El turismo es uno de esos fenómenos complejos que el siglo XX generó y que, como tantos otros en los que una explicación sencilla sería casi imposible, han pasado al siglo actual con la etiqueta de pendiente. Esto quiere decir varias cosas: la primera, que las causas por las que se produce un auge desmesurado del turismo hasta convertirse casi en una necesidad para el individuo corriente cualesquiera que sean su condición, estado o recursos-, están insuficientemente estudiadas al proceder de diferentes fuentes y disciplinas. Segunda, que al haber trastocado al menos en España- la historia de la economía, por haberse convertido en el socorro inesperado del tradicional déficit en los presupuestos generales del Estado, es asunto casi intocable en cualquiera de sus extremos por temor a que un análisis serio descubra, como en el cuento, que el rey va desnudo. Tercera, que por ser un tema con demasiados vectores, evoluciona tan repentina como desordenadamente, produciendo en sus beneficiarios agentes y pacientes- una sensación de incapacidad para conocer si los próximos movimientos serán previsibles. Cuarto y último, que los resultados económicos favorables de las últimas décadas han sido los árboles que nos ha impedido ver el bosque, más importante, más complejo y más rico, de un patrimonio en riesgo; no hablamos sólo de fenómenos de aculturación, de costas devastadas o de vesania injustificada contra bienes de interés monumental, sino de la falta de previsión de una política cultural en toda la extensión del término. Pocas personas han tenido, a lo largo del siglo pasado, esa visión cabal del futuro con un claro orden de valores, establecido bajo los criterios del bien común y del orgullo por lo propio. Benigno de la Vega-Inclán, Marqués de la Vega-Inclán, fue una de esas escasas excepciones que supieron trabajar anticipándose a las tendencias o las modas y tratando de evitar los errores de la precipitación o de la inercia. Su prioridad fue siempre la conservación del patrimonio, no como un ejercicio nostálgico, sino como motor de una economía de futuro y como factor positivo para la propia estimación. La previsión de que esa actitud traería como resultado natural el aumento del número de personas interesadas en conocer y visitar ese patrimonio daría origen al segundo valor en su orden de preferencias: la actuación sobre monumentos, entornos y paisajes con un enorme conocimiento, respeto y sentido común. De las consecuencias que su actitud generó al frente de la Comisaría Regia durante diecisiete años se beneficiaron personas, instituciones, edificios históricos y conjuntos monumentales. De su experiencia, sabiduría, intuición y buen gusto podrían hablar la Alhambra, la casa de Cervantes, la casa del Greco, el Museo Romántico o el parador de Gredos. Un ejemplo irrepetible pero digno de imitar.
Museo de La Casona
Junio a agosto 2007: 4.668
Total general: 201.087
Museo de Campanas
Junio a agosto 2007:3.101
Total general: 136.211
Sala de exposiciones "Mercedes Rueda"
Junio a agosto 2007: 1.391
Total general: 48.541
Visitas a la página web
Junio a agosto 2007: 511.847
-En agosto murió el gran hispanista Maxime Chevalier, que fue consejero de esta Fundación desde su creación. Chevalier dedicó toda su vida a estudiar y difundir el rico patrimonio del relato español en sus vertientes histórica y tradicional, siendo además un extraordinario profesor de cuyas enseñanzas se beneficiaron multitud de investigadores. Chevalier fue, además de un sabio, una persona elegante en su expresión y de carácter exquisito. La Fundación dedicará a su memoria el IV simposio sobre Patrimonio inmaterial que se celebrará en abril de 2008 y que versará sobre La voz y el ingenio, tema que el profesor Chevalier tocó magistralmente en su estudio sobre la agudeza verbal en tiempos de Quevedo. Descanse en paz.
-En Salamanca, y patrocinado por la Fundación Salamanca ciudad de cultura, se celebró una exposición sobre calcografía para la que esta Fundación aportó seis grabados del siglo XIX. La muestra fue preparada por el profesor Conrad Kent.
