LA ERA DEL BIEN Y DEL MAL

La Santísima Trinidad



Lámina entera, que contiene tres escenas complementarias entre sí, en torno al tema de la Trinidad.

[1] En lugar de recurrir al triángulo, símbolo más abstracto, el centro de la imagen está ocupado por un árbol, que podría parecer un simple adorno, o un elemento de separación entre las escenas de izquierda y derecha; en realidad es un símbolo de la Trinidad, como expresa la lámina al pie. Se representa un tronco único y tres ramas: la diversidad en la unidad, un Dios único en tres personas diversas entre sí. Más difícil resulta el significado de la matrona, que, a los pies del árbol, con gesto forzado, mira y acata: también es un símbolo de la humanidad, que, sabedora del misterio, nada tiene que decir al sentirse desbordada: el misterio lleva a la contemplación silenciosa.

[2] A la izquierda, la escena del bautismo de Jesús suministra la oportunidad de una presentación menos abstracta de algo tan sutil como la Trinidad. Aparece Dios Padre en lo alto; desde él, un haz luminoso envuelve a Jesús, en el Jordán, en tanto que, a mitad de la altura, se manifiesta el Espíritu Santo en la forma consabida de paloma, como recoge el relato evangélico (Mc. 1, 9-11). Es la forma plástica de visualizar a las tres personas divinas sin tener que recurrir a elementos abstractos, difíciles de plasmar en dibujo y difíciles de ser captados por las mentes infantiles a quienes se destinaban las láminas (aparece otra vez la escena del bautismo de Jesús en la lámina 52).

[3] A la derecha, en lontananza, aparece una tercera escena, difícil de apreciar por su menor tamaño y por la pérdida de detalles. Es el legendario encuentro que tuvo san Agustín en la playa de Ostia con un niño que pretendía introducir toda el agua del mar en un hoyo en la arena. De hecho, el niño aparece semienterrado en el hoyo.

Hay que subrayar la superposición de elementos diversos entre sí en esta lámina: desde el hecho recogido en el evangelio, pasando por el elemento simbólico del árbol y la matrona que contempla en silencio, hasta la narración de una leyenda. Sin embargo, no hay nada en las tres escenas que diferencie los diversos niveles (símbolo, historia, leyenda). Y de ahí el riesgo de que, si el catequista no lo advertía suficientemente, los tres elementos fueran presentados y percibidos por los catecúmenos como equivalentes.

Luis Resines










Uno de los retos más acuciantes de la catequesis tradicional fue siempre la explicación del misterio de la Trinidad. El cartel, con evidente ingenuidad, compendia visualmente los recursos más socorridos. Se parte de la manifestación trinitaria de los evangelios: ahí están Jesús bautizándose en el Jordán, sobre su cabeza el Espíritu Santo en forma de paloma, y el Padre, que desde la nube autoriza a Jesús como hijo suyo y manda que sea escuchado. Y en actitud, nada natural pero expresiva, de escucha, se personifica a la humanidad, junto al árbol con un solo tronco del que proceden tres brazos, símil gráfico muy habitual para dar a entender el misterio de un solo Dios y tres personas distintas. Como réplica a tantas sutilezas como arbitraron los teólogos escolásticos para penetrar el misterio insondable, se escenifica, con figuras más reducidas, el episodio tópico de la hagiografía y de la iconografía de san Agustín. Paseaba por la playa el santo, angustiado por escrutar y razonar el misterio, cuando se encontró con un ángel en forma de niño que quería introducir todo el agua del mar en un hoyo mínimo cavado en la arena; a la advertencia de lo imposible de su empeño le respondió el ángel: “Más imposible es que tú puedas encerrar en tu razón el misterio de la Santísima Trinidad”.

Teófanes Egido. Catedrático de Historia



Exposición