El pecado original
Escena única, aunque englobe varias referencias diversas entre sí.
[1] En la parte superior izquierda aparece la escena clásica del pecado original, con el hombre, la mujer, la serpiente y los frutos apetitosos del árbol. El hombre y la mujer aparecen desnudos, con sus cuerpos cubiertos por el ramaje.
[2] En la parte derecha (la separación la marca un árbol) un ángel con espada flamígera en la derecha extiende su mano izquierda indicando el forzado destierro. El hombre y la mujer ––con el cuerpo ceñido de pieles— caminan apesadumbrados mientras ocultan sus rostros y humillan sus cabezas: es la conciencia de la falta cometida y de la situación de que se han visto despojados.
[3] En el ángulo inferior izquierdo, agazapada, la muerte: esqueleto con un ropón, y guadaña, que aguarda la presa segura. Las cuencas vacías de los ojos miran a los desterrados del paraíso, que se alejan (puede compararse el conjunto de la escena, y, más en particular, la muerte, con la lozana y hermosa muerte que aparece en la lámina 46).
[4] En oposición diametral a la muerte, aparece en el ángulo superior derecho la promesa de salvación tras el pecado: el anuncio de la mujer que pisará con su talón a la serpiente. Un río también serpea, llevando la vista hacia la visión profética: ésta aparece con rasgos precisos, pero no coloreados: de esta manera da a entender el dibujante que es algo lejano, entrevisto, prometido, pero no cumplido aún.
Curiosamente, en toda la escena no aparece Dios, siendo así que en el relato bíblico tiene un marcado papel. Es el gran ausente, aunque sobreentendido. Frente a esta ausencia, contrasta expresa la explicación al pie que habla de la “serpiente diabólica”. Sin aparecer escrita, la alusión es evidente: “Pero la muerte entró en el mundo por envidia del diablo, y la experimentan sus secuaces” (Sb. 2, 24). La presencia de la muerte —secuela del pecado— se opone a la promesa de salvación.
Luis Resines
El mito del pecado original y la expulsión del paraíso pertenece a las raíces más humanas del hombre. Porque lo primero de todo no pudo ser el mal, sino que éste llegó a hacerse presente posteriormente por el libre ejercicio de la libertad de los hombres. Luego, todos y cada uno de los pasos que ha dado la humanidad a lo largo de la historia han consistido en añorar instintivamente o buscar, otras veces, de forma premeditada la original felicidad. Sin embargo, esa conjunción de instinto y razón no siempre ha llevado al hombre a identificarla con algo sustantivo para el ser y el desarrollo de la persona. A veces, los humanos nos empeñamos en concretar lo bueno en lo que más nos puede perjudicar.
El cartel de Vilamala es una bella reproducción popular, incluso barroca, de este mito, al que añade dos elementos que, aunque cristianos, no pueden estar ausentes de lo radicalmente humano: la muerte, como consecuencia del pecado, y “la Virgen prometida por Dios”, como la puerta de la esperanza. Porque, a pesar de los pesares, la muerte y el mal, igual que no pudieron ser el principio tampoco serán el final. Que hasta el mero optimismo humano nos lleva a proclamar a los cuatro vientos que la muerte no es señora de nada ni puede clausurar la realidad. Para unos, sobreviviremos en los recuerdos de los otros; para otros, logrando la existencia original.
Antonio Meléndez. Director de la Fundación «Las Edades del Hombre»