Aunque nació en Burdeos, San Paulino es recordado por haber sido obispo de Nola, dignidad a la que llegó pese a estar casado, por cierto con una española de nombre Tarasia, quien le convenció de que viviesen en el amor del espíritu. Paulino había sido gobernador de la Campania y tuvo un hijo con Tarasia, que murió muy pronto. Una vez ordenado sacerdote se dedicó a la caridad y a ayudar a las gentes junto con su esposa. Cuenta una leyenda que siendo ya obispo se presentó cierto día una viuda a pedirle limosa para rescatar de manos de los vándalos a un hijo suyo. Al no tener dinero con que socorrerla, Paulino decidió ofrecerse él mismo para ser canjeado. Quedó entre los vándalos y sirviendo al propio rey, de modo que en cierta ocasión tuvo la oportunidad de relatarle su historia. Asombrado, el rey devolvió a Paulino y a todos los cautivos de su diócesis a Nola. Murió el año 431.
CREENCIAS
Aunque la campana de torre se conoce en Europa desde los primeros siglos de nuestra Era, no aparecen estudios sobre ella hasta el siglo XI en que un monje llamado Telonius escribe un tratado sobre los metales. Muchos autores coinciden en que el papa Sabiniano fue quien generalizó su uso en los templos, pero otros opinan que ya San Paulino de Nola las había utilizado desde el siglo VI (tal vez por la asimilación de los nombres de campana y la región de la Campania, donde estaba Nola). La forma actual se va imponiendo a partir de la Edad Media y sus constructores pasan, de ser nómadas hasta el siglo XVIII, a establecerse y crear industrias, muchas de las cuales han llegado a nuestros días.
Una de las primeras representaciones españolas de campanas de torre se puede contemplar en el Beato de Tábara, que está en el Archivo Histórico Nacional. En esa ilustración aparecen dos campanas de perfil antiguo (en forma de colmena redondeada), que están siendo accionadas por un campanero mediante unas sogas que llegan hasta el nivel del suelo en el que se encuentra. La misma escena, aunque representada con más realismo, se puede ver también en las Cantigas de Santa María. La Iglesia comparó el sonido de la campana con la voz de Dios, lo cual llevó a que, en los días cruciales de la Semana Santa, se prohibiera su uso, pues Cristo estaba muerto (mudo) y sus ministros (los apóstoles) atemorizados y dispersos. En su lugar, sonaban las matracas de torre, que servían para dar avisos civiles y eclesiásticos.