Una vez más, el catálogo de crueldades de algunos emperadores romanos es sólo comparable en número con las virtudes de los santos que las padecieron. En el caso de Eleuterio, santo del siglo II y que al parecer llegó a la dignidad episcopal, es Adriano quien ejerce de verdugo, precisamente por proceder Eleuterio de una familia de senadores romanos y estar -a juicio del emperador- manchando el nombre de sus antepasados al haberse convertido al cristianismo. Los tormentos pasan por ponerle sobre una parrilla con ascuas, ser descuartizado por unos caballos y, finalmente, al dejar inmutable al santo las torturas anteriores, introducirle en un odre con un áspid y arrojarle al mar.