Se considera a San Basilio como uno de los grandes talentos de la Iglesia, nacido para iluminar con su doctrina y su erudición el siglo IV, un siglo difícil lleno de turbulencias para los cristianos. Después de haber estudiado en Constantinopla decidió viajar a Atenas, donde compartió estudios y sabiduría con Gregorio Nacianceno. Se cuenta que fue su hermana, Santa Macrina, la que le descubrió el camino de la devoción en una conversación que él mismo recuerda en una de sus obras: "Desperté como de un profundo sueño y comencé a descubrir sin nubes la luz del Evangelio, conociendo por primera vez la vanidad y la inutilidad de los conocimientos humanos". Dedicó entonces su tiempo a descubrir la personalidad y carácter de los eremitas, siendo muchas las personas que se adentraron en el desierto del Ponto para conocerle y seguirle. Del desierto salió para demostrar el error del Obispo de Cesarea, que había firmado en Rímini un credo que aparentemente venía a solucionar la controversia sobre la divinidad de Jesucristo. San Basilio fue uno de los más contrarios al formulario de Rímini, donde se aprobó un texto en el que se venía a decir que el Hijo de Dios era semejante al Padre (omoiousion), algo que fue propugnado y defendido por los arrianos pero firmado finalmente por tantos obispos que muchos cristianos de numerosas diócesis llegaron a pensar que habían caído en el arrianismo sin quererlo. San Basilio defendió que esa palabra podía usarse siempre que fuese acompañada del término "apparalatos", que explicaba la consustancialidad y la coesencialidad del Verbo.
CREENCIAS
Una de las leyendas que hablan sobre el poder de San Basilio sobre quienes le rodeaban refiere la enfermedad de un hijo del emperador Valente, Galates, a quien Basilio sanó con la promesa de que podría educarle como católico. Olvidado Valente de su palabra lo hizo bautizar por un obispo arriano y el niño murió. Cuando quiso desterrar a Basilio, la pluma con la que iba a escribir el decreto se rompió, la tinta se volvió invisible al intentarlo con otra y finalmente el cálamo tembló compulsivamente al intentarlo por tercera vez, dejando libre y sin cargos al obispo. Otra de las leyendas refiere que San Efrén, habiendo conocido la fama de Basilio vino a escucharle y pudo ver cómo, mientras el Obispo predicaba, una paloma blanca iba dictándole las palabras que debía decir.