La señora de la Torre, madre de Virginia, y su amiga Margarita criaban a sus hijos en la misma cuna. Al crecer desarrollaron tan tierno amor que era imposible separarlos.
La señora de la Torre tenía una esclava negra que se llamaba María y Margarita un esclavo que se llamaba Domingo. Pablo solía ir al bosque con Domingo a coger flores, frutas y nidos de pájaros que luego ofrecía a Virginia. Las madres estaban contentas de este amor y por las tardes todos se reunían a rezar o a leer.
Sucedió que condenaron a una pobre vieja negra a morir azotada y huyó. Pablo y Virginia la encontraron y prometieron implorar piedad para ella. El propietario de la plantación no pudo resistir las lágrimas de los dos muchachos y concedió la gracia a la esclava. De regreso a casa, cayó una tormenta y Pablo llevó en sus brazos a Virginia al cruzar un torrente crecido. Se habían perdido, tenían hambre y frío pero su perro los encontró. Unos cimarrones los llevaron en unas parihuelas hasta la casa de sus padres.
Un navío llegó de Francia con cartas para la Señora de la Torre que un pariente rico quería nombrar a Virginia heredera de su fortuna y les pedía que la muchacha fuera a Francia por una temporada. El gobernador de la isla le entregó a la señora un saco de plata de parte de su tía instándola a partir cuanto antes, ya que se trataba de la felicidad de la muchacha. La separación causaba mucho dolor a todos. Engañaron a Pablo con un pretexto y embarcaron a Virginia para Francia. Cuando Pablo se enteró el barco ya estaba lejos. Se subió a una roca hasta que desapareció en el horizonte.
Después de un tiempo Virginia anunció por carta su regreso. Cuando se veía llegar el navío, una gran tormenta lo hizo naufragar sin que nadie pudiera socorrer a los desafortunados. Aun así Pablo se lanzó al agua, pero las olas lo devolvieron a la playa. Al día siguiente apareció el cuerpo de Virginia. Todo el pueblo asistió a los funerales de Virginia, y dos meses después el inconsolable Pablo fue a reunirse con la amiga que tanto amaba.