Al terreno de lo legendario pertenecen las múltiples historias -buenas o malas- que circulan sobre la santa, así como los casos y sucesos que fueron objeto de su protección desde los primeros siglos; suponen los exégetas que Santa Apolonia es abogada contra los dolores de muelas y dientes casi desde la fecha de su martirio, acaecido (según la mayoría de los hagiógrafos) a mediados del siglo III en Alejandría. Polonia o Apolonia recibió un atroz tormento de las enloquecidas turbas alejandrinas, trastornadas por un vidente que pronosticó grandes males para la ciudad si no morían todos los cristianos que habitaban en ella. Sabemos por Dionisio, obispo de Alejandría, en una carta escrita a Fabio, obispo de Antioquía, de cuya existencia da fe Eusebio en su Historia de la Iglesia, que los salvajes torturadores comenzaron por mortificar a la santa quebrantándole todos los dientes con una piedra, utilizando después la misma arma para abollarle todo el semblante. Durante siglos, tales dientes -recogidos cuidadosamente uno a uno por sus compañeros de religión- fueron distribuidos como preciosas reliquias por varias iglesias del orbe cristiano en las que, desde entonces, se leían oraciones para aliviar a los devotos de los molestos padecimientos de la dentadura.
Una tradición apócrifa y localista, sin embargo, supone española a santa Apolonia y nacida en Barcelona, donde estaba casada con un hombre de tan mal carácter y de mano tan ligera que raro era el día que no se le escapaba un par de mojicones que iban a parar al rostro de la santa; harta de trato tan brutal Apolonia abandonó su hogar y se refugió en el convento de las dominicas de Monte Sión, donde pidió recluirse en una celda. Al cabo de unos días de vida monástica y hallándose en meditación, contempló en un rincón de su cuarto una visión de Cristo con la cruz a cuestas que muy lentamente pasaba ante sus ojos.
Como este hecho se produjera de nuevo al día siguiente y al otro, armándose de valor se atrevió a acercarse al Nazareno y, poniéndose de rodillas, preguntó humildemente: "Señor, ¿queréis que os ayude a llevar la cruz?", a lo que respondió la aparición: "Apolonia, Apolonia, ¿cómo quieres ayudarme a llevar mi cruz si no soportas tú la más liviana del matrimonio?". Impresionada por estas palabras regresó al día siguiente a su hogar donde su marido, nada más verla (pocas veces hay final feliz) le propinó dos mamporros que la hicieron saltar todos los dientes y muelas de la boca.
CREENCIAS
En ambos casos, sin duda, son los dientes arrancados los que determinan el hecho de designar a esta santa como bienhechora contra los dolores de dentadura; a la definitiva adjudicación de ese patronazgo contribuyeron escritos medievales como el Tesoro de pobres de Pedro Hispano o la Leyenda dorada de Santiago de Vorágine, en cuyas páginas tomaron cuerpo las escuetas biografías de muchos santos. Estos libros hagiográficos junto con innumerables "Ejemplarios" o libros piadosos, sirvieron para crear historias populares muy arraigadas en anteriores creencias y mitos, que cuajaron perfectamente en el pueblo. Esta corriente de conocimientos ha llegado casi intacta a nuestros días, en los que todavía se recuerda a Santa Apolonia en muchos lugares de España bajo distintas fórmulas que la tradición ha ido acuñando. En Andalucía, por ejemplo, se cree que no duelen las muelas si se reza un padrenuestro a la santa en el intervalo de alzar la hostia y el cáliz durante la misa.
Entre los relatos legendarios que tenían un tono críptico o supersticioso podríamos mencionar los que suponían que dientes y muelas se caían por la acción de un gusano que roía las raices. Para prevenir su aparición y desarrollo convenía cortarse las uñas en lunes (otras tradiciones dicen que en sábado, pero casi siempre en día de la semana que no tuviese R). Si el gusano ya estaba dentro, el mejor remedio para expulsarlo o acabar con él solían ser unos sahumerios, transmitidos a la boca por medio de un embudo; esos sahumos podían ser de agua o leche hirviendo, de beleño, de acebo y salvia, de centeno majado con azúcar, de incienso o, simplemente, de tabaco quemado. Tampoco era mala solución saltar sobre la hoguera el día de San Juan llevando, eso sí, la boca abierta. Si el gusano resistía y se hacía necesario un tratamiento más tópico, éste podía consistir en un colutorio de vino mezclado con hojas de hiedra, saúco, simiente de pimiento y media cucharada de sal.
