La relación de méritos de San Silvino para entrar en el martirologio es tan extensa como variada. Nacido en Toulouse y educado en un ambiente cortesano llegó incluso a contraer matrimonio como correspondía a un joven de familia ilustre de Languedoc. Sin embargo bien pronto descubrió que su voluntad y sus deseos eran más espirituales y quiso estrechar lazos duraderos, de modo que pidió entrar en religión y comenzó un período de peregrinaciones que le llevaron por toda Europa y finalmente a Palestina. Al regreso de Tierra Santa pasó por Roma donde fue nombrado obispo. Sin embargo, su celo y aspiraciones de predicar una vida más santa le llevaron a Teruana, en los Países Bajos, donde vivió como penitente alimentándose solamente con hierbas y prohibiéndose el pan durante cuarenta años. Los condes de Auchy, donde murió, fundaron un monasterio para su hija Sicilda y enterraron allí a San Silvino, según relata Jean Croiset en su Año Cristiano.
CREENCIAS
Cuenta la tradición cristiana que San Silvino, durante el tiempo que duraron sus peregrinaciones por Europa, llevaba consigo grandes piedras para hacer penitencia. Para muchos peregrinos, el peso de esas piedras simbolizaba lo oneroso de sus propios pecados, por lo que era muy frecuente que antes de llegar a su destino las arrojasen en algún lugar apropiado que se convertía así en hito religioso y en lugar de descarga de las propias culpas. Recordemos la Cruz de Ferro de Foncebadón, en el camino de Santiago, mandada alzar por el abad Gaucelmo para que sirviera de referencia a los peregrinos cuando arreciaban las nevadas. La cruz está en lo más alto de un palo de varios metros que sobresale entre el montón de piedras que han ido echando allí durante siglos los caminantes que iban a Santiago.
Entre los celtas había costumbre de marcar los pasos de las montañas con piedras y los romanos también lo hicieron para honrar a Mercurio, protector de los viajeros.
ENLACES
ALGUNAS NOTAS SOBRE LA CRUZ DE FERRO DE FONCEBADÓN