Lucía, perteneciente a una de las más nobles familias de Siracusa, era hija única. Habiendo quedado huérfana de padre muy pronto, fue educada por su madre en las virtudes y en la piedad. La madre, Eutiquia, padecía, según la tradición narra, un flujo de sangre que la hacía sufrir y debilitarse, por lo que Lucía decidió llevarla al sepulcro de Águeda, santa siciliana, que ya había comenzado a obrar prodigios. Durante el viaje, Lucía tuvo un sueño en el que Santa Águeda se le aparecía y no sólo le anunciaba la curación de Eutiquia sino que le predecía que engrandecería la ciudad de Siracusa. De regreso a casa decidieron entregar todos sus bienes a los más necesitados. Poco más tarde fueron denunciadas al prefecto Pascasio por un joven al que la madre de Lucía había hecho promesa de esposar con su hija. El prefecto la obligó a sacrificar a los dioses a lo que se negó la santa por lo cual fue golpeada. Cuando quisieron llevar a Lucía a un prostíbulo para envilecerla, no pudieron mover sus pies ni con la ayuda de bueyes, por lo que sus verdugos formaron una hoguera en la que arrojaron a la joven, que salió intacta. Finalmente, Pascasio, ordenó degollarla. Sus restos se distribuyeron entre Francia e Italia por diferentes iglesias.