Parece que San Florencio, nacido en Irlanda, vivió en el siglo VII en Alsacia, llegando a ser obispo de Estrasburgo y atrayendo hasta allí a muchos otros monjes irlandeses. De hecho, allí fundó un monasterio -el de Santo Tomás- para todos ellos y realizó algunos milagros que han sido preservados y difundidos por la tradición, particularmente porque se referían al rey Dagoberto II, a quien las leyendas han honrado con numerosos relatos. En cualquier caso, de San Florencio queda como proverbial su dominio sobre los animales. Se dice que el rey Dagoberto le encontró por primera vez cuando buscaba animales para cazar y no encontraba ninguno. Todos habían sido reunidos por San Florencio y estaban dentro de su cueva.
CREENCIAS
Cuenta la leyenda que el buen rey Dagoberto tenía una hija muda y ciega llamada Batilde. Sabedor de los milagros que obraba San Florencio envía a unos soldados para que le lleven a palacio. San Florencio no quiere usar el caballo que le envía el rey y prefiere ir en su burro. Al llegar a palacio se encuentra con Batilde que le llama por su nombre ("seas bienvenido, Florencio, siervo de Dios"), quedando curada. Cuando va a ver al rey, cuelga su capa en un rayo de sol que se mantiene rígido, como si fuera de metal, sosteniendo la prenda del santo. El rey, agradecido por los milagros, le ofrece para que pueda construir un monasterio todo el terreno que sea capaz de recorrer en una cabalgadura mientras él se toma un baño. El burro del santo empieza a cabalgar cada vez más deprisa y consigue abarcar un terreno enorme. Así lo cuenta Juan de Goyeneche en sus Siglos Geronymianos.