Como una Mesopotamia castellana, Valladolid se miró siempre en las aguas de sus dos ríos. Las crecidas fueron para la ciudad como las enfermedades: se padecían y se olvidaban hasta que asustaban de nuevo. Esgueva y Pisuerga crecieron y se desbordaron históricamente como una romántica pareja de enamorados cantando la misma partitura. Una de las crecidas más abundosas, la de 1636, se recuerda porque el agua del Pisuerga, como un espectador más, llegó hasta las puertas del Teatro de la Comedia; por el otro lado, la Esgueva se volvió loca y se metió en el hospital de Orates...
Francisco Ruiz Valdivieso, impresor de la Plazuela Vieja lo estampó y Matías Sangrador lo contó luego en su Historia de Valladolid, anotando que las monjas de Santa Teresa quisieron dejar el recuerdo en piedra con la inscripción «Aquí llegó Pisuerga a 4 de febrero de 1636. Alabado sea el Santísimo Sacramento». Otro historiador de lo cotidiano, Ventura Pérez, recogió en su diario la avenida del año 1739 en que los dos ríos volvieron a celebrar solemnes y accidentadas nupcias, saltando el Pisuerga por encima del Puente Mayor y alcanzando la Esgueva el sagrario de la Iglesia de la Cruz. Sangrador escribe –las adversidades descubren a los héroes– que un mozo de las Tenerías, pese al peligro que ofrecía cruzar el río en una barquichuela, atravesó la corriente una y otra vez para abastecer de pan a sus vecinos aparvando las molletas que le acercaban a la Huerta del Rey los tahoneros de Zaratán. El mozo, muy orgulloso, rechazó cualquier tipo de recompensa del Corregidor alegando «que no había expuesto su vida por el interés sino por hacer un servicio a la humanidad». Cincuenta años más tarde, en la madrugada de la fiesta de San Matías- cuando dicen que se juntaban las noches con los días- la Esgueva volvió a desbordarse y, según narra el Diarista Pinciano, o sea Beristain, principalmente por la falta de limpieza de su cauce y por las barrabasadas que hacían los arrendatarios del molino de papel, capaces de abrir y cerrar compuertas como los castores con tal de llevar el agua a su molino.
El siglo XIX trajo consigo algunas mejoras y el púdico cubrimiento de la Esgueva que, aparentemente, ya no podría salirse por donde solía. Las obras, sin embargo, duraron más de lo previsto y se completaron ya en la segunda década del siglo XX. El año 1924, y en la primavera del calendario, comenzaron dos semanas de lluvias intensas que provocaron que la Esgueva, loca de nuevo, se desbordara de todos sus cauces. Antes de la última Guerra Civil y como preludio a la trágica gavilla de despropósitos, la Esgueva volvió a circular por San Juan, los Vadillos y San Andrés llegando hasta la Plaza de Madrid.