Fue Felipe Benicio uno de los principales propagadores de la orden de los servitas. Se llamaba así a una congregación religiosa que tuvo siete fundadores -nobles y comerciantes florentinos- que en el siglo XIII se retiraron a un paraje natural de difícil acceso denominado Monte Senario (otros lo llamaban Asinario -o sea que sólo podía recorrerse en caballería- o Sonaio -porque sobre él sonaba el eco de las cuevas en las que estaba asentado-) y allí se dedicaron a la oración y a la contemplación, principalmente guiados por la devoción a la Virgen María. Muy pronto tuvieron que dejar el lugar, en el que habían construido una pequeña capilla, por no tener espacio para alojar a sus seguidores y se extendieron por toda Italia. Parece ser que Felipe Benicio tuvo, ya desde su infancia, una tendencia a seguir a estos hermanos, bien fuese en sus predicaciones, bien en alguna de sus fundaciones. Después de haber tenido unas visiones en las que la Virgen le exhortaba a que le siguiera ("Felipe, acércate y sube en este carro"), el santo se unió a la congregación de laicos que acababa de fundar un hospital a las afueras de Florencia. Aunque procuró no destacar, dada su humildad y discreción, en breve plazo se le encargaron diferentes funciones dentro de la orden que cumplió a la perfección. Se dice incluso que no quiso aparecer, al fallecer el papa Clemente IV y estarse preparando la elección del nuevo pontífice en Viterbo, por no padecer la posibilidad de ser elegido. Una vez que los cardenales eligieron a Gregorio X, Felipe Benicio se dedicó plenamente a extender, como quinto general de la orden, la devoción a la Virgen. Sus intentos de pacificar a güelfos y gibelinos le debilitaron su fuerza física pero le afianzaron en su fe. Queriendo renunciar al cargo de General de su orden, toda la congregación le reafirmó en su ocupación y le proclamó como Superior de forma vitalicia. Murió en 1285.
CREENCIAS
Fray Pedro de Toda, uno de los servitas, fue el narrador de la parte legendaria y más popular de la vida de San Felipe. Otros escritos, como la titulada Leyenda del Beato Joaquín de Siena, aportan muchos más datos acerca del origen de la orden y su difusión. Durante el tiempo en que San Felipe se escondió para no ser elegido Papa, estuvo en el Monte Amiata, un lugar recogido y muy bello en el que había una fuente de aguas termales ya utilizada con fines terapéuticos desde la época romana. Algunos relatos, sin embargo, hacen proceder ese manantial de un hecho milagroso producido por el bastón que llevaba el santo y que abrió la fuente al golpear la peña, denominándose desde ese momento la cueva donde vivía "gruta de San Felipe" y "baños de San Felipe" a las aguas que de ella salían.