La oración
Cuatro escenas, desiguales, en la lámina: una en la franja superior, estrecha; dos en la franja inferior, ligeramente más ancha; y una central que ocupa el resto del espacio.
Comienza la parte tercera de la colección de láminas: la oración, con dos láminas.
1. El cuadro más grande es el principal, y también el que lleva la numeración primera. Representa a Jesús orando. Podría representar la oración en el huerto de los olivos; pero también podría reflejar cualquier otro momento en que Jesús, retirado de los suyos, se entrega a la oración. Parece más que habría que pensar en esta segunda situación, pues nadie le acompaña. “Después de despedirse de ellos se fue al monte a orar” (Mc. 6, 46). Desde ese punto de partida, es posible presentar a los cristianos la importancia de la oración.
2. La escena segunda, en la franja superior, está matizada por el título respectivo: “Elías, por la oración, alcanza de Dios la lluvia”. La referencia es la de 1 Re. 18, 41-46, que narra el fin de la sequía, anunciada en 1 Re. 17, 1. Tres años y medio de sequía (Lc. 4, 25-26) que encuentran su fin con la oración de Elías, el profeta.
3. El cuadro tercero, abajo a la izquierda, presenta la oración pública de la Iglesia, plasmada en una procesión, en la que participan la mayor parte de las personas, mientras que otras asisten, reverentes, a su paso. Se adivina que es una procesión con el Santísimo sacramento, pues al fondo se percibe el palio.
4. La última escena, abajo, a la derecha, recoge el momento en que Jesús enseña la oración del padrenuestro a sus discípulos. Aparece Jesús y seis discípulos, atentos a la enseñanza del Maestro. Éste les muestra la nueva oración típicamente cristiana. Podría dar la sensación de que este cuadro recogería el padrenuestro como oración privada, por contraste con el cuadro anterior que se refiere a la oración pública. No es así, y queda en cierto modo sin responder qué se debe entender por oración privada, que la lámina no desarrolla al detalle.
Luis Resines
¿Te acuerdas? Eras un niño y en el silencio que acompasaba el reloj despertador en la cocina de la abuela pasabas las hojas de aquel libro sagrado que tenía estampas como ésta. Era invierno y en la noche larga demorabas la hora de ir a la cama. Aquellos santos te llevaban por parajes de sol y alguna fuente que imaginabas. Y naranjas. ¿Cómo sería el desierto? Un calendario en la pared insistía en lo mismo. Junto a ti los cuerpos cansados de los mayores buscaban el calor de la lumbre, entraban y extendían sus manos sobre la chapa de la cocina. Tanto esfuerzo. En el horno, madrina ponía a cocer unos dulces sobre papel de estraza. Vamos a rezar un padrenuestro, un credo, una salve... Y los labios musitaban las palabras buscando consuelo, implorando gracia. Y los dulces ya estaban. Bendita estampa. Cristo modelo de oración. ¡Era Dios y también rezaba! Y qué oraciones tan hermosas, poemas para cantar, letanías, estrella de la mañana..., pero la rutina papagaya nos hizo sordos y ciegos al sonido y al fulgor original de aquellas palabras. Perdona a tu pueblo, Señor. Perdónanos. Cantar como quien reza. El canto es oración.
Amancio Prada. Músico y cantante