La conmemoración de la Nochebuena crea una atmósfera que envuelve e impregna todo lo que le rodea, sea partícipe directo o no del misterio que se celebra. Ningún otro acontecimiento en la historia de la humanidad ha suscitado tanto interés, ha concitado tanta literatura o ha despertado tanto sentimiento. Esta atracción especial viene dada, no sólo por la trascendencia que tiene para la historia de Occidente el nacimiento de Cristo, sino por todos aquellos hechos y situaciones legendarias, no comprobadas, que acompañan al dogma adornándole con humano ropaje. Son estas aportaciones múltiples, procedentes de distintas vías, personas, circunstancias y situaciones históricas, las que han dado visualidad al hecho maravilloso confiriéndole un entorno humanizado y por tanto atractivo a nuestros ojos. Cómo se incorporan estos aditamentos a la tradición cristiana es algo cuya explicación excedería este Almanaque; sin embargo basta observar uno de esos nacimientos o belenes que adornan nuestras casas y repasar los Evangelios canónicos, para darnos cuenta de un hecho cierto: se ha creado, se ha completado la tierna escena -la instantánea que inmortalizaron miles de artistas-, con unos datos que no aparecen, en muchos casos, en la historia original de los sinópticos. La noche del 24 tiene lugar también otra de las costumbres cristianas más firmes en este tiempo, que es la misa del gallo. El sabio Mabillón indicaba que era la misa que se celebraba a media noche, pero el Glosarium llamaba así a la misa de la aurora o de la primera luz, lo cual nos da una pista sobre su denominación actual en relación con el animal que anuncia la llegada del día. Ya se sabe que desde el papa san Gregorio –otros dicen que desde los tiempos de san Telesforo- es costumbre que los sacerdotes celebren ese día tres misas: unos dicen que para honrar las tres personas de la Santísima Trinidad; otros que para recordar el nacimiento, la adoración de los pastores y la solemnidad del hecho; los hay, finalmente, que piensan que la misa del gallo dicha a media noche es para celebrar el nacimiento temporal del Salvador, la del amanecer para alegrarnos por su resurrección y la solemne, cercana al mediodía, para recordar su nacimiento eterno en el seno del Padre. Lo cierto es que la misa del gallo ha seguido teniendo una gran afluencia de público a lo largo de los siglos aunque la Iglesia, una y otra vez , ha venido recomendando compostura pues esa noche, por la comida y sobre todo por la bebida, eran muchos los fieles que no acudían en condiciones óptimas al templo.
CREENCIAS
En medio del ambiente rural de rebaños, rabadanes y lobos no es muy extraño que se desarrollaran creencias legendarias como la siguiente: se cree que la persona que nace la noche del 24 de diciembre tiene muchas posibilidades de ser lobishome, es decir, hombre lobo, y ello porque las fuerzas de la naturaleza, distraídas por el hecho solemne y repetido cada año del nacimiento de Cristo, no atenderán con el suficiente interés el momento de dar a luz a otras personas y éstas quedarán a medio camino entre lo animal y lo humano. Otras tradiciones, por el contrario, creen que el hecho de nacer en la misma fecha en que lo hizo Jesús concederá una gracia especial a quien tenga la suerte de ser alumbrado esa noche y así será zahorí o adivinador de los lugares en que se encuentran tesoros ocultos. Otros dicen que tendrá el poder de pasarse una plancha de hierro por la lengua sin sentir dolor o de caminar sobre el fuego sin experimentar daño alguno; incluso podrá curar la rabia, sanar las verrugas y acabar con cualquier enfermedad del ganado. En cualquier caso, sea saludador o zahorí, su poder nace del hecho de que la naturaleza, la noche del 24 de diciembre, se está quieta, se suspende, y todo su poder se concentra en determinadas personas que en ese momento están naciendo. Esta creencia es muy antigua y proviene probablemente de las narraciones y leyendas apócrifas que dicen que todas las cosas se pararon en el mundo durante el nacimiento de Cristo, silenciosas y atemorizadas. En el Protoevangelio de Santiago dice José:
"Y yo, José, avanzaba y he aquí que dejaba de avanzar. Y lanzaba mis miradas al aire y veía el aire lleno de terror. Y las elevaba hacia el cielo y lo veía inmóvil y los pájaros detenidos. Y las bajé hacia la tierra y vi una artesa y obreros con las manos en ella, y los que estaban amasando, no amasaban. Y los que llevaban la masa a su boca, no la llevaban sino que tenían sus ojos puestos en la altura. Y unos carneros conducidos a pastar no marchaban sino que permanecían quietos, y el pastor levantaba su mano para pegarles con la vara y la mano quedaba suspensa en el vacío. Y contemplaba la corriente del río y las bocas de los cabritos se mantenían a ras de agua y sin beber. Y en un instante, todo volvió a su anterior movimiento y a su ordinario curso".
Finalmente hay quien piensa que el poder de curar lo concede expresamente el Niño Jesús, que ya llegó a este mundo realizando prodigios. Se cuenta en el Evangelio apócrifo del Pseudo Mateo que San José, a punto de dar a luz María, salió de la gruta en busca de ayuda regresando con dos parteras llamadas Salomé y Zelomi. Salomé intentó tocar a la Virgen y su mano quedó seca al instante; entonces se acercó al niño, le adoró y tocó los pañales en que estaba envuelto, volviendo a recobrar la normalidad su mano.
AUDIO
Villancico de Villalcón (Palencia).
Basado en el villancico "Il est née le petit enfant".
AUDIO
Villancico
ENLACES
EL RAMO DE NOCHEBUENA
Revista de Folklore nº 61