LA RELIGIOSIDAD POPULAR

Aleluyas



Dice Luis Resines que a partir del Románico europeo, la gran mayoría de la población consistía en un público espectador de pinturas y esculturas públicas, sobre todo de las que aparecían en las iglesias, que hacían referencias a relatos más o menos fundamentales para el cristianismo, y que se transmitían oralmente por medio de la predicación. Las personas, antes de entrar en el templo observaban un programa iconográfico presentado en esculturas y en pinturas que reflejaba la doctrina cristiana; en el interior del templo recibían la predicación oral donde de nuevo se les transmitía la doctrina, reforzada por las pinturas y esculturas del interior. A la salida del templo, volvían a percibir las imágenes visuales que habían visto al entrar. Los recursos empleados en la predicación oral guardaban mucha similitud con los que aparecían en lo que podemos denominar “predicación visual”, y todo ello estaba dirigido a un programa de adoctrinamiento ideológico al servicio de las clases dirigentes.


La plegaria

Resines insiste sobre el origen de la palabra Aleluya: “Aún quedan por señalar -dice-algunos usos litúrgicos, por ejemplo la casi universal costumbre de cesar en este canto al comienzo del ayuno (in capite jejunii), y más adelante, en la septuagésima, que dio origen a la costumbre de la despedida del Aleluya. El gusto por la alegoría y la representación escénica que tan extraordinariamente se desarrolló en la liturgia en la Edad Media, y que, con sus excesos, convirtió a la iglesia en un verdadero teatro, condujo a idear ceremonias para la despedida del Aleluya. Incluso el mismo día de esta celebración recibió el nombre de clausum aleluya. Se compuso un oficio, llamado el Alleluiaticum officium, oficio con himnos, oraciones, responsos, antífonas, en el cual el Aleluya aparecía naturalmente con frecuencia. En la iglesia de Toul, y en algunas otras, se fue más lejos aún: se enterraba al Aleluya como si se tratara de una persona muerta que debía resucitar el día de Pascua; el officium claudendi et sepeliendi aleluya (el oficio de clausurar y enterrar al Aleluya) llevaba consigo una puerilidad que Moroni condenaba severamente, y con razón: “el sábado se reunirán los niños del coro diario con sus vestidos más elegantes, y entonces organicen la sepultura del Aleluya. Y, completado el último Benedicamus, avancen con cruces, velas, agua bendita e incienso, llevando la tierra de la sepultura como en un funeral, pasen por el coro y lleguen al claustro con lamentos, hasta el lugar en que se haya de enterrar; una vez allí, asperjada con agua bendita e incensada, [conducidos] por alguno de entre ellos, regresen por el mismo recorrido. Así es la costumbre desde antiguo”.





Exposición