantástico en una comezón poética de historia, tradición y leyenda.

Así se explica que quienes en semejante escenario habitan se sientan propicios a la aventura poética y que sus manifestaciones folklóricas tengan sobre todo un signo poético. Desde que yo era muy niño —y no sé si será necesario decir que yo tuve el privilegio de nacer en Urueña—, conocí en mi pueblo a varios, muchos hombres de avanzada edad que se sabían de memoria viejos romances, como el de «Gerineldo», el del «Conde Olinos», el de «Los siete Infantes de Lara», pero sobre todo los que se referían a sucesos históricos acaecidos en Urueña misma. Aquellos hombres, algunos de ellos analfabetos, no sólo se habían aprendido de memoria tales romances, sino que los recitaban con cierto donaire en reuniones familiares, como con ocasión de bodas, bautizados o en otros festejos.

También recuerdo haber oído a aquellos viejos rapsodas de mi pueblo recitar con gran entonación el romance de don Bueso. Muy cerca de la villa de Urueña había unos restos de un antiguo monasterio, que parece ser que, en tiempos, había alcanzado gran predicamento. En mis tiempos, se decía que aquello había sido el «Monasterio del Hueso». El único vestigio que yo conocí de tal monasterio fue la torre, que se conservaba solitaria en medio de una finca de labor. Tendría yo edad de unos diez años cuando tuve la pena de presenciar la voladura de aquella hermosa torre, un prisma hexagonal, de blanca piedra bien labrada, muy airosa, muy bonita, que cayó por la explosión de una carga de dinamita colocada de propósito en su base.

Aparte de estas razones históricas, de muy lejanos tiempos, quiero referirme muy concretamente a lo propiamente folklórico que encierra mi pueblo. La vena poética a que yo aludía al principio de este trabajo hay que buscarla ahora en el modo digamos «literario» de celebrar ciertos acontecimientos de la vida lugareña ordinaria, «del vivir de cada día», al menos en los tiempos en que yo viví mi niñez dentro de los muros de mi vieja y noble e ilustre villa.

La primera manifestación folklórica que quiero destacar es el cantar en el que los urueñeses ensalzamos a nuestro pueblo. ¿Quién lo escribió? ¿Quién le puso música?... Aquí sí que la única respuesta posible es «el pueblo». El cantar en que se ensalza al pueblo de Urueña llegó a ser como si dijéramos «el himno oficial» de Urueña. Lo oí cantar muchas, muchísimas veces. Sin embargo, ahora ni siquiera sé si en Urueña sigue cantándose. Decía así:

Viva Urueña porque tiene
una muralla famosa,
un Consistorio bonito
y una Virgen milagrosa.

Un clima sano
y un encinar,
y una llanura
que es como el mar.

Que es como el mar,
y es una flor.
No hay en España
pueblo mejor.

Se cantaba a modo de jota, y la entradilla era «Viva Urueña porque tiene»...

La Virgen de la Anunciada es, desde siempre, la Patrona de Urueña. Se cuenta que un pastor encontró un día, nadie sabe cuántos años hace, una muñeca en pleno campo, la guardó en su zurrón para llevársela a su casa, y dársela a una nietecita. Cuando el pastor, ya en su casa, fue a sacar la muñeca de su zurrón, se encontró con la sorpresa de que la muñeca no estaba allí. Después, la muñeca aparecía en el mismo sitio donde la había encontrado. Aquella muñequita era la Virgen, y los vecinos de Urueña interpretaron el hecho como el deseo de la Virgen de que en aquel lugar levantaran un Santuario o Ermita. Así se hizo.

Allí se levantó lo que en los años que yo he conocido llamábamos ya «la Ermita Vieja». Yo no he conocido más que la Ermita que aún hoy se conserva, como a dos kilómetros del pueblo, y que, por cierto, además de lugar de gran devoción de los urueñeses, es un singular y muy notable monumento artístico, pues la gran autoridad en esta materia de don Francisco Antón ha dicho: «El templo de la Anunciada, ejemplar de un arte románico absolutamente insólito en la comarca, reproduce modelos pirenaicos catalanes de los más antiguos y puros».

Hay una copla popular que dice, un poco con aire zumbón:

Virgen de la Anunciada,
buena es tu fiesta,
pero cuesta trabajo
subir la cuesta.

A la Virgen de la Anunciada acude Urueña para pedir ayuda en los momentos desgraciados. ¿Quién podría hoy decir qué persona escribió y puso su tonillo al cántico popular con que Urueña pide a la Virgen la lluvia en dolorosos tiempos de pertinaz sequía? Y sin embargo, todos los vecinos de Urueña lo hemos cantado en tono de súplica, sin pararnos a investigar quién es el autor. El autor es el pueblo.

Virgen la Anunciada,
hermoso clavel,
mándanos la lluvia,
que empiece a llover.
Hemos visto el campo
recién florecido,
y por falta de agua
vérnosle abatido.
Virgen la Anunciada,
linda y bella flor,
mándanos la lluvia,
tened compasión.
Los hijos de Urueña,
siempre agradecidos,
te aclaman por Madre
y piden tu auxilio.

