Un sobretodo que pasó a formar parte del vestir habitual y que subsiste actualmente como prenda viva tradicional es el mantón de Manila. Originario de China donde servía de decoración de las estancias imperiales fue comercializado desde los puertos de Cantón y Manila, regalo muy lujoso y codiciado entre las clases más acomodadas, popularizándose su uso entre el resto de la población a partir del abaratamiento de los costes de fábrica. “La Manila” y sus imitaciones en lana -los pañuelo del ramo- acabaron sustituyendo a los demás tocados de hombros de lienzo, lana o algodón -sayos, cazacas, sayínes, dengues, etc- y era tal su estima que las mujeres se retrataban echando las puntas hacia la espalda y dejando todo el pico sobre sus delanteras, para que se pudiera apreciar el detalle del bordado. Las segovianas, que acostumbraban a colocarse estos pañuelos de muy diferentes formas y maneras, dejaban caer las puntas desde los hombros sin entallarlos a la cintura y recogían el enrejado y los largos flecos o barbas que caían a la espalda en un nudo, para que los mozos no las cantaran:
Anda, mandilona, recógete ese pañuelo
mira que es de seda y lo arrastras por el suelo.
Prendas atractivas y seductoras, fueron cantadas por flamencas, tonadilleras y cupletistas tan aficionadas a estos lujos de seda, brillos y bordados en sus espectáculos.
Este mantón de Manila en brazos de una mujer
es encargao de llevarle para los hombres a ver.
Con sus flecos y sus flores, es tan grato y tan genial
que a los toros y verbenas no puede faltar jamás.
Es la prenda más castiza y es la que se luce más
vuelve loquitos a los hombres y a mi me vuelve también
por eso mi amor exclama, ¡viva mi gracia y olé!
Uno de los casos más claros y recientes del uso y acomodación de prendas modernas y de rápida asimilación en todo el territorio nacional ha sido el de los pañuelos de la cabeza y del talle, que han sustituido a una amplia tipología de tocados arcaicos de cabeza y sobretodos de cuerpo. Los pañuelos de cien o mil colores, alfombrados en fino estambre de merino de diseños orientales, cachemires y arabescos realizados en técnica de tapiz o estampados se desarrollaron a partir de la importación inglesa de los saris o velos tradicionales hindúes, del mismo corte y estilo, que las mujeres de alto rango lucían como chales o tocas caídos por hombros y espaldas. Desarrollados pues, en fábricas inglesas se hicieron muy populares entre todas las clases sociales ya en el XIX, exportándose a Francia –donde se fabricarían después- y tejiéndose en telares industriales para toda Europa desarrollándose notablemente en España pasada la segunda mita del XIX. La forma más conocida de estos pañuelos llamados también de ocho puntas o estrellados por la decoración de una gran estrella central, era rectangular y de grandes dimensiones (3,20 x 1,65) y hacía necesario que se doblaran varias veces en cuadro o a pico quedando sus puntas desmentidas, echándose a veces, una de ellas sobre la cabeza, de ahí la denominación también de “pañuelos de capucha”. El colorido de estambres amarillos, rojos, ocres, verdes y de formas adamascadas llamó la atención en toda la sociedad y al generalizarse su fabricación y abaratarse el precio pasaron masivamente al arcón rural junto a muy variados tipos de pañuelos de algodón, de lana merina o de seda.