El atrio de la catedral de Valladolid fue hace algunos años motivo de polémica entre quienes querían acercar el templo a la calle y quienes defendían su vinculación inequívoca con el resto del edificio y su función, a veces relacionada con la liturgia pero también con un espacio jurisdiccional.
Felipe II encargó a Juan de Herrera los planos de un enorme templo que nunca llegaría a terminarse. Sobre las ruinas de la Colegiata que se había comenzado en tiempos del emperador Carlos I para sustituir a la edificada por el Conde Ansúrez, se iniciaron las obras en las que intervinieron sucesivamente distintos arquitectos.