Los dos hermanos, Primo y Feliciano, fueron, como tantos otros cristianos de Roma, obligados a adorar la estatua de Júpiter. Los hagiógrafos cuentan que sufrieron los peores tormentos por negarse a confesar otra fe que la propia, en la que les había educado San Félix, el Papa primero de ese nombre. El año 287 fueron decapitados por orden del gobernador Promoto, quien ordenó que sus cuerpos fueran dejados en el campo para que fuesen devorados por las alimañas. Los cristianos de Nomentum, lugar en que se habían abandonado los cadáveres, los recogieron y los enterraron en una tumba sobre la que se edificó después una iglesia.
CREENCIAS
Son incontables las historias que refieren el momento en que las fieras encargadas de devorar a los cristianos se amansaban y lamían sus pies dulcemente. La crueldad de los espectáculos circenses, aunque dichos espectáculos fuesen protagonizados por gladiadores y especialistas en la lucha, provocó tanto rechazo en algunos cristianos, que Hipólito de Roma hizo mención de tales trabajos entre los oficios que estaban prohibidos por quienes fuesen a recibir el bautismo, para dejar clara la aversión de la primitiva Iglesia hacia estas barbaridades.