Sacramentos: La eucaristía
Lámina en tres franjas. Una superior estrecha; otra inferior, igualmente estrecha, dividida en dos, y otra central, muy grande.
1. El gran dibujo central presenta la institución de la eucaristía. Jesús, en pie ,rodeado de los doce apóstoles, junto a la mesa de la cena pascual. Lo llamativo es que, excepto tres, todos estan de pie, es decir, que han abandonado la comida para atender a otra cuestión más importante. De hecho, el dibujante los presenta en actitud reverente, de adoración, con la vista centrada en el pan eucarístico que Jesús tiene en sus manos y que se apresta a distribuir. Únicamente Judas, a la izquierda, no atiende a lo que está sucediendo: tiene la cabeza inclinada hacia la mesa y está a otra cosa.
2. El dibujo de la parte superior muestra la comunión de unos fieles que se acercan a recibir la eucaristía. Pero mientras unos lo hacen en debidas condiciones (buena comunión), otros lo hacen en pecado (sacrilegio), representado por la última persona de la fila, vestida de negro y encadenada al diablo (como en las láminas 21 y 50).
3. En la parte inferior, el dibujo de la izquierda muestra la escena de la catequesis específica para la recepción de la primera comunión. Es una especie de contemplación en un espejo, porque el sacerdote se dirige a un grupo de niños sentados en dos filas frente a él. Y para la explicación de la catequesis, tiene pendiente de un trípode las láminas murales del catecismo, con las que hace el desarrollo de la catequesis. Se trata, evidentemente, de un cura que está a la última —en 1913— y emplea con agrado y soltura las láminas para la catequesis. Lo mismo se repite en la lámina 65, cuadro 2.
4. El dibujo de la derecha muestra la recepción del viático por parte del enfermo. En su casa, acompañado de su familia, recibe piadoso la eucaristía que le lleva el sacerdote, ayudado por el monaguillo.
Luis Resines
Aroma a azucenas. Quizá, también, aroma a incienso profundo. Los ojos cerrados. Los labios cerrados hasta que llegue el instante de recibir el pan partido, de recibir el pan pobre que, sin embargo, contiene y revela el Misterio: el misterio de la materia y del espíritu. Ese era, precisamente, el misterio que se nos revelaba en la infancia primera y perdida: la del tiempo del aroma de las azucenas y del incienso. Cuando cerrábamos los ojos y los labios antes de recibir lo que estaba más allá de la realidad, lo que nos trascendía y turbaba, lo que nos hacía ensoñar otros mundos, lo que nos hacía ángeles y nos traía al Ángel. Hoy sabemos que, sobre todo, aquel misterio de nuestra infancia, aquel misterio revelado de partir el pan, de la eucaristía era (es) el misterio —¡tan claro!— del amor. Es decir, del dar y del darse al otro, de fundirse con el mundo, de vaciar la Nada y aceptar el Todo. Cerrando los ojos, cerrando los labios, antes de abrir los labios para desvelar el Misterio...
Antonio Colinas. Poeta