REVISTAS SATÍRICAS DEL SIGLO XIX

Llorad vuestros excesos…



Para subrayar la captación de la voluntad de la reina por parte de Napoleón el grabado “Llorad vuestros excesos…” (La Flaca, 10 de julio de 1870) lo presenta con disfraz de diabólico Mefistófeles en la ceremonia de abdicación de Isabel II. Desde los primeros días de exilio la reina había recabado contradictorias opiniones sobre qué postura tomar: no abdicar en su círculo íntimo, retrasar la abdicación en carlistas y en el moderantismo retrógrado, y dudas sobre en quién debería recaer la regencia durante la minoría de Alfonso en el moderantismo más abierto. Ante tal diversidad, durante año y medio la reina se negó a abdicar. Por fin, decide hacerlo de forma improvisada, el 25 de junio de 1870. Parece que obedeció, mezclando lo público con lo privado según su costumbre, al emperador, quien el año anterior condicionó ayudarla frente a los chantajes económico y dinástico de Francisco de Asís, si abdicaba en el momento que él considerase oportuno. Y ese momento se produjo al filtrarse a Napoleón que Leopoldo de Hohenzollern aceptaba ser candidato al trono español. El emperador no presenció el acto de abdicación por lo que el mefistofélico Napoleón, único personaje satisfecho del dibujo, es elemento figurativo en su papel de inductor. Aunque consta que la reina vestía de rosa, aquí el estampado con torres y leones puede representar su concepción puramente patrimonial de la monarquía, como el hecho histórico de rebautizar Palacio de Castilla, lugar del evento, al Palacio Basilevski.





Tampoco Alfonso tenía edad de silla infantil, pero así se indica su minoría que exigía una problemática regencia. En cambio el grabado es realista en cuanto a que “todo el mundo estaba de gala” y que la escena fue tormentosa y patética. El duque de Riánsares, el infante Sebastián Gabriel de Borbón, primo de la reina, el general Francisco Lersundi, sustituto de Cheste y de Calonge en la dirección del moderantismo, fueron algunos de los apabullados “cortesanos” presentes a los que la reina se dirige. La leyenda alude a la actitud de Isabel que trató de implicar en su abdicación a quienes la rodeaban en un discurso no consultado con nadie. Todos enjugan con grandes pañuelos sus lágrimas que se recogen en una jofaina, lo que, sumado a su gesto de desagrado, sugiere en ella tanto enfado como tristeza. Por último, la rabieta de don Alfonso, a pesar de la colección de soldaditos de plomo (es histórico que la poseía) y de la entusiasta inscripción de su silla, contrasta con el tamaño de corona y cetro insinuando la inconsistencia de un niño caprichoso ante la responsabilidad que se le otorga.





Exposición