Alejandro ocupó la silla de Alejandría como Patriarca desde comienzos del siglo IV. En ese tiempo comenzó a propagarse la doctrina del presbítero Arrio, negando la "consubstancialidad" del Hijo de Dios con el Padre. La Iglesia convocó un Concilio en el año 325 en Nicea, al que acudieron más de trescientos obispos y el propio emperador Constantino, donde se condenaron las ideas de Arrio -ya existentes antes de que él las defendiera- y se definió la divinidad de Cristo. San Alejandro regresó a su diócesis tras el Concilio dedicándose a sus labores pastorales hasta que murió poco tiempo después. Su época fue, no obstante, un período de controversias pero de respeto y convivencia entre credos comparándola con la que tuvieron que vivir los seis arzobispos que le sucedieron hasta el año 380. Las religiones del imperio se acabaron en esa fecha con el Edicto de Tesalónica, promulgado por Teodosio I en los siguientes términos:
Queremos que todos los pueblos que son gobernados por la administración de nuestra clemencia profesen la religión que el divino apóstol Pedro dio a los romanos, que hasta hoy se ha predicado como la predicó él mismo, y que es evidente que profesan el pontífice Dámaso y el obispo de Alejandría, Pedro, hombre de santidad apostólica. Esto es, según la doctrina apostólica y la doctrina evangélica creemos en la divinidad única del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo bajo el concepto de igual majestad y de la piadosa Trinidad. Ordenamos que tengan el nombre de cristianos católicos quienes sigan esta norma, mientras que los demás los juzgamos dementes y locos sobre los que pesará la infamia de la herejía. Sus lugares de reunión no recibirán el nombre de iglesias y serán objeto, primero de la venganza divina, y después serán castigados por nuestra propia iniciativa que adoptaremos siguiendo la voluntad celestial.
El cristianismo ya era religión oficial.
EXPRESIONES
En febrero busca la sombra el perro; a finales, que no a primeros.