Una tradición que recorre los siglos y se mantiene hasta el día de hoy a pesar de tener pocos visos de realidad relata que los hermanos Lázaro, Marta y María, que aparecen en el Nuevo Testamento como contemporáneos y amigos de Jesús de Nazaret, huyen de Palestina después de su muerte junto con otros discípulos (Maximino, Celidoni, José de Arimatea, etc.) y arriban a las costas de Marsella. Precisamente en esa ciudad se asentó Lázaro y, habiendo sido nombrado obispo por los apóstoles, sufrió el martirio en tiempo de Diocleciano. Su cuerpo, enterrado en una antigua cantera fue después llevado a la catedral de Autún, donde durante siglos fue venerado. Sin embargo, hay otras tumbas que reclaman contener sus restos, como la de la iglesia bizantina de Agios Lazaros en Lárnaca (Chipre) y la que se conserva en Betania. Algunas leyendas aseguran que la Virgen fue quien tejió el palio de San Lázaro.
EXPRESIONES
Las tablillas llamadas de San Lázaro -mal llamadas carracas o matracas- son tres tablas rectangulares superpuestas (la central con un mango) y unidas entre sí con unos cordeles que pasan a través de dos agujeros practicados cerca del mango por el que se sujetan. Desde la Edad Media fue doble su uso: por una parte servían a los mendigos para pedir limosna por las calles y especialmente a los leprosos que salían de los lazaretos u hospitales de San Lázaro; de esta forma, y pidiendo desde lejos, se evitaba que los apestados se acercaran a las personas no contaminadas, pues se pensaban que la terrible enfermedad se transmitía a través del hálito. Muchos autores del Siglo de Oro recuerdan en alguna de sus obras esta costumbre y en especial Covarrubias, autor del Tesoro de la Lengua castellana o española, habla del repiqueteo mencionado.
Otro uso muy frecuente fue el que se dio a este instrumento en conventos y monasterios donde servía para anunciar las horas y convocar a monjes y religosos a la oración; aún quedan en muchas de las fundaciones de Santa Teresa, por ejemplo, algunas de las tablillas que, en tiempo de la Santa, se utilizaban, incluyéndose el toque especial en papel pautado.
Desde el siglo XVI y con la proliferación de cofradías que se produjo tras el Concilio de Trento, muchas de estas hermandades acostumbraban a enviar a un avisador o muñidor para anunciar a los cofrades las reuniones a cabildo o los acontecimientos especiales (muerte de algún hermano, por ejemplo), así como para pedir limosna por las calles en nombre de la Cofradía. Esto se hacía con tablillas pero también con otros instrumentos como esquilas, trompetas o tamboriles, propiedad de la hermandad.