La mascarada “Los Carochos” que expuso su vestuario, magia y simbología en el Centro Regional de Artesanía de Castilla y León (CEARCAL) en 2018 y en el I.E.S. Aliste de Alcañices en 2019, llega a Riofrío de Aliste (Zamora).
Esta representación con once personajes se celebra a lo largo de cada 1 de enero. La representación ritual tiene componentes muy atractivos como una estrafalaria indumentaria y máscaras diabólicas, pero bajo ellas hay una intensa carga simbólica con componentes mágicos. Los Carochos concentran todos los componentes de las llamadas fiestas de invierno: alegorías a la fertilidad de los campos y el ganado, el rito del paso de jóvenes a adultos, el cambio de ciclo de la naturaleza, la mudanza del año viejo al nuevo o la purificación de las comunidades locales son metáforas que explican esta celebración de interés antropológico.
Máscaras en acción: Los Carochos tiene vocación itinerante y la aspiración de la misma es mostrarse en el máximo número de centros etnográficos españoles y portugueses, así como en otros espacios europeos.
Tanto la Asociación Puglia auténtica como la Universidad de Valladolid trabajan desde 2008 la Semana Santa ampliando progresivamente de la red de socios y actividades, que tienen como fin estudiar el patrimonio religioso y cultural a través de conservación, valorización y promoción de las identidades culturales e históricas de las tradiciones populares, también con un fuerte impulso hacia la innovación y con el fin de fortalecer el circuito de turismo cultural y religioso, con especial atención a la sostenibilidad y las políticas de desestacionalización.
Estos son los objetivos prioritarios del proyecto, que considera el viaje como un momento fundamental de confrontación e intercambio con las realidades culturales europeas, momento de análisis, reflexión y manifestación de los elementos comunes, de las diferencias y contradicciones presentes en estas tierras en las cuales confluyen culturas, tradiciones diferentes pero unidas por la misma civilización, la que vio nacer y florecer a los pueblos de la cuenca mediterránea.
Motivación
Con el subtítulo de La Semana Santa ritual y vivida hemos querido llamar la atención sobre los valores históricos y patrimoniales que aún se conservan como ritos completos, casi por un milagro, en algunos lugares. En ellos la manera en la que el paisaje urbano y rural, sobre todo rural, el paisanaje, lo social y lo religioso se unen y amalgaman en una serie de actos y vivencias que involucran a los habitantes de las localidades donde se celebran más allá de sus orígenes sociales y a veces de sus prácticas religiosas cotidianas.
Hemos querido huir de las semanas santas oficialmente turísticas porque no queremos que se confundan los verdaderos patrimonios culturales inmateriales con los productos turísticos, que, además, y por desgracia, cada vez se parecen más unos a otros caminando hacia una homogeneidad que nunca ha existido en estas celebraciones populares.
Las localidades elegidas han sido cinco. San Vicente de la Sonsierra protege la procesión de los disciplinantes también llamados “picaos”, como se hacía en el Barroco y la conserva a pesar de la prohibición de Carlos III en 1777. Peñafiel conserva en “La Bajada del Ángel” que tiene lugar la mañana de Pascua, universos teatrales otrora muy extendidos. Son resto de los autos sacramentales del Barroco en los que la tramoya y el atrezo eran obligatorios en cualquier puesta en escena religiosa. Bercianos de Aliste salvaguarda la función del Desenclavo y la Procesión del Santo Entierro, sin apenas variación desde el s. XVIII. La Bañeza convoca a una multitud de vecinos y visitantes alrededor de la procesión de “El Santo Potajero”. Es una obligación que tenían los cofrades de Nuestra Señora de las Angustias de dar de comer a los presos de la cárcel en este tiempo de Semana Santa. La ciudad de Toro tiene como núcleo central de su Semana Santa, la tradición de los conqueros, cuatro hermanos de la cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno y Ánimas de la Campanilla que en el más absoluto silencio piden limosna por la ciudad con la “conca”, el cuenco que servía y sirve en las bodegas particulares para probar el mosto en las vendimias y el vino nuevo antes de espitar.
A través de las fotografías y los audiovisuales se logramos la participación empática del público en unos rituales que son fruto de un sustrato religioso y cultural de siglos, tamizado por la adecuación a las necesidades de los grupos que los conservan. Se llamó la atención sobre esta riqueza cultural que se convierte, para los amantes del turismo cultural y religioso en una experiencia personal y comunitaria inenarrable. Y las cofradías que los mantienen y conservan son los transmisores y sostenedores de una cultura que transita por la historia proyectando luces y sombras a su paso, creando penumbras donde el asistente se siente envuelto en un sinfín de sensaciones que le conducen a encontrarse consigo mismo en cualquiera de sus facetas.
En el territorio de Terra Quente y Terra fría y de Zamora y Salamanca se conservan cuarenta y ocho mascaradas de invierno con distinto grado de vitalidad, pero en todos estos casos son referentes dentro y fuera de las comunidades en las que se celebran sus ritos. Esta cuestión no es baladí en unas comarcas en las que la atonía demográfica y el aislamiento económico que la ha propiciado son un gran baldón. Se puede decir, al menos en la mayoría de los casos, que ninguna de ellas tienen el futuro asegurado por inercia, pero en la mayoría también se puede afirmar que las comunidades hacen lo posible por mantener viva la tradición heredada de sus mayores. Este legado que impulsa la visibilidad del mundo rural, ardua tarea hoy día, se refuerza con estrategias diversas como participar en desfiles, asociarse, celebrarlas de forma extemporánea o cualquier fórmula que sirva.
Las mascaradas, no hay ninguna exactamente igual a otra, aunque compartan rasgos, tienen su gran valor, no en las estrafalarias o siniestras máscaras, no en la indumentaria, no en la música, no en los trabajos de artistas y profesionales sobre ellas, sino en la participación de los vecinos, los que permanecen en el medio y los emigrados que regresan y que se identifican a través de ellas. La carga simbólica y la crítica social son los poderes que las han hecho sobrevivir a unas y recuperarse a otras en función de los vaivenes de la Historia. Queremos reflexionar acerca de su vigor con las comunidades que siguen celebrando el caos invernal de la naturaleza y con todos los interesados en estas hermosas tradiciones.
La mascarada “Los Carochos” que expuso su vestuario, magia y simbología en el Centro Regional de Artesanía de Castilla y León (CEARCAL) en 2018, está en el I.E.S. Aliste de Alcañices. Con esta nueva escala cumplimos la aspiración con la que nació, que es su componente pedagógico, ya han colaborado alumnos de arte, y se pretende que la vean niños y jóvenes de centros educativos.
Esta representación con once personajes se celebra a lo largo de cada 1 de enero. La representación ritual tiene componentes muy atractivos como una estrafalaria indumentaria y máscaras diabólicas, pero bajo ellas hay una intensa carga simbólica con componentes mágicos. Los Carochos concentran todos los componentes de las llamadas fiestas de invierno: alegorías a la fertilidad de los campos y el ganado, el rito del paso de jóvenes a adultos, el cambio de ciclo de la naturaleza, la mudanza del año viejo al nuevo o la purificación de las comunidades locales son metáforas que explican esta celebración de interés antropológico.
Máscaras en acción: Los Carochos tiene vocación itinerante y la aspiración de la misma es mostrarse en el máximo número de centros etnográficos españoles y portugueses, así como en otros espacios europeos.