Nació San Jerónimo en Estridón, en Venecia, en el año 332, recibiendo de sus padres una educación virtuosa. Estudió, por expreso deseo de su padre, con Elio Donato, el gramático más importante de la época, aunque por sus cualidades y por su empeño en viajar y conocer a hombres sabios de su tiempo, podría decirse que su educación fue más que esmerada y sobre todo plural. Se bautizó muy tarde y accedió al sacerdocio a los 45 años, lo que indica el largo recorrido en la adquisición de sus conocimientos y lo sopesado de sus juicios y decisiones. Tras haber sido ordenado, pasó más de tres años estudiando solamente las Sagradas Escrituras y posteriormente viajó a Constantinopla para conocer a San Gregorio Nacianceno, al que le uniría un vínculo de amistad e intereses. Mientras vivió el Papa Dámaso recibió el encargo de profundizar y ampliar los estudios exegéticos sobre la Biblia. Tras la muerte del pontífice volvió a Palestina y dedicó sus esfuerzos a vivir en la oración y en la penitencia y a argumentar en contra de las ideas de los pelagianos y de los origenistas, lo que le provocó fortísimas envidias y a punto estuvo de costarle la vida en el asalto de unos fanáticos al monasterio donde vivía. Una vez fallecido, la Orden que lleva su nombre se encargó, particularmente en España, de difundir su nombre, sus obras y su estilo de vida. Es considerado patrono de los humanistas, de los eruditos y de los traductores.
CREENCIAS
En los monasterios jerónimos, el desarrollo de cada día estaba marcado por las horas canónicas, división de la jornada que ya usaba la tradición rabínica en las sinagogas basándose en las costumbres del desaparecido templo de Jerusalén que marcaba tres horas para concurrir al recinto a orar: la tercia, la sexta y la nona. A la tercia oraban los judíos porque era tradición que en esa hora se les entregó la ley en el monte Sinaí. A la sexta, porque en esa hora se erigió la serpiente Aenea o de oro en el desierto. A la nona, porque en ese momento dio la piedra en Cadés agua para el pueblo sediento. La Iglesia, los primeros padres y sobre todo los primeros creadores de reglas monásticas aceptaron de buen grado la división horaria de cada día, dándole, según los tiempos y el interés en la exégesis, diferentes interpretaciones a cada uno de los espacios de tiempo, que ampliaron a siete, custodiados por ocho hitos o momentos: maitines, que coincidían con la medianoche, laudes -a las 3-, prima -a las 6, ya que coincidía con la primera hora del sol-, tercia -a las 9-, sexta -a mediodía-, nona -a las tres de la tarde-, vísperas -a las seis- y completas -a las 9 de la noche-.
Así como San Jerónimo, siguiendo a Pacomio, apenas habla del culto litúrgico y se entretiene más -a lo largo de los 192 capítulos de su traducción- en hablar de la vida monástica y de los trabajos diarios manuales o en la tierra (que en realidad consideraba también como oración), sin embargo San Benito es absolutamente preciso en sus órdenes acerca de cómo deben ser los oficios del día y de la noche en el coro, de modo que estuviese muy bien determinado el rezo de los 150 salmos del salterio bíblico con el que debían cumplir los monjes. Y una de esas cosas, era precisamente el culto divino por medio del canto y especialmente del canto que seguía la ortodoxia instaurada desde antiguo. Algunas órdenes españolas, especialmente los jerónimos, aun en los momentos en que la polifonía empieza a imponerse en el culto y en la liturgia, mantienen su distancia de ella como si se tratara de un modelo desviado de su propio estilo, antiguo y venerable, de concebir el canto. Para los monjes estaba prácticamente desaconsejado el discanto, es decir esa forma de interpretar que daba sus primeros pasos en determinados monasterios en Europa, con una voz fija sobre la que otra iba haciendo adornos, salvo en aquellas ocasiones en que la solemnidad o el propio tema lo permitiesen, como por ejemplo en el Benedictus, el Magnificat o el Nunc dimittis. Por eso dejaban para los grupitos o capillas de músicos seglares, si es que se podía disponer de ellos, el uso de esos modelos novedosos y más adornados en los que, no sólo se perdía la sobriedad característica del canto gregoriano sino que a veces se hacia difícil entender la letra de lo cantado.
EXPRESIONES
La leyenda del león de San Jerónimo tiene, a juicio de Louis Réau, una fácil explicación. Considerado el santo como uno de los cuatro doctores de la Iglesia y comparados éstos con los cuatro evangelistas, a San Jerónimo se le empareja con San Marcos, cuyo símbolo es el león. Se buscó entre los anacoretas de épocas anteriores, algún relato que incluyera a este animal y se encontró uno, referido a San Gerásimo (nombre similar), en el que un león -al que Jerónimo le había extraído una espina de su pata- ayudaba después al santo a recuperar un asno que le habían robado unos ladrones.FIESTAS
Es fiesta local en:
Medina de Pomar (Burgos)