La infancia y juventud de San Agustín es recordada en casi todas sus biografías como muestra y ejemplo de un carácter tan dado a la curiosidad como poco proclive al aprendizaje y la fijación de conocimientos. Una temprana y grave enfermedad le hizo pedir el bautismo en previsión de un fallecimiento repentino, lo que agradó mucho a su madre, Santa Mónica, pero al salir del trance olvidó sus buenos deseos. Antes de ir a Cartago a estudiar pasó por Tagaste y Madaura donde llamaron su atención las leyendas y mitos de la antigüedad clásica. Bien pronto destacó en Cartago por la agudeza de su ingenio y por su facilidad de palabra, acrecentada con el perfeccionamiento en el estudio de la retórica. Todo ello le valió para ser reclamado en Italia, donde, además de continuar sus estudios y dedicarse a la docencia tuvo oportunidad de acercarse a San Ambrosio, una de las personalidades más destacadas de su tiempo. Entre las doctrinas y los propagadores que tuvo que conocer y en algunos casos combatir estuvieron las de los donatistas, los arrianistas, los pelagianistas, los origenistas y los maniqueos. Sus obras escritas reflejan, además de su carácter apasionado, una humildad poco habitual. Basta con leer sus Confesiones o sus Retractaciones para comprobar su sabiduría y su modestia.