Un leñador y su mujer morían de hambre. Un hada apareció y prometió adoptar a su pequeña hija si ellos se la daban.
La pequeña María se encontraba muy bien; comía pan de especias y los duendecillos jugaban con ella.
Los corzos, los conejos, los pajaritos, todos los animales del bosque la conocían y la acompañaban cuando salía a pasear.
Cuando montaba en el bote, una cigüeña se posaba y batiendo las alas la llevaba a donde ella quería ir.
Un día, el hada tuvo que dejarla sola en el palacio; antes de marchar, le prohibió que abriera un cofre que le enseñó.
María desobedeció. Cuando ella abrió el cofre encontró una varita mágica.
A su regreso, el hada vio que los dedos de María estaban dorados y supo que había desobedecido. Pero María negó su falta.
“Mala, mentirosa” dijo el hada y la sumió en un sueño profundo.
Cuando despertó, se encontraba en el sitio donde el hada la había recogido de niña; estaba vestida de saco y se había quedado muda.
El príncipe, que estaba de caza, la encontró, la llevó a casa y se casó con ella.
Ella tuvo un hijo. El hada apareció y le preguntó “¿Has tocado mi varita?” María negó con la cabeza.
“Mala, mentirosa”, dijo el hada y se fue llevándose a la criatura.
Se creía que la reina era una ogresa que se había comido a su hijo. María estaba muda y no entendía lo que pasaba.
El rey cedió a todas las voces que la acusaban y la condenó a muerte.
Cuando iba al suplicio, María suspiró “¡Ay, si antes de morir pudiera yo confesar mi falta!”
En ese momento apareció el hada con la criatura y la reina pudo hablar. Al final todos quedaron muy contentos y hubo grandes festejos.
Este cuento (ATU 710) aparece por primera vez en el Pentamerone de Giambattista Basile (1566-1632). Los hermanos Grimm incluyeron el cuento en su colección (nº 3). En el tipo considerado más tradicional, la madre adoptiva aparece como la Virgen María. En las versiones orales, en vez de un hijo, la reina suele tener tres.