Colín guardaba las vacas y se aburría mucho. Un guardamonte salió del bosque. “Después del alba iré por este llano tras un viejo ciervo que se me ha escapado un par de veces”. “Acaba de pasar por allá, pero si estás cansado, quédate aquí con mis vacas, guárdalas y descansa, que yo lo cazaré”. “Está bien, toma mi fusil, llévate mi perro, ve y mátalo”.
Colín marcha con el perro, que bate los matorrales, huele, se para y por fin encuentra el ciervo. El muchacho dispara impaciente, pero falla y hiere al perro. Colín regresa y se encuentra al guardamonte roncando. Habían robado las vacas.
El pobre Colín recorre montes y valles mesándose los cabellos, pero no encuentra nada y tiene que regresar a casa avergonzado. Temblando, cuenta al padre lo que le ha pasado. Este agarra un bastón y le da una buena tunda al muchacho. Luego le dice: “A cada uno, su oficio; así se guardan las vacas”.