Cristo a la derecha de Dios Padre
Lámina con una sola escena.
La lapidación de Esteban está recogida en Hch. 7, 55-60. En este relato, Esteban manifiesta la condición divina de Jesús, frente a sus aprehensores, al afirmar que está contemplando a Jesús, sentado a la derecha de Dios; la frase, con inequívoco sentido de reconocimiento de Jesús como Dios, exaspera a éstos, que emprenden sin más la muerte de Esteban, ante la blasfemia que ha salido de sus labios.
En el cuadro aparece la Trinidad: Jesús, portando la cruz, sentado a la derecha del Padre, y entre ambos, el Espíritu. Cuatro personas apedrean a Esteban, situado en primer plano, de espaldas al espectador; está frente a sus verdugos y también frente a la visión que constituye su esperanza en los últimos momentos de su vida. Esteban está a un lado de una pequeña valla de piedra, que le separa, pero no le aísla ni le oculta de sus ejecutores.
A la derecha de la escena, en un rincón, cruzado de brazos, aparece Saulo, que aprobaba su muerte (Hch. 8,1; 7, 58; 22, 20). Rostro inexpresivo, hosco, envuelto en la sombra del dibujo que no permite sospechar más que odio reconcentrado.
Sin duda el motivo escogido por Llimona es el más agradecido para plasmar en un dibujo, por lo que supone de combinar la acción de la muerte, con la contemplación del misterio de Jesús como Dios.
Otros pasajes bíblicos hacen también referencia al mismo hecho de que Jesús está sentado a la derecha de Dios, como expresión de su reconocimiento divino, pero se prestan menos al dibujo, porque se hacen eco únicamente del convencimiento cristiano (así Ef. 1, 20; 2, 6; Hch. 1, 3; Hch. 10, 12). El dibujante ha sabido aprovechar bien la ocasión.
Luis Resines
La visión del protomártir: Cristo sentado a la derecha del Padre, con el Espíritu Santo revoloteando entre ambos. Mientras, san Pablo, que aún no se ha caído del caballo camino de Damasco, se queda con la ropa de Esteban, por si siguen avanzando las nubes que hay arriba a la izquierda y cambia el tiempo a peor, que es lo que suele suceder cuando se muere un santo. Arrecia la pedrea y brilla por su ausencia la puntería, lo que hace aún más terrible la escena, porque a nadie la caben dudas acerca de que aquello va a terminar fatal, en la medida en que los sayones no tienen prisa y en que el final del pobre Esteban está escrito desde Nicea (por lo menos) por sus hagiógrafos. El hecho es que la lapidación sale mucho en la Biblia como sistema de castigo para adúlteras (a los adúlteros no les pasaba nada), y que la adúltera es aquí un señor con los brazos abiertos que con las piedras que recibe va construyendo el templo de la nueva fe, utilizando su propia sangre como argamasa, para darle un toque gore al edificio.
Luis Alberto de Cuenca.
Poeta y filólogo. Secretario de Estado de Cultura