Ambrosio fue hijo de un prefecto de la Galia y desde la primera infancia se dieron sobre él señales extraordinarias. Cuando estaba un día en la cuna se colocó sobre su cara un enjambre de abejas que entraba y salía de su boca. Su padre, admirado, lo tomó como un prodigio que acompañaría a su hijo durante la vida. Fue educado en el cristianismo y, a la muerte de su padre, la familia se trasladó a Roma, donde recibió educación en leyes. Nombrado cónsul en Milán fue admirado por su papel de mediador y sus dotes diplomáticas, de modo que se le propuso para Obispo sin siquiera estar bautizado. En cuanto se le eligió, recibió el bautismo y se le consagró finalmente como Obispo el 7 de diciembre del año 374. Fue un admirable pastor y se conservan de él numerosos escritos y testimonios que reflejan bien su carácter y su personalidad. Al morir se le enterró a petición propia en la iglesia que dedicó a los mártires Gervasio y Protasio tras haber descubierto sus restos.