EXPRESIONES
Rodríguez Marín recoge dos cancioncillas particulares que se deben formular en una especie de diálogo entre dos personas. Una es:
Santa Apolonia, las muelas me duelen.
Ya no me duelen.
Y la otra:
Santa Polonia bendita
a mí me duelen las muelas,
yo no puedo comer pan.
-Pues entonces come mierda.
El mismo remedio del padrenuestro lo recoge Azkue en el País Vasco, añadiendo el localismo recogido en Urquiola de tomar un buche de agua en la fuente de la ermita de Santa Polonia en esa villa, dar tres vueltas a la ermita y terminar arrojando el agua dentro de ella.
En Cataluña, donde como hemos visto había gran devoción por la santa, sacaban un carrito con su imagen por las calles y quien se arrimaba a empujarlo durante la procesión se libraba ese año del dolor; tampoco lo padecía quien acudía al convento mencionado de Monte Sión y se pasaba por los carrillos la reliquia (una quijada) de la santa, que allí se conservaba. En cualquier caso siempre valía para suavizar el dolor esta oración: "Quijada traidora, no me des más dolor, que no lo quiere Nuestro Señor. Vete de aquí donde yo no te pueda sentir, ni ver ni oir, ni tampoco nuestro Señor, y quedaré confortado. Gloriosa Santa Apolonia, amiga de Santa Antonia, hazme pasar este mal que me da la dentadura, que no me deja dormir y me hace penar y padecer. Santa Apolonia gloriosa, concédeme una buena cosa, que se me cure este mal y me haga pasar el dolor de quijada".
En Castilla era frecuente esta especie de recitado que dice:
A la puerta del cielo
Polonia estaba
y la Virgen María
que allí pasaba
dice: Polonia ¿qué haces?
¿duermes o velas?
Yo ni duermo ni velo
que de un dolor de muelas
me estoy muriendo.
Por la estrella de Venus
y el sol Poniente
y por Cristo bendito
que llevé al vientre
que no te duela más
ni muela ni diente.
Todas estas fórmulas, que tienen más de conjuro mágico que de verdadera oración, incluyen, como hemos visto, a la patrona Apolonia, de quien la iconografía se ocupó también ampliamente.
MARTES DE CARNAVAL
También en este día se celebra el martes de Carnaval. En Europa y América el Carnaval es una fiesta que comienza el solsticio de invierno o a la duodécima noche del mismo. En los países nórdicos se inicia con los primeros signos de la llegada de la primavera y alcanza en todos los casos su momento álgido en los tres días que preceden al miércoles de ceniza. Existen varias teorías sobre el origen de la palabra y de la propia costumbre. Covarrubias dice acerca del Carnaval:
Llamamos carnal al tiempo del año en que se come carne, pero en respeto de la Cuaresma y los días cercanos a ella llamamos carnaval, porque nos despedimos de ella, como si le dijésemos: carne vale; y por otro nombre carrastollendas, corrompido de carnestolendas.
Federico Díez hacía derivar la palabra Carnaval de carrus navalis. Esta interpretación sirvió de base a Burckardt y otros estudiosos para suponer que la fiesta del Carnaval provenía de celebraciones paganas en honor de Isis y Dionisio. Entre los romanos se llamaba a este festejo Isidis Navigium; sin embargo, la etimología que acabamos de comentar ha sido desestimada por los especialistas en los últimos tiempos. Corominas dice en su "Diccionario...":
Carnaval, del italiano carnevale, y este del antiguo carnelevare, compuesto de carne y levare "quitar", por ser el comienzo del ayuno de Cuaresma.
