La memoria se erige como uno de los pilares básicos en el desarrollo y evolución del individuo. Sin memoria no es posible la experiencia y sin experiencia se repetirían hasta el infinito los errores humanos. Sin embargo hay varios modelos de memoria que merecerían una especial atención. La memoria individual, por ejemplo, esa que nos atañe a cada uno de nosotros, a menudo inserta sus recuerdos de forma ordenada en un continuo vital y termina siendo un archivo monumental del que echamos mano en el momento oportuno para centrar y rememorar instantes concretos de nuestra existencia. La memoria colectiva, por otro lado, está formada por imágenes, fijas o en movimiento, que corresponden a situaciones sociales, a circunstancias compartidas, a partir de las cuales un grupo de individuos asume de forma común esas mismas situaciones; a esa memoria pertenece una buena parte de las instantáneas que componen los archivos fotográficos de finales del siglo XIX y comienzos del XX porque los monumentos, calles o edificios que aparecen en ellas llegaron y se instalaron en nuestras vidas ya desde nuestro nacimiento aunque evidentemente existieran antes que nosotros y probablemente sigan ahí después de que nos vayamos. Es una forma de memoria histórica a la que contribuyen las fotografías con sus imágenes fijas que hablan a quien quiera escuchar.
Las ciudades se elevan sobre la realidad de sus materiales: la piedra, el ladrillo, la madera y el cristal van creando un entramado que constituye el perfil físico que da personalidad a un conjunto de edificios y ayuda a reconocer sus límites y sus contornos. Las ciudades crecen y se modifican, por tanto, en virtud de las necesidades de sus habitantes o de las ideas de quienes trabajan para ellos, como arquitectos, diseñadores, decoradores y artistas que alimentan a la criatura. Pero una ciudad puede ser algo más. Puede estar constituida también por el conjunto de imágenes que albergan las memorias de sus moradores. Imágenes que se fijan en las personas ya desde la infancia y que son más perdurables incluso que el hormigón o el cemento de los muros a los que sobreviven y superan. A veces esas imágenes se guardan en papel o en cristal para fijar un testimonio que podría ofrecer dudas o para retener un recuerdo con sus características bien definidas. Pero además, para crear una identidad intangiblemente real que traspasa los tiempos y se instala en las nubes de la memoria.
La exposición «Memorias de una ciudad» recorre algunos lugares que representan o han representado a Valladolid durante los últimos cinco siglos y trata de mostrar a través de imágenes fotográficas –conocidas y menos conocidas- el proceso que ha seguido su desarrollo urbanístico, apoyando todo ello en textos históricos y en una documentación interesante y variada.