Rodante, reina de Corinto, era tan hermosa que nadie podía mirarla sin enamorarse de ella. Tres príncipes querían casarse con ella. Rechazó la petición de mano, y los tres príncipes, para vengarse, resolvieron dar una lección a la desdeñosa.
Rodante le pidió ayuda a su hada madrina. Al instante ella se convirtió en rosal y los príncipes en mariposas. La reina madre, desesperada por la pérdida de su hija, hizo que llevaran el rosal al jardín del palacio. El rosal se llenó de flores blancas tan bellas que se convirtió en un objeto de culto casi religioso.
El mago encantador Salarico persiguió a una joven hasta el jardín. Las rosas se pusieron rojas en testimonio de este ultraje. Salarico arrancó el arbusto y se lo llevó pensando poder restituirlo a su forma primitiva. Pero sus intentos fracasaron: Rodante sería la reina de las flores.
El príncipe Amilkar pidió la mano de la hermana de Rodante. Ella aceptó con la condición de que recuperara el rosal. Amilkar se fue a la casa del mago. Reptiles terribles le cortaban el paso, pero él luchó contra ellos y recuperó el rosal. El mago lo persiguió y lo precipitó al mar. El rosal hizo que Amilkar flotase por encima de las olas. Salarico hizo surgir llamas alrededor de Amilkar, pero él, protegido por el rosal, solo sentía el aroma de las flores. Amilkar regresó con el rosal. La hermana de Rodante le concedió entonces su mano.
El arbusto de Corinto fue transportado a Salency por san Medar, obispo de Noyon, y se reprodujo por esquejes. Hoy las rosas están en todas partes y sirven para coronar las niñas buenas, que adoptan el nombre de Rosal. Las rosas también sirven para que las niñas feliciten a sus padres, porque no hay ramos de flores hermosos si no tienen rosas.