Cuenta Jean Croiset que Benigno fue educado en la religión cristiana en la ciudad húngara de Tuderto, que otros denominan de Todes o Todi. Sus primeros años le sirvieron para crecer en fortaleza interior afianzando su fe en las virtudes cristianas. Habiendo llegado a oídos del obispo San Ponciano las cualidades del joven, le ordenó sacerdote. La ordenación coincidió con una de las peores persecuciones contra los cristianos ordenada por Diocleciano y avalada por la actitud del co-emperador Maximiano, empeñados ambos en la empresa de que todo el imperio les considerase como enviados de los dioses en la tierra. La ciudad en que vivía Benigno no se libró de la cruel campaña y él mismo sufrió prisión por predicar en contra de la injusta norma alentando a quienes sufrían en las cárceles a padecer los tormentos con resignación cristiana.
El 13 de febrero del año 303 fue atormentado hasta la muerte y fue enterrado en la Via Flaminia en un lugar denominado Vicus ad Martis Tudertium donde después surgiría una localidad llamada de San Benigno y un monasterio benedictino que se denominó “de las milicias”.
Precisamente en ese monasterio tuvo lugar uno de los milagros que atribuye la tradición a San Benigno, cuando un monje quiso robar la cabeza de la sepultura del santo y al querer huir no encontraba la puerta de salida, con lo que tuvo que devolver la reliquia a su lugar.