-Se llevaron a cabo diversas exposiciones con material de la Fundación por toda Castilla y León gracias a un convenio con la Fundación de Patrimonio Natural, según el siguiente calendario:
EL JUEGO DE LA OCA:
El mes de abril estuvo en Montejo de la Vega, Segovia (Parque de Las Hoces de Riaza). El mes de mayo en Castronuño, Valladolid (Reserva Natural de las Riberas de Castronuño). Desde el 15 de julio al 28 de agosto estuvo en Fermoselle, Zamora (Parque Natural Arribes del Duero).
GRABADOS DE TRAJES:
El mes de abril estuvo en Muriel de la Fuente, Soria (Reserva Natural del Sabinar de Calatañazor). El mes de mayo estuvo en Quintanilla del Rebollar, Burgos (Monumento Natural de Ojo Guareña). El mes de agosto estuvo en Castronuño, Valladolid (Reserva Natural de las Riberas de Castronuño).
ALELUYAS:
El mes de abril estuvo en San Martín de Castañeda, Zamora (Parque Natural Lago de Sanabria y Alrededores). El mes de mayo estuvo en Fermoselle, Zamora (Parque Natural Arribes del Duero). El mes de julio estuvo en Cervera de Pisuerga, Palencia (Espacio Natural de Fuentes Carrionas y Fuente Cobre).
-Continúa por diferentes salas de Caja España la exposición Amas de cría.
-El mes de noviembre aparecerá el Catálogo de la exposición que actualmente se encuentra en la Sala Mercedes Rueda sobre El cuerpo en la tradición. Contará con colaboraciones de Juan José Prat Ferrer, Luis Díaz Viana, Juan Antonio Pérez Millán, Carlos Piñel y Anastasio Rojo Vega.
-En el mes de diciembre se editará una nueva entrega de la serie sobre cancioneros históricos que en esta ocasión versará sobre Canciones españolas en el sudoeste de los Estados Unidos, producido por Jesús Matesanz Bellas. En el CD intervienen Joaquín Díaz, Elena Casuso, Javier Coble, Cuco Pérez, Diego Galaz y Jesús Prieto Piti. La grabación se ha llevado a cabo en el estudio de Luis Delgado en Urueña.
El Grupo de Urueña, colectivo formado por profesionales de diferentes áreas, elaboró un texto en su última reunión en junio, que por su interés recogemos aquí.
Manifiesto acerca del paisaje
Dada la importancia que últimamente se está dando a la conservación de determinadas creaciones del ser humano monumentos, parajes recreados por la mano del individuo, mentalidad y expresiones populares- se hace necesaria una lectura plural de esas creaciones a la luz de diferentes disciplinas, así como una acción integradora una ingeniería social en afortunadas palabras de Lorenzo Cara Barrionuevo-, para que los futuros estudios que se emprendan sobre el tema complejo descubran todas las facetas del acuciante problema y para que las soluciones estén basadas en premisas sólidas y sean correctamente aplicadas. A tal fin, se proponen una serie de puntos de arranque en los que convendría ponerse de acuerdo antes de elaborar cualquier proyecto relacionado con la protección de tan ingente patrimonio:
La naturaleza como tal ha dejado de existir. Cualquier pensamiento que incluya el concepto de naturaleza sin especificar el grado de intervención humana será incompleto o falso.
El paisaje, como elemento abarcable y definible de aquella misma naturaleza intervenida, es el resultado de multitud de aciertos y contradicciones históricas y sociales que han venido modificando su primitiva esencia. Abarcando sucesivos paisajes, y considerado como un conjunto de parajes que se complementan hasta formar un espacio con unos límites determinados que no necesariamente deben ser visuales-, está el territorio.
En la modificación del paisaje ha intervenido la mano del hombre pero también innumerables y sucesivas tecnologías agropecuarias que han llegado a crear un medio -que hasta ahora se denominaba rústico o rural para diferenciarlo del generado en espacios donde se concentraba la población-, cuyos patrones han cambiado con tanta celeridad en los últimos tiempos que ya no se pueden calificar con el término tradicional sin provocar equívocos.