AUDIO
Murga de carnaval de Valderas (León). | Murga de Medina del Campo-Olmedo. | |
Los carnavales. Navalmoral de la Sierra (Ávila). | Pullas de carnaval. |
El Carnaval o el Fastnacht constituye, de cualquier modo, un tiempo de libertad suma; de subversión contra toda autoridad. En tales fechas, había licencia para insultar, para cometer actos escandalosos, enormes violencias; para liberar, en definitiva, los demonios más subterráneos de las cadenas de la sensatez cotidianas. Ello propiciaba las canalladas; la explosión de la mezquindad, del resentimiento y del deseo por tanto tiempo reprimido. El ensañamiento con el débil era uno de los aspectos negativos de los Carnavales. En Asturias y Galicia, determinados personajes, con máscara o sin ella, servían de regocijo público y de víctimas propiciatorias para el escarnio. En este sentido, recoge Caro Baroja los siguientes datos:
En Oviedo, hacia el año de 1867, un pobre hombre era paseado por las calles con un felpudo a modo de casulla, la cara pintarrajeada y enorme sombrero, sobre unas angarillas, y la canalla le arrojaba huevos, tronchos de verdura, etc., y cuando estaba hecho una especie de tortilla lo precipitaban en una alberca de la plaza; y en Galicia, concretamente en Laza, era un tipo de máscara especial la que podía ser objeto de revolcones en el barro, encerronas, etc...
La agresividad entre pueblos vecinos se desencadenaba en bromas, insultos de todo tipo y algunas actividades peligrosas. También se manteaban peleles, muñecos de paja, gatos, perros y hasta personas. En Valladolid, además de las bromas habituales -tirar salvado o harina, golpear con tripas llenas de agua, mojar con jeringas, y de recitar o cantar relaciones que ponían en vergüenza a determinadas personas-, había quien araba las calles del pueblo al amanecer, provocando en los vecinos la consiguiente sorpresa cuando al levantarse salían de sus casas. Sobre este hecho, que también es llevado a cabo en el Fastnacht centroeuropeo y en algunos países del lejano Oriente dice Casas Gaspar:
En España no se ha perdido del todo el sentido agrario del Carnaval, puesto que en algunas poblaciones catalanas se labra en la plaza del pueblo, lo que prueba fue originariamente un rito de siembra. En Durro, un payés conduce cantando a una pareja de bueyes, que son dos chicos tapados con una sábana y atados del pescuezo por un yugo al arado. Hacen como que labran y siembran, pero sin arte ni concierto, y la yunta con sus botes y cabriolas hace rodar la reja por todas partes. De cuando en cuando, el arador convida a un trago a los bueyes, que al fin se sueltan y brincando persiguen a la gente".
Todas estas bromas, insultos, excesos, críticas, eran tenidas como "cosas de Antruejo" y mientras duraba el Carnaval debía ser respetada la impunidad de las máscaras. Hasta lo que era más sagrado para una España pía y casi fanática como la del siglo XVII podía ser objeto de burla. Caro Baroja da relación cumplida de una espeluznante carnavalada habida en Mérida en 1626. Por supuesto, que espectáculos como aquél y similares provocaban las iras de mucha gente y, junto a las prohibiciones concretas que en varias épocas se produjeron contra los Carnavales, se tejieron también leyendas piadosas -algunas de ellas terroríficas- que advertían a los más desvergonzados del castigo que ciertas libertades hacia la religión podían acarrear. Es bien conocida la leyenda del final sufrido por un hombre que no se quitó la máscara al pasar el Santísimo por su lado, y que después no pudo arracársela jamás. Si, con todo, el Carnaval fue permitido en siglos de auténtico oscurantismo, quizá se deba a que de este modo se encauzaban los instintos primarios, las más estrambóticas locuras humanas, dentro de un tiempo previamente fijado. El desbocado caballo del subconsciente, el libre furor de la irracionalidad se liberaba en Carnaval de forma más o menos inocua.
