LA ERA DEL BIEN Y DEL MAL

Sacramentos: El matrimonio



Dos franjas, superior e inferior, divididas cada una en dos cuadros; en el centro, un dibujo central grande.

1. Escena de los desposorio de José y María. Se hace eco de una narración del evangelio apócrifo conocido como Libro de la Natividad de María, que construye toda una serie de historias fantaseadas y rodeadas de permanentes milagros, sobre el nacimiento e infancia de María y sobre la designación sobrenatural de José como elegido entre otros muchos pretendientes, señalado por Dios de forma milagrosa y espectacular como el prefijado: su vara floreció y se posó sobre ella una paloma. María y José estrechan sus manos en gesto casto y respetuoso; al fondo, un lirio florecido simboliza la virginidad de María. Un sacerdote del templo judío, un ayudante joven y otras tres personas son testigos de la escena.

2. En la franja superior, a la izquierda, aparece una conversación del sacerdote con dos novios; lo aclara el pie de la lámina: “El examen de Catecismo”, preceptivo antes de emprender el matrimonio, a fin de que los esposos vivieran como creyentes y pudieran enseñar esa misma fe a sus hijos.

3. A la derecha de la escena anterior, la celebración de un matrimonio. Otra escena similar, pequeña, había aparecido en la lámina 51, al incluir al matrimonio entre los sacramentos que deben ser recibidos en estado de gracia. Y también había otra escena, más grande y clara, en la lámina 43, con ocasión de los mandamientos de la Iglesia y de los tiempos en que se debían omitir las manifestaciones solemnes de la boda.

4. En la franja inferior, el cuadro de la izquierda ofrece la imagen de una familia modelo: el padre, la madre y dos hijos están sentados a la mesa, a la hora de la comida que comparten en paz; hay orden y entendimiento.

5. En el cuadro parejo, a la derecha, una madre enseña a su hijo a rezar, ante la imagen de María sobre un altar. El pie de la lámina dice a propósito de este cuadro: “La madre debe enseñar la religión a sus hijos”. Es un asunto femenino, en un reparto tradicional de papeles, no discutido, donde a la mujer le corresponde ser piadosa y virtuosa, y ser quien asume al papel de la educación humana y cristiana de sus hijos. El padre está ausente en esta cuestión, y lo más grave es que tanto las láminas como la explicación no lo echan de menos. Choca más al pensar que, en 1905, Pío X había publicado la encíclica Acerbo nimis, que insistía en la urgencia de intensificar la enseñanza de la doctrina cristiana.

Luis Resines













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