Fue Blanca de Castilla, la infanta hija de Alfonso VIII y esposa de Luis VIII de Francia quien educó al que había de ser Luis IX en la religión y en la devoción. Se dice que no sólo protegió su alma sino la corona de Francia y la normal sucesión al trono, pues al acecho estaban diferentes nobles esperando que la minoría de edad de Luis les permitiera obstaculizar su acceso al reinado. Blanca determinó que su hijo fuese consagrado como futuro rey en Reims y de ese modo calmó las ambiciones de los nobles. Al mismo tiempo que Luis se educaba y crecía en fortaleza y en buenas costumbres, comenzó una serie de fundaciones de conventos, monasterios y hospitales que le procuraron el amor de sus súbditos y el respeto de sus contrarios. Todos estos asuntos y otros fueron contados por el biógrafo y compañero de Luis, Juan de Joinville, quien dejó una imagen amable y muy positiva del rey.

Su expedición en 1270 a Túnez, enmarcada dentro de la octava Cruzada fue desastrosa por muchas razones, aunque la principal fue que la disentería acabó con parte del ejército que le acompañaba y con su propia vida. Sus restos fueron devueltos a Francia tras una tregua firmada entre el hijo de San Luis, Felipe, y el rey de Túnez. Los huesos se quedaron en París y la carne (según algunos escritos, el corazón o las vísceras) fue reclamada por el hermano de San Luis, Carlos de Anjou, que la dio sepultura en la Abadía de Monreale, en Palermo.