Perdón de los pecados
Lámina dividida: una franja superior; un cuadro central, grande, y cinco breves escenas en la franja inferior.
1. La primera escena está perfectamente aclarada con el rótulo que figura al pie de la lámina: “Si quieres el vestido de la gracia, ve a la iglesia a confesar tus pecados”. Al pecador, semivestido con un ropaje obscuro, un ángel le propone acudir a la pequeña iglesia que aparece al extremo de la derecha, para que alcance el perdón, y con él la vestidura blanca, signo de victoria (Ap. 7, 9).
2. La escena grande presenta al propio Jesús perdonando los pecados a quien se acerca a él. Se repite el mismo elemento simbólico de la escena anterior: el pecador está vestido de oscuro, y el ángel espera el momento de la reconciliación, mientras sostiene en sus manos la vestidura blanca que espera al arrepentido (también en lámina 7, cuadro 6). Además, en el suelo aparecen unos grilletes abiertos que expresan la libertad recuperada, al abandonar la esclavitud del pecado. “Vosotros, que erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón al modelo de doctrina... y, liberados del pecado, os habéis hecho esclavos de la justicia” (Rm. 6, 17-18). Al pie de la lámina se precisa: “Cuando el sacerdote absuelve, es el Cristo quien perdona”, pero en la imagen no aparece el sacerdote.
3-7. Los cinco cuadros que aparecen en la parte inferior presentan algunos de los sacramentales, es decir, algunos de los medios, diversos de la confesión sacramental, por los que se obtiene el perdón de los pecados. Son los siguientes: el agua bendita (cuadro 3); el pan bendito (cuadro 4); el rezo del rosario u otras oraciones vocales —tradicionalmente se decía: “por rezar el pater noster”— (cuadro 5); la recepción de la eucaristía (cuadro 6), y la mortificación voluntaria, representada por un joven que está haciendo oración arrodillado (cuadro 7).
Al presentar estos cinco sacramentales, la lámina no trataba de ofrecerlos en su totalidad, porque la enumeración resultaba más amplia, y la más común contenía nueve elementos, pero no agotaba la enumeración:“Por oír misa, por comulgar, por decir la confesión general, por bendición episcopal, por agua bendita, por pan bendito, por oír sermón, por decir el pater noster, por golpes de pecho, pidiendo a Dios perdón”. Mientras es posible calibrar cada una de estas expresiones en orden a una mayor o menor importancia objetiva, es evidente que en la última expresión, el acento no estaba puesto en la mera actuación externa, sino en lo que podría entenderse como fundamental: el arrepentimiento sincero y veraz. Ahí es donde había que poner el acento de toda la explicación sobre el perdón de los pecados, pero es notorio que la lámina da por supuesta tal condición indispensable, y que la expone como algo básico, aunque lo dé a entender en gestos y actitudes.
Por otra parte, salvo las referencias que aparecen al pie de la lámina, a propósito de los dos cuadros primeros, no se hace alusión al sacramento de la penitencia, ni a la intervención mediadora en el mismo del sacerdote, transmisor del perdón de Dios. Esto se deja a propósito para la lámina 57, sobre el sacramento de la penitencia. La otra lámina que también aborda la cuestión del perdón de los pecados, a propósito de la afirmación correspondiente del credo (lámina 28), tampoco incide de forma directa sobre el sacramento de la penitencia.
Luis Resines