Agapito nació en Roma aunque algunas biografías le hacen natural de Palestrina. Vivió en tiempo del emperador Aureliano, si bien todos los datos sobre su martirio se refieren al gobernador Antíoco, sobre cuyos hombros recae la responsabilidad de su martirio y muerte. Ni el agua hirviendo, ni el fuego, ni las fieras atemorizaron o hirieron al joven, que sufrió con tal entereza de ánimo los castigos, que convenció a todos los que los presenciaban del valor de su fe y de sus creencias. La muerte de Antíoco de un síncope es atribuida, según algunos autores, a un hecho sobrenatural ya que fallece al ver que nada daña la fe del joven. Finalmente el propio emperador Aureliano ordena que el niño sea trasladado a Palestrina donde se le mata atravesándole con una espada.
CREENCIAS
Cuenta una leyenda que unos piadosos cristianos recogieron el cuerpo del joven Agapito para darle santa sepultura y que esa sepultura quedó perdida hasta que en tiempo de Constantino se encontró de nuevo, repartiéndose las reliquias de Agapito entre Palestrina y Tongres, en Bélgica.