LA RELIGIOSIDAD POPULAR

Altar



En la nueva y eterna alianza Dios, al hacerse hombre, tomó un cuerpo pasible y mortal, y como hombre pudo sufrir y como Dios pudo dar a sus sufrimientos un valor infinito, capaz de satisfacer o pagar generosamente toda deuda adquirida por el pecado del ser humano. Y Jesús, al ser verdadero Dios y hombre, es capaz de reconciliar definitivamente el hombre con Dios al ofrecer un sacrificio, por esto Él es sumo y eterno sacerdote. Pero Jesucristo, además de ser sacerdote también es la víctima y es el altar (Misal Romano, Prefacio pascual V). Jesús es la víctima porque Él, como único sacerdote de la nueva alianza, se ofreció (1 Tm 2, 6) a sí mismo como víctima; y no como cualquier víctima sino como una víctima verdaderamente propiciatoria y necesaria, la que paga el precio justo en reparación del gran pecado cometido. La víctima en este caso no es puesta por un hombre ni es un animal, la víctima la pone Dios, y es Él mismo. Así, se convierte justamente en este «siervo doliente» que acep- ta, libre y voluntariamente, por amor, la misión de ser la víctima capaz de pagar el alto precio por nuestra infidelidad.


Aras y altares

Jesús es el altar. Teniendo ya el sacerdote y la Víctima haría falta ahora el Altar, siempre necesario para llevar a cabo el Sacrificio. El altar evoca pues la mesa sobre la cual Jesús anticipó su sacrificio que realizaría ofreciéndose en el altar de la cruz. De esta manera hay una relación directa e intrínseca entre mesa (altar) y cruz y, sobre los cuales está la víctima; conformando una unidad o una fusión entre Jesús y la cruz, entre Jesús y el altar.
Henry Vargas Holguín





Exposición