Nació Escolástica en Nursia (Italia), al parecer en el mismo parto que quien luego sería conocido como San Benito de Nursia. Su madre murió de sobreparto y ambos niños fueron educados en la virtud y el amor al prójimo. Después de haber fundado Benito su primer monasterio en Montecassino, Escolástica instituyó otro para mujeres muy cerca del de su hermano.
Los pocos datos que hay sobre la vida de la santa los narra San Gregorio en sus Diálogos, de donde procede la leyenda sobre un encuentro con su hermano San Benito:
“Una hermana suya, llamada Escolástica, consagrada a Dios todopoderoso desde su infancia, acostumbraba a visitarle una vez al año. Para verla, Benito descendía a una posesión del monasterio, situada no lejos de la puerta del mismo. Un día vino como de costumbre y su venerable hermano bajó donde estaba ella, acompañado de algunos de sus discípulos.
Pasaron todo el día ocupados en la alabanza a Dios y en santos coloquios, y al acercarse las tinieblas de la noche tomaron juntos la refección. Estando aún sentados a la mesa entretenidos en santos coloquios, y siendo ya la hora muy avanzada, Escolástica le rogó:
"Te suplico que no me dejes esta noche, para que podamos hablar hasta mañana de los goces de la vida celestial".
A lo que él respondió:
"¡Qué es lo que dices, hermana! En modo alguno puedo permanecer fuera del monasterio".
Estaba entonces el cielo tan despejado que no se veía en él ni una sola nube. Pero Escolástica, al oír la negativa de su hermano, juntó las manos sobre la mesa con los dedos entrelazados y apoyó en ellas la cabeza para orar a Dios todopoderoso.
Cuando levantó la cabeza de la mesa, era tanta la violencia de los relámpagos y truenos y la inundación de la lluvia, que ni el venerable Benito ni los monjes que con él estaban pudieron atravesar el umbral del lugar donde estaban sentados.
En efecto, la religiosa mujer, mientras tenía la cabeza apoyada en las manos había derramado sobre la mesa tal río de lágrimas, que trocaron en lluvia la serenidad del cielo. Y no tardó en seguir a la oración la inundación del agua, sino que de tal manera fueron simultáneas la oración y la copiosa lluvia, que cuando fue a levantar la cabeza de la mesa se oyó el estallido del trueno y al mismo tiempo fue levantarla que caer la lluvia.
Entonces, viendo el hombre de Dios, que en medio de tantos relámpagos y truenos y de aquella lluvia torrencial no le era posible regresar al monasterio, entristecido, empezó a quejarse diciendo:
"¡Que Dios todopoderoso te perdone, hermana! ¿Qué es lo que has hecho?".
A lo que ella respondió:
"Te lo supliqué y no quisiste escucharme; rogué a mi Señor y él me ha oído. Ahora, sal si puedes. Déjame y regresa al monasterio".
Pero no pudiendo salir fuera de la estancia, hubo de quedarse a la fuerza, ya que no había querido permanecer con ella de buena gana. Y así fue como pasaron toda la noche en vela, saciándose mutuamente con coloquios sobre la vida espiritual”.