Nació Tomás en Fuenllana, Toledo, en 1488, pero se educó en Villanueva de los Infantes, villa de la que tomó el apellido que para siempre le acompañaría al entrar en el instituto agustiniano. Estudió en Alcalá pero, dado el ejemplo que había visto en su propia casa, prefirió llevar una vida de pobreza total renunciando a cargos y cualquier tipo de ostentación. A pesar de ello, no pudo evitar que se le reclamase de la Universidad de Salamanca, extendiendo su fama por toda España, y que se le nombrase después Arzobispo de Valencia. La tradición recuerda que uno de sus oyentes más fieles, siempre que las obligaciones del reino se lo permitiesen, era el propio emperador Carlos V.
CREENCIAS
Se dice que Tomás de Villanueva practicó siempre la caridad con los demás y los máximos rigores consigo mismo. Vivía en la más estricta pobreza y no tenía nada propio, hasta el extremo que la vajilla de su mesa era de barro y los ornamentos para los servicios religiosos los tomaba habitualmente prestados de algunos templos. Aunque no acudió al Concilio de Trento dada su debilidad y su avanzada edad, casi todos los obispos que se reunieron en el Concilio pasaron antes por Valencia para visitar al anciano Tomás de Villanueva y recibir consejo de él. Algunos de los prelados aseguraron después en Trento que fueron salvados de perecer ahogados en una tormenta terrible que se declaró en el mar, gracias a la intervención del santo, a quien vieron aparecer en medio de las grandes olas en cuanto fue invocado.