La mayoría de las normativas que han servido para crear jurisprudencia en torno al territorio y a su uso por el ser humano han ido derivando desde la defensa del patrimonio común hacia la atención a intereses particulares, primando la realidad productiva sobre el disfrute colectivo del paisaje y potenciando políticas socioeconómicas de corto alcance por encima de visiones de conjunto con más amplio futuro. El resultado de esas políticas es la creación de situaciones ficticias en las que ni siquiera importan el desarrollo agropecuario o la economía local, sino los vaivenes de intereses mercantiles o macroeconómicos cuyos orígenes o consecuencias están muy lejos del ámbito en que se aplican.
Desde el momento en que el paisaje es el resultado de una serie de elementos relacionados entre sí y abarcables para la vista humana, cualquier intervención del individuo sobre aquél debería estar marcada por el respeto al estilo resultante de la evolución histórica, a las características medioambientales o ecológicas y al sociosistema. Observando el entramado de este último convendría advertir además, que el paisaje no es sólo la representación de una realidad más o menos compleja, sino el conglomerado de sensaciones sentimientos estéticos y emocionales- que produce su visión en el ser humano, para quien el paisaje viene a ser un libro sobre el que puede leer el pasado y el presente de aquella misma sociedad en la que ha nacido y vive.
Dentro del paisaje cultural es decir, dentro del entorno en el que el individuo vive, convive y desarrolla su creatividad- se están originando desde hace casi un siglo espacios turísticos, o sea fragmentos o enclaves del territorio que, por razones estéticas, históricas o ambientales, representan un patrimonio digno de admirar por gentes que llegan de otras áreas y capaz de generar actividades económicas diversas y distintas de las que habitualmente mantuvieron a los habitantes de esos espacios. El peligro de que esos mismos espacios turísticos contribuyan a deteriorar artificialmente la zona e introduzcan acciones depredadoras en el medio ambiente, se deriva del hecho de que quienes habitualmente invaden esos territorios ni proceden del entorno cultural, ni respetan la idiosincrasia de quienes allí viven, ni se mueven bajo los mismos parámetros socioeconómicos.
Las intervenciones que se realicen sobre el paisaje deben responder a dos principios básicos: el conocimiento histórico de la evolución y alteración sufridas por ese mismo paisaje y la seguridad de que dichas intervenciones se realizarán en beneficio de un desarrollo sostenible e inteligente del territorio, ajustándose no sólo a técnicas sino a la valoración y al respeto ambiental. Sólo así podrá decirse que la relación entre cultura y paisaje tiene verdadero sentido y es lógica.
La sociedad, por tanto, debe implicarse en la cultura ambiental, participar activamente en la gestión y defensa del paisaje así como en la planificación del uso del territorio, defendiendo actuaciones que generen desarrollos sostenibles y rechazando intervenciones agresivas que alterarían irreversiblemente la identidad social y cultural del territorio en beneficio de intereses espurios o ajenos al bien colectivo. No se trata tampoco de conservar a ultranza o reconstruir artificiosamente, sino de renovar con sentido común respetando una funcionalidad lógica y coherente.
La defensa del paisaje como patrimonio por parte de la sociedad y de los responsables de la administración pública deberá, en suma, incluir la consideración de ese paisaje como un conjunto de valores en los que la arquitectura popular, la red de infraestructuras que surcan el territorio, la artesanía productiva, la organización agropecuaria del espacio y otros factores confluyan para crear ese tesoro común en el que el individuo se sienta representado y por el que pueda manifiestar admiración o emoción. Para ello además convendrá evitar políticas contradictorias en las áreas agroambientales, que por un lado traten de aplicar actuaciones sostenibles y por el otro administren subvenciones condicionadas exclusivamente por políticas de producción.