La Iglesia celebra el 11 de febrero la festividad de Nuestra Señora de Lourdes, aunque algunos calendarios traen como santo del día al papa Gregorio II. Tuvo este pontífice que afrontar durante su papado la crisis iconoclasta derivada de la actitud del emperador de Bizancio León III. Aunque el papa Gregorio convocó un concilio para dejar clara su postura en defensa de las imágenes para el culto, podría decirse que el II Concilio de Nicea, celebrado en la provincia de Bitinia en el año 787, es el que señala inequívocamente el comienzo del interés ortodoxo y oficial -o sea bendecido por la Iglesia- hacia las imágenes y representaciones religiosas. Convocado por la necesidad de sentar doctrina y acabar con la desviación que provocó la iconoclastia del emperador Isáurico, los asistentes al Concilio acordaron y determinaron lo siguiente:
Continuando la enseñanza divinamente inspirada de nuestros santos Padres y la tradición de la Iglesia católica definimos con toda exactitud y cuidado que las venerables y santas imágenes, como también la imagen de la preciosa y vivificante cruz, así como también las demás imágenes, tanto las pintadas como las de mosaico u otra materia conveniente, se expongan en las santas iglesias de Dios, en los vasos sagrados y ornamentos, en las paredes y en cuadros, en las casas y en los caminos: tanto las imágenes de nuestro Señor Dios y Salvador Jesucristo, como las de nuestra Señora inmaculada la santa Madre de Dios, de los santos ángeles y de todos los santos y justos.
San Juan Damasceno, en su defensa razonada de las representaciones de santos, había justificado pocos años antes el uso de toda esa iconografía al escribir:
La belleza y el color de las imágenes estimulan mi oración. Es una fiesta para mis ojos, del mismo modo que el espectáculo del campo estimula mi corazón para dar gloria a Dios.
Esta necesidad personal del espíritu que asimilaba la oración con las sensaciones estéticas o de los sentidos vino a añadirse a una larga lista de fines mnemónicos o didácticos que también encontraban argumentos a favor de la contemplación devota de los iconos. La acendrada tradición de la Iglesia, desarrollada durante toda la Edad Media, de adoctrinar y explicar (principalmente a los iletrados, que eran mayoría) con la ayuda de grandes cartelones llamados carocas o con los argumentos vertebrados y catequéticos de los retablos (cuyas imágenes podían transmitir ideas y hechos de forma asequible y ordenada), se complementó con el uso de un tipo concreto de papel suelto, sobre el que se dibujaban e iluminaban representaciones de santos, que se vendía con el fin de fomentar la devoción a los mismos. De ese modo se poseía una imagen del santo venerado, o sea del intermediario entre Dios y el cristiano, satisfaciendo ese deseo innato del ser humano que incluso tuvo que reconocer Voltaire en su Diccionario Filosófico.
CREENCIAS
A partir de 1858, año en que la pastora María Bernarda Sobirós confiesa haber visto en una gruta cercana a donde vivía -en un paraje denominado Massavielle-, una aparición misteriosa a la que denomina "aquella", se inicia una larga historia cuajada de hechos significativos para la religión católica en un momento en que la influencia de los llamados libre-pensadores en Francia comenzaba a tener un peso sobre los creyentes. La pequeña pastora, con una entereza y una seriedad impropias de su edad, transformó con sus convicciones a los más incrédulos y creó una corriente de piedad hacia la Inmaculada Concepción, hacia la Virgen, en su advocación de Lourdes. Allí se edificó un santuario donde comenzaron a producirse hechos considerados curativos o milagrosos y la Virgen de Lourdes fue declarada por la Iglesia "patrona" de todos los enfermos. Curiosamente, cuando se encargó a un artista la realización de una imagen para representar a la milagrosa aparición, Bernarda dijo no estar de acuerdo con el resultado pues aunque no estaba mal, no se parecía a "aquella", a la Señora.