Dada la situación topográfica de Urueña, vientos fortísimos soplan con frecuencia, y pese a estar el caserío protegido por la muralla, se ocasionan con cierta facilidad grandes incendios. Es memorable muy especialmente el que casi redujo totalmente a cenizas al pueblo el día 9 de octubre de 1876. Con este infausto motivo, alguien —quizás la vena poética del folklore urueñés, siempre pronta a surgir— escribió un largo romance sobre «el horrible suceso y grande desgracia acaecida el día 9 del presente mes de octubre en el pueblo de Urueña, donde se han quemado 120 casas y todos los granos, habiendo huido los ganados al campo, espantados por las llamas».

Quién será capaz, Dios mió,
de referir las tristezas:
madres con niños en brazos
y ancianos que andar no puedan,
huyendo van de las llamas
y con voces lastimeras
dicen al padre, al hermano,
que abandonen las viviendas,
que dejen arder las casas
y que no se comprometan
a perder ellos la vida
sólo por salvar la hacienda.
De los pueblos inmediatos,
cuando les llegó la nueva,
acudieron presurosos,
pero tarde auxilio llega,
que ya ciento veinte casas
hechas cenizas se encuentran
y convertido en cenizas
cuanto en las casas encierran,
y llorando la desgracia,
les animan y consuelan,
ofreciendo generosos
amparo, favor y hacienda.

Otro buen amigo mío, Antonio Corral Castanedo, ha aludido recientemente a una vieja tradición folklórica de Urueña: la costumbre de que al día siguiente de la boda, se cumplía una especie de rito, que era bajar por la cuesta hacia la ermita de la Anunciada «a correr a la novia», de la mano del novio, ya marido. Es cierto que hubo esa costumbre. Pero yo quiero, a este propósito, añadir otra vieja tradición, que dudo mucho que esté aún vigente: cantar «los pajaritos» durante el banquete de la boda. Era una especie de pugilato entre todos los asistentes al banquete, para ver quién tenía más ingenio en inventar letrillas bien rimadas. La vena poética, amigos.

La cosa empezaba generalmente con esta estrofa:

Cantaban los pajaritos
a la sombra de un magnolio
y en su lenguaje decían
vivan los señores novios.

Y aquí venía el intervenir los invitados para lucir su ingenio, porque cada estrofa que aportaba uno de los invitados era seguida por ésta:

Esta si que se lleva la gala,
ésta si que se lleva la flor;
ésta sí que se lleva la gala,
esta si, que las otras no.

Cada invitado iba «sacando de su cabeza» otra estrofa parecida, que siempre merecía el beneplácito de la concurrencia al banquete con la que empieza «Esta sí que se lleva la gala...»

Unos ejemplos recordados:

Cantaban los pajaritos
a la sombra de una encina,
y en su lenguaje decían
viva la señora madrina.

Cantaban los pajaritos
a la sombra de un olivo,
y en su lenguaje decían
que viva el señor padrino.

Seguían otros inventando estrofas alusivas a los padres de los novios, al cura que los casó, a quien regaló el vino para la mesa..., y a cada una de esas coplas se coreaba. «Esta sí que se lleva la gala...»

Al final, todos cantaban esta extraña estrofa:

Cuatro toledanas
vienen de Logroño
a servir a la mesa
de los señores novios.

Nunca pude saber la razón de que unas toledanas vinieran de Logroño, si no era por el afán de buscar forzados asonantes.

Acontecimientos locales

Tal era la afición, en los tiempos a que vengo refiriéndome, a comentar «en verso» cuanto ocurría en Urueña, que era frecuente ver cómo había siempre quien hiciera versos con cualquier motivo local.

Recuerdo haber oído en el portal de la iglesia recitar los versos del día de San Antón. Los mozos del pueblo acudían en tal día a bendecir el ganado y, caballeros en mulas o en borricos bien enjaezados, recitaban romances que nadie sabía quién los había «sacado», a veces con cierta mordacidad, sobre temas que a la sazón estuvieran de actualidad local. Recuerdo —de hace nada menos que sesenta años— parte de uno de aquellos romances, en los que, como las costumbres son las costumbres, podía decirse todo cuanto no se atrevería nadie a decir en otras circunstancias.

¡Oh, glorioso San Antón!
Aquí te vengo a contar
que el alcalde de este pueblo
se esta portando muy mal.
En la carretera nueva
se ha gastado un dineral,
y estamos sin carretera
y ahora manda trabajar
gratis a «tos» los obreros,
porque ya no tiene un real.
Once mil metros de piedra
nos dice que hay que arrimar,
haciéndonos falta tiempo
para ganar nuestro pan.

Recuerdo también, de cuando yo no tendría más de ocho o nueve años, que con motivo de un baile, se cantaron por el pueblo unos versos con un sonsonete musical, de los que no recuerdo más que dos estrofas:

Los señoritos de Uueña
les gusta mucho alternar
y no tienen tres pesetas
para pagar un local.
En la escuela de los niños
baile quisieron tener
fueron a ver al maestro,
que si se la «quié» ceder.
El maestro les contesta
con muchísima razón
que la escuela de los niños
tiene una misión mayor.

Sigue todo el relato de la cuestión, que yo no recuerdo con exactitud.

Baste, pues, de momento, como muestra de lo que yo considero vena poética que preside siempre todo el folklore de este medio rural, representado en este caso por Urueña, en la provincia de Valladolid”.

Angel Lera de Isla, 1981




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