Félix fue otro santo taumatúrgico cuya vida cristiana y modélica le hizo, durante su vida y después de ella, servir de ejemplo. Ejerció su ministerio de obispo en Metz, siendo el tercero en ocupar este cargo desde la fundación del obispado en el siglo II, según cuenta la tradición, por discípulos de los apóstoles, si bien no existen datos fehacientes de la historia de la diócesis hasta el siglo VI. A su muerte se construyó un templo en su honor donde se depositaron los restos hasta que el edificio fue destruido en el siglo XVI.
EXPRESIONES
Desde hace años se celebra en esta fecha el día del árbol. Durante siglos, determinados oficios, particularmente aquellos que hacían autónoma en recursos a una comunidad, estaban relacionados con las materias y productos que proporcionaba el entorno, especialmente la madera de los árboles. Con la madera se construían cabañas y casas, así como vallas para proteger la propiedad y el ganado. Con ella hacía el hombre muebles que le servían para sentarse, para dormir, para comer. Con ella también fabricaba carros y aperos para trabajar en el campo.
En la casa, utilizaba madera para arcones, ruecas, tornos, devanaderas y telares en los que tejía y guardaba sus vestidos. De ella hacía hasta los platos, cuencos y cubiertos con que se llevaba el alimento a la boca. Ya en el trascurso de las primeras civilizaciones los individuos descubrieron que, además de ser un recurso muy rico, la madera ofrecía el mayor valor en el hecho de ser un material vivo y en constante evolución, así como en la circunstancia de ser renovable. De la raíz a la copa, pasando por el tronco, ramas y follaje, todo en el árbol era útil, tanto en la naturaleza (fijación de terrenos, fotosíntesis, etc.) como separado de ella. De esa manera, e indudablemente acuciado por la necesidad, pronto descubrió asimismo el ser humano la posibilidad de crear herramientas que le sirviesen para cortar, ensamblar y tallar mejor la madera. Así fueron naciendo las sierras, las hachas de labra, las azuelas, raseros, cepillos, garlopas y guillames, formones, barrenas y taladros, berbiquíes, clavos, escofinas y limas, que le ayudaron a perfeccionar un oficio muy valorado dentro de las pequeñas comunidades rurales. Oficios como el de ebanista, carpintero, carretero o cubero estaban muy relacionados con el de herrero, ya que buena parte de las herramientas de los primeros se hacían en la fragua del segundo. Con el tiempo se fueron creando cofradías y gremios que agrupaban a los individuos por oficios; en esos gremios se aprendía a trabajar en determinadas actividades y se valoraba más el buen trabajo. De ese modo los jóvenes comenzaban como aspirantes en la jerarquía y llegaban a ser maestros artesanos para poder enseñar a otros los secretos de la buena labor.
Otros quehaceres artesanales también guardaban relación, siquiera indirecta, con los productos de la naturaleza al transformar las pieles o la lana de los animales o al servirse de barro, ya crudo ya cocido, para crear formas y recipientes útiles y bellos. La arquitectura y la indumentaria son testigos -eso sí, cada vez más escasos- de la importancia que el adobe o el vellón tuvieron en León y Castilla durante muchos siglos; un varón no podía presumir de tal si no había conseguido hacer el número suficiente de adobes para construir su propia casa y una mujer lo era menos si no había bordado su ajuar de lana y lino y lo había mostrado a toda la comunidad orgullosamente.
Por otra parte, grandes ingenios mecánicos como molinos o almazaras sirvieron también en el medio rural para transformar y hacer más útiles los productos naturales en el proceso hasta ser convertidos en alimento. La inventiva y la creatividad, que habían ayudado desde siempre al ser humano en su intento de superar las dificultades que la naturaleza le iba poniendo (caminos y puentes acortaron las distancias y unieron poblaciones relacionando sus economías y mercados), le ayudaron también a la hora de mejorar la tecnología y perfeccionar los ingenios con los que se ayudaba en esa tarea.
FIESTAS
Día del árbol
Tal vez ese gusto por lo inmediato que preside muchas de nuestras acciones en los tiempos presentes nos impida comprender en toda su extensión uno de los principales significados del antiguo culto al árbol. Tan cierto como que nuestros antepasados veneraban algunas especies lo es también que tales especies solían ser longevas y resistentes al paso de los años. Es evidente que, en su afán por encontrar elementos que le sirviesen de referencia y diesen sentido a su presencia en la tierra, el ser humano valoró más todo aquello que le superaba en edad y vivía antes y después que él. En ese sentido, buscó prácticas cultuales que mitigasen la relatividad de su existencia y que le permitiesen venerar aquello que le sobrevivía como algo sobrenatural o, al menos, difícil de comprender. El hecho de ir dominando poco a poco la naturaleza hizo caer después al individuo en la tentación de pensar que estaba en su mano el destino y la vida de aquellas especies.
Fue el psiquiatra alemán Hiltbrunner quien inventó el Baum Test, experimento consistente en invitar a sus pacientes a dibujar la imagen de un árbol, sospechando que, de la esquematización de ese esbozo, podrían extraerse conclusiones para el estudio de la personalidad: siendo la copa, las ramas y las raíces representaciones de la cabeza, los brazos y los pies, bien podría vislumbrarse en el diseño resultante un "autorretrato" al natural de la persona estudiada y de su carácter.
Nuestra época es, tal vez, de entre todas las que recuerda la memoria colectiva, la que ha visto con más indiferencia, y a veces con tolerante complicidad, el exterminio indiscriminado de árboles y bosques; no estaría de más una reflexión sobre esa violencia gratuita que parece una refracción del odio que la humanidad siente hacia sí misma y que se traduce en devastaciones innecesarias. Es como si el género humano estuviese así vengando la suerte de su primer padre, que se perdió por no elegir el árbol correcto; si el Génesis dice que el árbol de la vida estaba en el paraíso ¿por qué Adán y Eva se inclinan por el del conocimiento y toman de su fruto? ¿No habría sido mejor para ellos mismos y sus descendientes probar los frutos del árbol de la inmortalidad? ¿Qué destino fatal engaña, en forma de seductora serpiente, al individuo ya desde su nacimiento?
En Cochinchina, siguiendo antiguas leyendas, creían que los hombres primitivos eran inmortales porque cuando fallecían eran inhumados al pie de un árbol que les hacía resucitar; al no morir nadie, la tierra se pobló de tal manera que los lagartos no podían salir de sus madrigueras sin que alguien les pisase la cola, en vista de lo cual decidieron engañar al hombre e invitarle a que enterrara sus muertos al pie del Long Khung o árbol de la muerte... La mitología Babilónica también describía un árbol al que sólo los dioses tenían acceso... ¿Para qué seguir?
Hay, en Oriente y Occidente, un argumento pertinaz: el árbol, símbolo de la vida en la tierra, está protegido -al igual que las aguas, que son otra fuente de la existencia- por un ser terrible o malévolo que pretende defender su integridad. Ese ser aparece idealizado en muchas representaciones antiguas y como tal lo idealiza interiormente a través de la historia el propio ser humano para quien -aunque sólo sea en sueños- el árbol llega a significar su misma existencia (recuérdese la visión de Nabucodonosor). No es extraño, pues, que las religiones antiguas hicieran del bosque un lugar lleno de misterios y propicio para el culto; y menos extraño aún que enigmas, miedos y ensueños se encerrasen en él con arcana insistencia. Quien se adentraba en el bosque se exponía a descubrir los secretos de la vida con todas sus consecuencias.
Es fiesta local en:
Olombrada (Segovia)