Cristo en la vida perdurable (Cielo)
Lámina entera.
Representa la vida perdurable, última afirmación del credo apostólico, pero cambiada de lugar y adelantada respecto al final. Las láminas 21, 22 y 23 constituyen, de por sí, un apartado propio, que se podría denominar de los novísimos (afirmaciones sobre el final de la existencia), que vuelven a aparecer en la lámina 50.
En rigor, la afirmación de vida perdurable, o eterna, valdría tanto para esta lámina como para la siguiente: salvación o condenación. Pero en lugar de una lámina dividida en dos cuadros, la colección ha destinado dos independientes, una para cada tema. Es cierto que el término de “vida”, por contraposición a “muerte” evoca el premio y habla de la felicidad eterna (Jn. 5, 29). De ahí que se tome en ese sentido en la presente lámina.
Evoca dos escenas, complementarias entre sí:
[1] La escena del cielo en la parte superior, en que resplandece el orden, la luz, la adoración profunda a la Trinidad (¿habría que decir “cuaternidad”, por la presencia de María, si bien en un plano ligeramente inferior?; véase lámina 51). Los bienaventurados no cesan de agradecer su salvación.
[2] La escena terrena se centra alrededor de una fuente de la que brota abundante el agua que apaga la sed de cuantos se acercan a ella. Es la gracia de Dios, que vivifica y da vigor a los creyentes que están en sus proximidades. Es clara la alusión a Jn. 4, 14: “El agua que yo le dé se convertirá en él en una fuente de agua que brota para vida eterna”. Igualmente es eco de las otras palabras: “Si alguno tiene sed que venga a mí y el que cree en mí beberá; como dice la Escritura, ‘de su seno correrán ríos de agua viva’” (Jn. 7, 14).
A la vista de estos textos, es patente la continuidad entre las dos partes, superior e inferior.
Luis Resines
La vida perdurable... ¡Ay, aquellas lecciones de catecismo de mi niñez! De catecismo no, de doctrina. “Ir a la doctrina”, así decíamos. “Los miércoles nos toca doctrina”. Y la “doctrina” era para mí el reino de lo ininteligible. No por los arcanos misterios de la fe, qué va, sino por las palabras raras que allí nos hacían oír y aprender. “La vida perdurable”, por ejemplo. En este cartel pone entre paréntesis que se trata del cielo, así cualquiera, pero a mí, de niño, nadie se molestaba, creo recordar, en explicarme ciertos significados. Y al no entenderlas y ser, no pocas de ellas, palabras inusuales, había que ver y oír lo que los niños decíamos. Cantábamos un himno, por ejemplo, con la siguiente letra: “Sin temor enarbola la cruz por pendón”. ¡Ahí es nada! “Enarbola”, “pendón” y qué retorcimiento de la sintaxis. Yo, con el fervor de mis siete añitos de primocomulgante, cantaba a voz en cuello: “Sin temor en la bola la cruz por perdón”. ¿Qué qué significaba? Ah... ¿Pero puede saberse qué significaba la definición que daba el catecismo de los pecados capitales, que no olvidaré nunca porque nunca logré descifrar semejante galimatías?: “Se llaman capitales porque son como cabezas, fuentes y raíces...” ¿Cabezas? ¿Fuentes? ¿Raíces? ¿Qué tenía que ver una cabeza con una fuente y qué con una raíz? ¿Es que una cabeza era un pecado? ¿Era pecado una fuente? ¿Pecabas por arrancar una raíz?
¡Qué lío, Dios mío, qué rompecabezas! Claro que todo lo dábamos por bueno si al final del final conseguíamos estar con Cristo en la vida perdurable (o cielo).
Ramón García. Escritor