Ha de venir a juzgar vivos y muertos
Lámina única.
Cristo en majestad, sentado, con la cruz al lado (como en la lámina 19), con cetro real en la izquierda, está sobre la humanidad juzgándola. A ambos lados aparecen grupos de ángeles. El conjunto evoca inevitablemente el texto de Mt. 25, 31: “Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria, acompañado de todos sus ángeles, entonces se sentará en su trono de gloria”.
Sin embargo, la actitud de unos y otros ángeles es bien diversa, y tiene que ver con los humanos que se encuentran en la parte inferior, en la tierra. Los ángeles de su derecha muestran las coronas que esperan a los bienaventurados; éstos ascienden portando palmas, vestidos con vestiduras blancas (Ap. 7, 9).
Los ángeles de su izquierda perfilan un picado espectacular —subrayado por la posición de las alas— y acosan a los réprobos con sus escudos, espadas y lanzas; hay un significativo cambio del color predominante. Aparece la leyenda “Quis ut Deus”, alusiva a Miguel. Las figuras de los condenados se repliegan y apelotonan hacia la derecha del espectador, por donde son precipitados al abismo. Son incapaces de soportar el acoso de los ángeles, y la cólera divina, representada por tres rayos que los fulminan. La escena recuerda la lámina 4, con el juicio respecto a los ángeles, y su definitiva felicidad o condenación. Ahora sucede lo propio con los humanos, en la expresión definitiva del bien o del mal irrevocables.
Es la era absoluta del bien y del mal, sin retorno.
Luis Resines
Eran días de frío. Y de hambre.
Sobre la pared desconchada del aula, junto al mapa desvaído, el crucifijo y el retrato en blanco y negro del general, se abría el cielo de los justos y se abismaba el infierno de los condenados. Y mi mirada infantil repasaba cada trazo, cada perfil, cada figura hasta detenerse siempre en la escena de los penados, nunca en la de los redimidos. ¿Era mi propio yo quien se veía reflejado en el dolor sumiso y noble de aquellos perdidos?, ¿el afecto y la solidaridad que siempre he sentido por los perdedores? ¿O el atractivo de aquellos ángeles guerreros, alados y marciales, tan enérgicos como cinematográficos?
Aún no lo sé y ahora, al ver de nuevo este cartel, después de tantos años, me lo sigo preguntando. Allí está el Supremo Juez, vestido de rojo y gualda, la procesión de los justos y, a su lado, el hondo dolor de los proscritos, la desnudez de sus cuerpos, la hondura de la sima, el color y el calor de las brasas...Y allí estoy yo. Porque aquéllos, como éstos, eran días de frío. Y de hambre.
Antonio Basanta Reyes.
Director de la Fundación Sánchez Ruipérez