Caro Baroja toma la siguiente nota de la obra "Cartas de algunos padres de la Compañía de Jesús sobre los sucesos de la Monarquía entre los años de 1634 y 1648":
Desnudóse en carnes un hombre y pusóse una corona de papel a la cabeza, y un cetro o bastón en la mano, y una cadena como Jasón al cuello, y su espada en un tahalí, y dos pajes con hachas encendidas delante y otros pocos con gran copia de chirimías tocando delante por las calles principales, y los que oían el sonido salían a sus ventanas, entendiendo que era el Santísimo Sacramento, para adorarle; y como la figura veía a las mujeres a las ventanas, volvíase a ellas, y así él como los acompañantes les decían muchas desvergüenzas, y llegando a la puerta de la señora Virreina, como su alteza es tan devota, y sus damas, salieron con su celo cristiano con mucha prisa a las ventanas a hacer la divina adoración, y en viéndolas fueron sin cuento las desvergüenzas de palabra y hechos que hicieron con ademanes y meneos.
El Carnaval también servía para que surgiera la sátira contra gobernantes e instituciones. La inversión como práctica típica del Carnaval permitía esas licencias al tiempo que abarcaba todas las condiciones y principios. Los hombres se disfrazaban de mujeres y viceversa, entablándose a veces peleas entre las comparsas y cuadrillas respectivas. Se hacían parodias de bodas, procesiones, y desfiles.
Constituía pues el Carnaval un periodo de desahogo permitido; un tiempo de "acracia" sin consecuencia. Es como si una divinidad adusta y autoritaria se ausentara voluntariamente tolerando la subversión de las normas de convivencia por ella dictadas. Pero la desaforada libertad de sus súbditos duraba sólo hasta que el Carnaval terminase. Como hace notar Caro Baroja:
El hombre o el joven con un fondo de sexualidad equívoca que se vestía de mujer, poniendo en ello un refinamiento especial; la mujer que se vestía de hombre; el aficionado a bromas escatológicas que manejaba vasos de noche, etc.; el que hacía la clásica figura de destrozona con su escoba y su careta de perro; el que se vestía muy en serio y con propiedad de personaje determinado, todos han reflejado algo de su yo, de su ser reprimido y más o menos oculto en el resto del año; todos han quebrado los usos, y aun la moral admitida ha sido motivo de escándalo más o menos grande, más o menos real.
FIESTAS
Santa Apolonia es patrona de los dentistas. Es curioso observar que, aunque ninguno de los primitivos testimonios literarios que hablan de su martirio describe la forma en que le fue arrancada la dentadura, ya desde las primeras representaciones pictóricas, sin embargo, aparece la Santa con sus correspondientes tenazas o forceps dentario. La Edad Media es la época en la que más y mejor se desarrolla esta imagen arquetípica de la santa, apareciendo, por ejemplo, en el libro de las Horas de Etienne Chevalier de Jean Fouquet -donde se reproduce la escena de su martirio con todo detalle (dos hombres le tiran de los cabellos y de los pies mientras otro, con unas largas tenazas, le arranca la dentadura)- y en el libro de Horas de Catalina de Cleves; posteriormente innumerables artistas -pintores, grabadores y escultores- representan a la santa (casi todos con mínimas diferencias) mostrándonosla como una joven (aunque Dionisio hablaba de una mujer de avanzada edad) que lleva en una mano la palma del martirio y en la otra el famoso dentón. Es probable, por tanto, que la difusión de su patrocinio por todo el occidente cristiano se deba tanto a la precisión e inmutabilidad de sus símbolos como a lo universal e inevitable de los mismos padecimientos de los que es protectora. Sólo en tiempos recientes -véase la imagen que aparece en el Año Cristiano de Gaspar y Roig de 1852- se consideran otros aspectos del martirio de la santa, como la hoguera a la que se le arroja. Es fiesta local en: Villalcón (Palencia), días 9 y 10 |
MARTES DE CARNAVAL
AUDIO
El carnaval en Medina del Campo (Valladolid).
Amparo Figueroa de unos 62 años y Elena Rodríguez de unos 58 años.
Recopilado por Antonio Sánchez del Barrio el 17 de noviembre de 1984.
Aguinaldo para el primer domingo de Pascua. San Leonardo de Yagüe (Soria).
ENLACES
SANTA APOLONIA Y LOS DIENTES A LA LUZ DE LA TRADICIÓN
Revista de Folklore nº 204
MARTES DE CARNAVAL:
CARNAVAL EN CASTRO Y LAZA
Revista de Folklore nº 51
EL CARNAVAL DE LAZA
Revista de Folklore nº 206